13 oct 2010

Día 13: Verdad

No puedo hacer nada más que reír. Reír
Ahora sé qué es lo que me detenía en este limbo. Ahora conozco todo aquello que me fue ocultado desde el principio. Y ahora que lo conozco, no puedo hacer nada mas que reír.
Mi funeral inició temprano. Ella estaba al frente, con un ramo de flores, lista para ofrendármelas a manera de despedida. Los rituales acostumbrados se celebraron, y mientras el ataúd que contenía mi cuerpo fue descendiendo, ella se dejó caer de rodillas frente a él, llorando de desesperación. Luego de llegar al fondo, el ataúd fue cubierto con tierra, y poco a poco se retiraron los asistentes. Pero ella no. Ella se quedó ahí, de rodillas frente a mi tumba.
Yo me quedé frente a ella, pues aún disfrutaba sus lágrimas y sus lamentos en un sádico e inhumano placer fruto de mi paranoia y de mi deseo de venganza. Ella lloró por unos momentos más, y después reveló la verdad de lo sucedido, la verdad que pudo ser definitiva en mis decisiones, y que posiblemente me hubiese salvado de la muerte en la que ahora me he hundido.
Recuerdos sus exactas palabras:
“Si tan sólo te lo hubiese dicho… Si tus amigos hubiesen traicionado nuestro pacto… Si yo no hubiese querido sorprenderte, hoy estaríamos celebrando. Quería hacer algo por ti, algo que te demostrara el amor que te tenía, y por ello me quise ausentar un par de días, para dirigirme a tus amigos, a pesar de que ellos me pretendieran hace no mucho tiempo”
Entonces llegó a mí la revelación, igual que en mi sueño de días antes. Entonces lo supe: mis amigos hablaron mal de ella porque ellos fueron sus pretendientes anteriormente, pero prefirió estar conmigo que con ellos. Ella se quiso alejar dos días para poder preparar todo sin tener tantas presiones. Habló con mis amigos por separado para poder preparar la sorpresa, haciendo un pacto con ellos de que no me revelarían nada. Hizo todo esto por mí, porque mi cumpleaños es justamente hoy…
Y yo lo arruiné. Arruiné su sorpresa, sus planes, nuestro amor… arruiné mi vida y la de ella…
Quise llorar, pero al parecer un muerto no puede hacerlo. Quise gritar, pero nadie me escuchó. Quise disculparme con Ella, pedirle perdón por haber hecho semejantes tonterías… pero no pude hacer que me escuchara o que tan siquiera lo supiera. Mis celos fueron la condena, y ahora el último recuerdo que tendrá de mí es esa carta llena de rencor y odio, sentimientos que nunca debieron existir en mi corazón, y mucho menos hacia Ella, hacia mi musa…
Pero eso no fue todo. No, el día a penas iniciaba.
La seguí después de que dejara el cementerio, y al llegar a su casa se dirigió inmediatamente a su habitación, cerrando la puerta a sus espaldas. La vi buscar desesperadamente distintas cosas en sus cajones, bajo su cama, en su armario, en toda su habitación. A los pocos minutos, el suelo estaba repleto de fotografías mías y nuestras, fotografías que nunca supe que había tomado pero que ahí estaban. Desde antes de hablar, ella ya se había fijado en mí.
Estaba asombrado, pero sus acciones no habían concluido aún. Tomó todas las fotografías y las llevó hasta el baño, dejándolas caer sobre la tina. De inmediato, abrió la llave del agua, y dejó que se ahogaran los recuerdos, que algo más que sus lágrimas cubrieran y bañaran mi imagen por última vez. Sí, por última vez…
La vi desnudarse. Mi fantasía era ver caer sus ropas con delicadeza y lentitud, pero sólo la vi despojarse de sus prendas con rapidez, con urgencia diría yo. Luego, entró en la tina, rodeándose de las fotografías, y tomando una en la que los dos nos abrazábamos. Apretó esa foto contra su pecho desnudo, la miró con sus ojos aún empapados por sus lágrimas y por el dolor, y besó mi rostro en la fotografía, con un amor que nunca imaginé que existiera.
Yo seguí mirándola, sin poder hacer nada, gritando por que se detuviera, porque olvidara que había muerto y que olvidara ese amor. Ahora que sabía la verdad, ahora que sabía que todo había sido mi culpa, le pedía, le imploraba, le rogaba que no hiciera la misma estupidez que yo hiciera cuarenta y ocho horas antes… pero mis súplicas fueron en vano…
Tomó una navaja, no sé de donde, no la vi. Mi mirada estaba concentrada en sus ojos, deseando con todas mis fuerzas que la cordura no la abandonara como lo hizo conmigo. Vi como acercó la navaja a su muñeca, a la izquierda, como yo. Escuché como el agua comenzaba a desbordarse de la tina. La vi a Ella presionar su piel con el metal. Escuché sus últimas palabras, un simple “Te amo. Como prometí, estaré contigo en tu cumpleaños”
La vi desangrarse. La escuché dar su último suspiro. La vi morir…
Esperé por ella, creyendo que me encontraría en este limbo, como si fuese una escena de película. Y entonces recordé que en el limbo sólo estamos las almas en pena…
Por eso, sólo puedo reír. Pero mi risa es de histeria, de locura, de dolor. Mi paranoia y mis celos crearon toda la confusión. Sus buenos deseos e intenciones puras nunca debieron ser puestas en duda por mi estupidez. Sólo puedo reír porque la mayor imbecilidad que pude cometer la cometí. No sólo perdí al amor de mi vida, sino que lo alejé, me despojé de mi vida, y después de ello, miré cómo se consumaba la de Ella…
Ni siquiera en la muerte podremos estar juntos. Muy caro pagaré mis estupideces.
Sólo puedo reír…
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13 Días
Kaiser - 2005

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi estimado... no sé si sonreir por el gusto que me da leerte o simplemente taparme la cara porque algo que creí olvidado se mueve dentro de mis pensamientos... pensar que la estupidez me tuvo a punto de cometer el error de tu relato hace que me den ganas de llorar... pero también me recuerda el coraje que sentía porque esos celos que él sentía me hacían ser y hacer cosas que no quería...

En fin... un me encantó no es suficiente y espero que un gracias lo sea... porque con eso me demuestas que las cosas que creí sencillas no lo son...

PD. Creo que no hay necesidad de decir quien soy... ya sabes que siempre me quemo...