31 dic 2014

Corte

-Sólo despuntado, por favor.

El barbero me mira con indiferencia, analiza mi cabello, asiente con la cabeza y da media vuelta. Mientras prepara sus instrumentos, yo me hago a la idea del nuevo look que adoptaré. De manera similar a los años anteriores, quiero terminar estos doce meses con algo simbólico, y qué mejor que un nuevo corte de cabello.

Es curioso el significado que le damos a las acciones u objetos en estas fechas. En algunos casos, la última semana de cada año significa limpieza del hogar, incluso en más aspectos, para empezar el año “como nuevos”; con otros, implica reencuentros, algunos hipócritas y otros sinceros, pero que suelen ser épicos; otros optan por cerrar ciclos, aunque no me agrada esa idea como tal.

¿Puede cerrarse un ciclo? Si, pero en estricto sentido, eso no implica dar fin a una situación. Cerrar un ciclo significa volver al punto de partida, porque en eso consiste un ciclo: una serie de eventos que en determinado punto se repiten. Considerando esto, ya no suena tan bonita esa idea.

Tal vez sea mejor emplear la expresión “poner puntos finales”. Sin embargo, eso implica que no habría continuidad en las acciones e ideas, y si no hay continuidad, hay riesgo de perder coherencia. Y ya son muchos cuya coherencia está bastante deteriorada de por si.

Puede que sea mejor no estar pensando en el significado real de esas expresiones, no en estas fechas. Puede que sea benéfico considerar las transiciones de años una especie de nuevo comienzo en nuestras vidas, un “borrón y cuenta cuenta nueva”. Puede que sea mejor imaginarnos así, reinventarnos cada doce meses de manera definitiva, con esas pequeñas escalas cada tantas semanas a lo largo del año.

Creo que es mejor no distraerse en ello y sí el imaginar una nueva etapa que inicia al término de esas eternas y tan efímeras doce campanadas. Todos esos recuerdos de años anteriores pueden seguir almacenándose en nuestras memorias, refrescando algunos detalles cada tantas reuniones, generando nuevos momentos inolvidables y también dejando a un lado algunos que no necesitamos. Recordar los logros, pero también todos los errores, para saber qué no debemos repetir.

Definitivamente no debo distraerme, no cuando me están cortando el cabello, pues en vez de despuntarlo me han dejado sólo las puntas. Aunque viendo el lado simbólico de esto, creo que el 2015 será como con mi cabello, un periodo de crecimiento, de uno más notorio que los anteriores... claro, eso podría deberse a que tampoco hay mucho de dónde crecer...

2 nov 2014

Calavera

Me miro al espejo antes de salir del auto. La luz del día recién comienza, y es precisamente entre las sombras que puedo distinguir la silueta de mi rostro, la silueta interna, mi calavera. Y pensar que algún día sólo eso quedará de mí.

Entro al camposanto con paso sereno; quiero mostrar respeto al lugar que visito y a quienes ahí residen. Entre las lápidas me hago camino para llegar con mis familiares. Cada año que pasa es más complicado no invadir los sitios de reposo ajenos, pues este cementerio sigue albergando nuevos inquilinos cada día. En ciertos momentos, pensar en ello resulta preocupante e incluso causa cierta indignación, pero en estos días y noches pareciera que tiene el efecto contrario.

Los visitantes corpóreos no muestran la tristeza cotidiana; más bien parecen estar contentos, tienen una expresión de ansiosa expectativa que los motiva a continuar con los preparativos. Cada lápida es adornada con distintos artículos, siendo las flores quienes prevalecen como un recordatorio irónico de que la muerte paseará estas noches, pero no como siempre, sino con una actitud muy diferente, casi benévola.

Hay lágrimas, claro. Muchas ausencias son recientes, y el dolor aún no se ha disipado de sus familiares; no puedo culparlos por querer retener un poco de la vida de esos seres, pero sé que es doloroso y que el mismo tiempo se encargará de cicatrizar de alguna manera esas heridas.

Incluso hay algunos olvidos, personas que ya no conservan más nexos de vida con este mundo y cuyos sepulcros se encuentran tan austeros como en cualquier otra fecha. No todos son así, pues en algunos casos, los más tristes a mi parecer, han muerto dos veces: una en cuerpo, otra en recuerdos. Lo más que se puede hacer por ellos es demostrarles que su lugar de descanso sigue siendo visitado.

Ya he llegado a donde está mi familia. Algunos se encuentran de pie, en solemne guardia y conmemoración, mientras que otros yacen algunos metros más abajo, en su espacio terreno reservado. Irónicamente, es al cielo a donde miro para recordarlos mejor. Algún día dejaré este mundo y, si la creencia es correcta, tendré el gusto de reencontrarme con muchos conocidos en la que espero será una celebración grandiosa por los recuerdos que compartiremos. Y la lista de invitados sigue creciendo...

 

Aún no nos alcanza la señora Muerte, irónico es que la Vida tiene la misma suerte. Miramos al pasado, la nostalgia nos embriaga con cada recuerdo de nuestras andanzas y de la compañía que tuvimos y tenemos, de quienes están vivos y de quienes ya han muerto. Del camino de la vida conocemos el destino e ignoramos su tiempo, soñamos que nuestro turismo será casi eterno, renegamos de la edad y del paso de los años, fingimos que los recuerdos no nos hacen daños, nos disfrazamos de invencibles cuando somos más vulnerables, atacamos con chistes lo funesto e inevitable. Es la manera en que enfrentamos a la muerte, permitiendo que nos visiten quienes ya no están presentes, y nuestra propia calavera vislumbramos con alegría: sabemos dónde vamos y que nos todos nos reuniremos algún día.

1 oct 2014

13 Días (Completo)

 

Día 1: Miradas

Hoy mi vida ha vuelto a tener sentido. Hoy he visto una de las más maravillosas creaciones de este mundo. Fue en la escuela, a la hora de la salida, justo en el momento en el que todos se arremolinan para escapar de la atrofiante rutina. Ahí, entre toda la multitud, estaba ella, con su angelical sonrisa.

No pude seguir caminando, en cuanto la vi me petrifique por completo. Creí que estaba soñando, que era una especie de espejismo, pero gracias al cielo no era así. Sus ojos grandes de color castaño, haciendo juego con su cabello largo y suelto, no podían mentirme. Su silueta maravillosa que se amoldaba a la perfección con sus ropas eran hipnotizantes, aunque mucho me temo que no sólo para mí. No obstante, el instante tan sublime que viví al verla fue suficiente para que no penara en otra cosa que no fuera ella y su infinita belleza.

Pero eso no fue lo mejor de todo. Cruzamos nuestras miradas. No sabría decir si fue un segundo o si acaso duramos una hora mirándonos, no lo sé en realidad. Su mirada fue más que suficiente para que sucumbiera, para que perdiera la noción del tiempo. Es difícil detallar lo que sentí en ese momento, pero puedo decir que ese cruce de miradas me ha dado la mayor felicidad que nunca había sentido. Me dicen mis amigos que estuvimos así trece segundos. En realidad no sé si creerles o no, dudo que los contaran en realidad, pero no me interesa mucho. Lo que me interesa y no ha dejado de rondar en mi cabeza es ella. Fue el silencio más delicioso aquel que nos cubrió, haciendo todo el trabajo de nuestro primer encuentro.

No aguanto las ganas, ya deseo verla mañana.

 

Día 2: Saludo

Si ayer la felicidad que me embriagaba era mucha de por sí, hoy no sé que adjetivo darle. Aquella mujer, la que me cautivó con su mirada, se acercó a mí. Fue tan espontáneo y sereno que no me di cuenta de ello hasta el momento en que estábamos hablando. No me di cuenta por que en un principio creí que su saludo se dirigía a alguien más, tal vez a alguien detrás de mí, pero me equivoqué. Se dirigía única y exclusivamente a mí.

Su ojos bellos no se apartaban de su objetivo, o sea yo, y eso me puso aún más nervioso de lo que ya estaba cuando la vi acercarse. Aunado a ello, su hermosa y fina dentadura irradiaba un destello indescriptible, hermoso y cautivador que derretiría cualquier témpano de hielo al instante. Al saludarme, el tacto con su mejilla hizo que mi temperatura aumentara sin previo aviso, y al rozar mis labios en su piel y ella hacer lo mismo, sentí un chispazo estremecedor y cegador. ¡No podía aguantar tal sensación!

Fue mágico, simplemente mágico. Me dijo su nombre y le di a conocer el mío. Luego, nos quedamos platicando por un buen rato, lo suficiente para ver las manecillas del reloj dar tres de sus recorridos. Ni el hambre ni el abrumador frío que nos rodeaba nos detuvo en nuestra tarea de conocernos. Fue hermoso.

Lamentablemente llegó el momento de la despedida, y aunque quise con todas mis ganas acompañarla a su casa, ella me detuvo en el intento. Un beso de despedida con un ligero roce de labios provocó en mí un éxtasis interno que a penas pude controlar para que ella no lo notara.

Me pidió que nos viéramos mañana. Así será.

 

Día 3: Indirectas

Toda la mañana esperé ansioso a que llegara la hora en que acordamos encontrarnos. Es una impaciencia a penas aguantable, pero por ella estoy dispuesto hasta a lo imposible. Es especial, lo supe en el momento en que la vi, y lo confirmé al hablar con ella, aclarando todas las dudas que tenía acerca de su ser.

Fue algo espontáneo, pero nuestra amistad es bastante fuerte, y estoy seguro de que será duradera. Bueno, espero que logremos ser más que amigos, pero por el momento es más que suficiente si me permite contemplarla con su singular belleza. Nuestra plática se refiere a temas que en realidad no me interesan, al menos no más de lo que me interesa escuchar su melodiosa voz, con ese suave timbre que me arrulla a un sueño infinito de hermosas proporciones. Ya ni sé de lo que hablo, solo pienso en ella.

Toda la tarde estuvimos juntos, como una repetición prolongada del día de ayer. Pero esta vez me atreví a ser más directo, a intentar hacerle saber lo que siento desde el momento en que la vi. Me atreví a darle indirectas de mi cariño, de la fascinación que le profeso y de lo inútil que me sería estar sin ella. Pero no respondió, ni una palabra brotó de sus labios cuando terminé mi pequeño discurso improvisado y lleno de verdades disfrazadas de bromas inocentes. Me sentí agobiado por su reacción.

Creí que en ese momento se despediría y se iría, que no volvería debido a mi atrevimiento. Pero no fue así. En vez de irse y dejarme en el frío de la tarde moribunda, ella prefirió continuar el juego, aunque después de un par de segundos de silencio. Sus palabras trajeron nueva esperanza a mi vida, y mis ilusiones vieron una pequeña estela de luz en su desastroso camino.

Continuamos platicando otros minutos más, y después nos despedimos. Aunque recién es la segunda vez que lo hace, comienza a hacerse costumbre su negativa a que la acompañe, así como el beso de despedida.

Mañana la veré de nuevo, y espero que se vean consumados su esfuerzos.

 

Día 4: Declaración

Hoy fue el día decisivo. Hoy por fin le declaré mi amor sin mayores rodeos.

Nos encontramos a la salida de la escuela, como los otros días, y me tomó de las manos al verme. Sus ojos irradiaban felicidad una alegría tan maravillosa que iluminaba todo a su alrededor. No me dijo nada fuera de lo normal, simplemente me saludó y me llevó por las calles, caminando y mirando a todos los que pasan por la acera, deleitándonos en la brisa que soplaba, una brisa cálida a pesar de la época, y que parecía resaltar lo especial del día. Si hubiese sabido que ese clima no duraría, tal vez hubiese elegido ese momento preciso para hablar seriamente con ella.

Seguimos caminando, y después de algunos minutos de andar sin rumbo fijo, nos enfocamos en buscar un lugar donde comer. Ella eligió un modesto pero elegante restaurante que estaba en las cercanías, y yo la secundé en su decisión. El lugar era lo de menos, lo que me importaba era la forma en la que me le declararía.

Elegimos una mesa al lado de la ventana principal, y después de ordenar nuestros platillos, continuamos con nuestra animada plática. Ahora ponía más atención en sus palabras, no porque no lo hiciera antes, sino porque deseaba encontrar el hilo que me llevara al tema que quería abordar. Cualquier cosa que sugiriera una relación sería conveniente para mi declaración, pero no llegaba el tan ansiado tema.

Terminamos de comer, comenzó a llover y continuamos con nuestra plática, pero seguía sin hallar un punto que pudiera usar para iniciar mis planes. Comencé a sentir desesperación. Hoy debía ser el día, hoy tendría que declararle mi amor, no podía haber otro día más. La desesperación me hizo su presa por unos instantes, los suficientes para que ella lo notara, y entonces tuve que hablar.

Le confesé que sentía algo muy intenso por ella, un sentimiento tan puro que no podía explicarlo con palabras, y que lo más cercano a esa sensación era describir lo maravillosa que me parecía era su mirada, su sonrisa, su cabello, toda ella en conjunto, toda ella en sí. Se limitó a responder que no había dicho nada en realidad. Mi contra respuesta fue que entonces no había comparación alguna. Guardó silencio, ese tipo de silencio que mata lentamente y que destroza los nervios ante el inmenso dramatismo que ocasiona. Me pidió tiempo para responder la pregunta que no pude formular pero que quedó implícita en mis palabras. No tuve más remedio que acceder a su petición de prórroga.

Salimos del restaurante y nos despedimos, solo que esta vez el beso tuvo mayor sequedad que en los días anteriores. ¿Acaso mi declaración la hizo entrar en dudas?

Tal vez el día de mañana ella tenga más claro el panorama.

 

Día 5: Amor

¿Acaso he llegado al cielo? ¿Será que encontré un ángel con su propio paraíso terrenal? Dudo que la respuesta sea afirmativa a cualquiera de estas preguntas, pero se acerca mucho a lo que parece.

No la vi en toda la mañana. De hecho, tuve que esperar algunos minutos afuera de la escuela hasta que ella saliera, pero la impaciencia que tenía desde el día anterior me estaba destruyendo desde adentro. En cuanto me vio, me pareció que no quería estar conmigo, que de alguna manera la había distanciado. Sin embargo, la realidad era que había olvidado algunas cosas en la escuela, y una de sus amigas ya se las llevaba para evitarle el trayecto tan largo.

Me acerqué a ella, teniendo sumo cuidado de no presionarla, de no hacerla sentir acechada. Pero en mi cabeza con duro trabajo pude controlar mis ganas de cuestionarla, de exigirle una respuesta por mi pregunta del día anterior.

Ella llegó hasta mí con una sonrisa de oreja a oreja, una muy similar a la que tenía cuando hablamos por primera vez. Eso me llenó de esperanza, de que ya hubiese decidido sobre mi situación, nuestra situación. Cuál no sería mi sorpresa al notar que hablaba de otras cosas, evitando a toda costa mencionar cualquier tema relativo a nosotros dos juntos. Me llené de tristeza, y ella pudo notarlo.

Con sus suaves y tiernas manos levantó mi cabizbajo rostro, y con una sutileza increíble me pidió que le acompañara hasta su casa. Habría saltado de alegría de no ser por lo ridículo que me hubiese visto y porque aún sentía cierta punzada en mi vientre, esperando un vigorizante sí o un destructor no.

Caminamos por varias calles mientras una suave llovizna nos cobijaba con su fría sensación, platicando de lo que nos había sucedido, o más bien, yo iba escuchando lo que a ella le había pasado en el día. Yo no quería hablar, no me atreví a hacerlo. Sentía que al hablar solamente tendría como punto de conversación mi amor declarado, la respuesta que esperaba y la impaciencia que me llenaba cada poro.

En determinado punto nos detuvimos, y ella me dio a entender que habíamos llegado a su casa. El lugar era sencillo pero elegante y bello a su manera, muy similar a la persona que ahí vivía. Nos acercamos hasta la puerta, semiempapados por la llovizna incesante de la tarde, y ahí estuvimos un largo rato, platicando. Yo miraba mi reloj, esperando con ansia una de dos cosas: o el momento en que me diera una respuesta o el momento en que pudiera irme. Mi sufrimiento y agonía parecían incrementarse como el agua en el pavimento, así que mientras menos tiempo estuviera cerca de ella, al menos mientras su indecisión durara, para mí sería mejor. Era una irracionalidad de mi parte el exigirle en tan poco tiempo una decisión de tal magnitud, pero no podía hacer otra cosa, mi impaciencia es demasiada.

Sentí entonces sus dedos rozando mi mejilla, y al levantar la vista me encontré con una mirada seria pero igual de bella que todas las que ella me había mostrado. Sonrió de nuevo y me habló suavemente, con tranquilidad en sus palabras pero con una decisión envidiable. Lo había pensado ya, su respuesta estaba lista, pero había estado buscando el momento indicado para decírmela. Sí.

Ese par de letras, ese sonido tan simple fue la causa de mi felicidad. No pude contenerme y la abracé con fuerza, para luego separarnos un poco y mirarnos fijamente unos segundos. El beso que sellaba el inicio de nuestra relación fue el punto final de la plática.

De nuevo perdí la noción del tiempo, no supe cuánto pasó. Al darme cuenta ya estaba despidiéndome de ella desde la banqueta frente a su casa. De pronto, todo en mí cambió.

Ahora las cosas toman un nuevo color, uno muy hermoso.

 

Día 6: Dudas

Tal vez sea paranoia mía. Me siento confundido por su actitud de hoy. Sentí que, sin razón alguna, su comportamiento fue frío, seco, que sólo habló conmigo lo estrictamente necesario. No lo sé. Miles de dudas me han atacado este día. Sentí que el mundo se estaba volviendo en contra mía.

Durante las clases hablé con algunos de mis amigos. Aún no les he dicho de mi relación con ella, y eso fue precisamente lo que me desconcertó. Comenzaron a hablar de ella, de su forma de ser. Entre palabras pude escuchar algunas insultantes, varias que rebajaban su reputación, chistes de mal gusto… Poco faltó para que perdiera el control y les respondiera. No lo hice porque sé que son mentiras, porque les gusta mofarse de las personas a sus espaldas. Pero aunque sepa eso, las palabras que dicen hacen grandes heridas en mí. La plática de mis amigos no fue ningún incentivo a mi confianza en ella. Decían que era un mujer fácil, que solo jugaba con quien podía. Poco a poco fue subiendo de tono la plática, y no tuve otra opción que irme de ahí.

Casi al momento de separarme de ellos, recibí un recado de ella por parte de una de sus amigas: en él me decía que ni hoy ni mañana podríamos vernos, que un asunto importante había surgido y que no podía dejarlo de lado. No hubo problema, no me molestaba el no verla un par de días.

Sin embargo, al salir de clases sentí curiosidad de saber hacia dónde se dirigía. Esperé como de costumbre, recargado en una de las bardas cercanas a la escuela, con poca esperanza de verla. Creí que había salido antes, tal vez ni siquiera había ido hoy. Pero no, ahí estaba ella. La noté muy tranquila, nada presionada, todo lo contrario a como su amiga me había dicho que estaba. ¿Sería que ya había solucionado su problema?

Estuve a punto de acercarme a ella, pero en ese preciso momento apareció una silueta a sus espaldas, cosa que me hizo detenerme en seco. Si hubiese estado en peligro estoy seguro de que mi reacción habría sido totalmente opuesta, pero en este caso fue la sorpresa lo que me detuvo. Sentí una oleada de calor subir por mi espina dorsal, llegar a mi cabeza, y por último, irrigar toda la sangre acumulada por todas mis extremidades, con una presión a penas soportable. Fue un momento espantoso, sentía que el mundo caía sobre mis hombros mientras me ahogaba bajo su peso. La silueta era de uno de mis amigos, de los más cercanos.

¿Qué tenía que hacer él con ella? Luego de superar la primera impresión, sentí la necesidad de llegar donde ellos y aclarar las cosas. Tal vez era un malentendido y yo solo estaba imaginando situaciones que no tenían razón de ser y mucho menos posibilidad de ocurrir. Pero antes de que lo hiciera, ellos se alejaron por la avenida, caminando muy juntos, casi de la misma manera en que lo hiciera conmigo ayer.

Sólo una calle nos separaba, y me dispuse a cruzarla para quedar frente a ellos. Pero la suerte no estuvo de mi lado en esa ocasión, tal vez por una despreciable coincidencia o por azares del destino. Un enorme camión de carga pasó frente a mis ojos a una velocidad lenta en realidad, o por lo menos a mí me pareció eterno el lapso que tardó en cruzar. Desesperadamente busqué algún espacio en el camión, una pequeña franja que me permitiera ver al otro lado de la calle para saber a dónde se dirigían, pero fue en vano.

Cuando por fin terminó de pasar frente a mí, miré en todas direcciones para saber el camino habían tomado, pero no había nadie. Se habían esfumado entre el ruido de los automóviles y el humo que estos despedían, dejando desolada la grisácea acera.

Las dudas tomaron forma en mi cuerpo, o más que forma, acciones. Un retortijón en mi vientre casi me hizo caer de rodillas, mientras mi cabeza daba vueltas. Solo son dudas, no hay nada de lo que te debas preocupar, me repetía una y otra vez. No había nada de que preocuparme… así como tampoco había nada que pudiera hacer.

¿Por qué tuve que verlos? ¿Por qué tuve que escuchar a su amiga? ¿Por qué mis amigos eligieron este día para hablar de ella? ¿Porqué me desperté hoy? Igual, ya estaba hecho, tenía que resignarme. Regresé a mi casa, ahuyentando todos esos pensamientos de mi cabeza, aunque con gran dificultad y sin resultados efectivos. Y ahora estoy aquí, escribiendo. En su casa no responden, no tengo otra forma de localizarla y dudo mucho tener las fuerzas para llegar hasta su hogar.

Tal vez sea paranoia mía. Espero que solo eso sea. Mañana aclararé todo.

 

Día 7: Espía

No fue lo que esperaba. Este día se complicó demasiado.

Hoy decidí no ir a la escuela. Bueno, más que decidir, era demasiado tarde cuando me levanté, así que preferí planear lo que haría este día.

Fui hasta la escuela, esperé la hora de salida y me mantuve atento, buscándola con la mirada mientras me aseguraba de estar oculto tras una pared, arrinconado en una esquina. Hoy sería un espía, descubriría cual era el problema que ella tenía y saldría de todas mis dudas. Mi paranoia de ayer me había ofuscado en mis intentos de actuar, pero hoy era distinto. Hoy pensaba con mayor claridad y frialdad.

Me aseguré de vestirme distinto de como acostumbro. No debía dejar que me reconocieran. Un gorro cubría mi cabeza, así que sería difícil que supieran quién era.

De pronto la vi. Igual que ayer, salió despreocupada, tranquila, como siempre. A los pocos segundos apareció la silueta de mi amigo… pero no era el mismo de ayer. Esta vez era otro. ¿Dos de mis amigos? ¿Uno cada día? ¿Qué estaba pasando? Me pregunté de inmediato en voz baja. Nadie me respondería, así que las respuestas solo las podría encontrar yo.

Los vi caminar por la calle, igual que ella hiciera con mi otro amigo el día anterior. Esta vez me aseguré de no perderlos de vista. Subieron a un autobús y me dirigí a este. Al subir yo también, procuré no dar la cara hacia el fondo del vehículo, a sabiendas de que ellos mirarían hacia enfrente casi obligatoriamente. Pagué mi pasaje, diciendo al chofer que iba al mismo sitio que los dos pasajeros recientes. Él me miró algo desconfiado, pero luego recibió el dinero, hizo caso omiso de mí y continuó con su trabajo.

Me senté un par de asientos delante de ellos, ya que se habían acomodado en los lugares del fondo. Miré por la ventana y agucé el oído para saber de lo que hablaban. Pero el ruido de la calle era demasiado y no podía escuchar gran cosa.

Poco a poco mis oídos se acostumbraron al ruido del ambiente, y entonces pude diferenciar sonidos más sutiles a través de los pitidos de claxon y de motores encendidos. Primero escuché la voz de ella, tranquila, suave y delicada como siempre. La voz de mi amigo no fue tan clara como la de ella. Era en totalidad contrastante, y se distorsionaba con el paso de los automóviles.

No obstante a todo, pude distinguir entre la mezcla homogénea y errática de palabras una frase que acrecentó mi desconfianza. Después de mencionar mi nombre, ella le decía a mi amigo “…él no debe enterarse de esto. Es nuestro secreto, nuestro secreto…”

No pude más. Me levanté del asiento y casi corrí hasta el chofer. Con una ira que difícilmente pude controlar fue que pedí bajar en la siguiente oportunidad que tuviera. Quería alejarme de ellos cuanto antes, olvidar sus palabras, dejar atrás todo. Si tan solo fuera tan fácil el olvidar…

Al bajar del autobús, mi curiosidad pudo más que mi sentido común, y miré de nuevo hacia la ventanilla en donde ambos podían verse. Ahí estaban los dos, continuando con su “secreto”. Me tragué lenta y dolorosamente mis ansias de regresar donde ellos al mismo tiempo que el autobús reanudó su marcha. Me quedé unos minutos ahí, en medio de la calle, con la mirada vacía y los ojos llenos de lágrimas. Algo debía hacer…

Mis pensamientos no dieron para más. Corrí en dirección a mi casa después de buscar las suficientes señas que me indicaran el camino que debía seguir. Fue una larga caminata, pero luego de poco más de una hora me encontraba frente a la puerta de mi hogar. El único sitio que sentía mío en ese instante.

No le llamé. Toda la noche he estado mirando el reloj con ira. He escrito millares de cartas, todas llenas de rencor y dolor, y que sin excepción terminaron en el bote de basura. La noche no me ha servido de consuelo en nada, y no puedo conciliar el sueño. Veo la luna y sigo imaginándola, a ella y a sus palabras y mentiras.

Mañana hablaré con ella. Debo dejar las cosas claras.

 

Día 8: Confrontación

Terminó al fin.

Como ya es costumbre, esperé a la hora de la salida a que apareciera ella. Tal vez la vería con mi amigo, el que saliera con ella hace dos días, o tal vez le tocara repetir al de ayer, o cabía también la posibilidad de que hubiera un tercero. Eran muchas la posibilidades que repentinamente aparecieron en mi cabeza, demasiadas las teorías y mucho más era el dolor.

Durante mi espera, abría y cerraba mis puños, una y otra vez, repitiendo para mis adentros todas las cosas que había vivido con ella. Cada instante de los últimos días había pasado por mi mente en una recapitulación de mentiras, de farsas, de un engaño cruel hacia mí y que fue edificado y ejecutado por la persona de la que menos lo esperaba, y a la que tanto cariño le tuve. Todas mis ilusiones se fueron directo al infierno, y yo con ellas, haciendo compañía al intenso fuego desgarrador y cruel que castiga eternamente. Pero no entiendo por qué me castiga, si no le hice nada malo…

En cuanto la vi salir corrí hasta ella. No me importó nada a mi alrededor, ni el auto que casi me atropella al cruzar la calle, ni las dos o tres personas que empujé a mi paso, y mucho menos la caída que logré frustrar en mi desesperada carrera. Nada me importó en esos segundos que tardé en aproximarme lo suficiente a ella. Mi furia era apenas contenible, y mi deseo de hacer algo, de desahogarme, estaba a punto de escapar de mis fuerzas.

Ella pudo verme desde lejos. No hizo nada además de sorprenderse. Obvio. No me había visto así en el tiempo que me conocía. De hecho, ni siquiera yo conocía esa faceta. De cualquier forma, no hizo nada por detenerme, ni siquiera por escapar. Sólo se quedó ahí parada, esperando mi llegada, como si lo estuviese esperando desde tiempo antes, provocándome.

Eran tantas las repeticiones de mis puños abriéndose y cerrándose… Era la única forma de retener mi ira en ese momento. Mis pies redujeron su velocidad al andar mientras más me acercaba a ella, como si quisiera alargar la agonía que me causaba verla ahí, tan despreocupada. ¡Oh Dios! Si lo que quería era terminar con todo cuanto antes.

Me saludó con un “Hola” poco antes de que la tomara de los brazos. No respondí, he de admitir, ya que si lo hubiese hecho, seguramente mis palabras habrían sido veneno puro. No tenía en mente decir otra cosa que no fueran insultos o reclamos. Ella pareció notarlo. Lo vi en sus ojos.

Casi de inmediato, dos tipos se acercaron a nosotros. Conocidos o amigos de ella, seguramente. No los reconocí y hasta este momento no puedo recordar sus caras. Ambos, uno de cada lado, me sujetaron como si fuera presidiario, con la clara intención de retirarme de ella. Claro, imbéciles, como si me fuese a dejar…

El tipo de mi lado izquierdo era más débil que el otro. Lo noté en cuanto me sujetaron. Aproveché esa debilidad para zafar primero ese brazo. Acto seguido, lo usé para golpear la frente del tipo de mi lado derecho antes de que actuara. El débil no supo que hacer, y de nuevo me hallé aprovechando su debilidad. Otro golpe en la frente, como recordatorio de que no debían tocarme.

Ella se llevó las manos a la boca mientras retrocedía unos pasos. Más personas se acercaron, algunas alegando en mi defensa, pero la mayoría estaban a favor de los dos tipos que ya estaban en el suelo. No me inmutó eso. A final de cuentas, yo quería hablar con “Ella”, nadie más. Echó a correr. Me dispuse a alcanzarla, y de nuevo se frustraron mis intentos al encontrarme con uno de mis amigos. Precisamente el primero con quien la viera apenas unos días antes.

Recuerdo su expresión. La recuerdo y me da asco… Era como si me tuviera lástima, como si estuviera actuando de una forma indebida. Estoy seguro que el muy hipócrita hubiese actuado mucho peor si los papeles estuvieran invertidos… De nuevo, mi puño derecho tuvo recepción en un rostro.

Continué en la persecución. Ella no había corrido mucho. La alcancé casi enseguida y de nuevo la sujeté de los brazos, haciendo girar su mirada hacia mí. La miré a los ojos y, aún jadeando ambos, le pedí explicación ante lo que estaba sucediendo. Su respuesta no pudo ser menos satisfactoria: “¡Aléjate de mí! ¡Estás loco! ¡No quiero saber nada de ti! ¿Entendiste? ¡NADA!”

Sólo de pensar en esas palabras vuelvo a sentir ese vuelco en mis entrañas, esa explosión en mi cabeza, esa destrucción de mi amor…

No le respondí de inmediato. Continué mirándola, pero no dije nada. No sé qué es lo que pasaba por mi mente para entonces. Escuché sus palabras, entendí lo que quería decirme y, no obstante, continuaba aferrándola con mis manos. Sé que mi ira no se esfumó ni siquiera en ese momento. Lo sé por la mirada de ella. Tenía en su mirada el miedo…

No sé cuánto tiempo pasó. Con ella me suele suceder. La solté finalmente. Di media vuelta mientras escuchaba sus sollozos y decidí irme. Solo pudimos decir en voz baja pero aún audible y al unísono “Esto terminó”

Por más que intento recordar, no puedo decir el cómo llegué hasta mi casa. La noche aún no caía, así que no anduve vagando mucho tiempo. Es curioso, pero desde ese momento en que dijimos “Esto terminó”, no tengo ningún pensamiento de ella. Pareciera que se esfumara de mi mente tan pronto como dijimos esa frase, del mismo modo parecen haberse ido el resto de mis recuerdos de esta tarde.

Ni siquiera ahora que estoy escribiendo lo sucedido puedo recuperar esos recuerdos de lo que sentí luego de terminar con ella. Creo que es indiferencia lo que siento en estos momentos.

Tal vez era lo que esperaba. Tal vez esto sea lo mejor para los dos…

 

Día 9: Depresión

No. Definitivamente no es lo mejor.

Este día ha sido eterno para mí. No dejo de pensar en ella. Es como si ayer hubiese reservado todo para que hoy me carcomiese.

No fui a verla. No pienso hacerlo. Tampoco le he llamado. No pienso hacerlo. Seguramente, ella tampoco piensa hacerlo. No después de lo sucedido ayer.

Este día ha sido uno de los más deprimentes de mi vida. Las nubes grises parecen esperar el momento en que me descuide para caer sobre mí, con su voluptuosidad oscura que me envolvería en el peor abismo que he conocido hasta ahora… No sé ni lo que digo. Las malditas nubes son del blanco más brillante que he visto en mi vida y sólo se han movido por el viento.

Quería salir por la mañana a caminar, pero fue mayor la pesadez de mi alma, así que no salí de la cama hasta ya entrada la tarde. No probé alimento en toda la mañana, el hambre parece no afectarme hoy. Ni siquiera la sed me acosó en todo el día. Lo poco que probé de alimento y de bebida fueron unas cuantas galletas que encontré en la cocina y un vaso de agua, y con eso me bastó.

No quiero saber nada del mundo, y mucho menos de ella. Pero si así es, entonces ¿por qué anhelo tanto su presencia? ¿Por qué sigo pendiente al teléfono esperando su llamada, una llamada que sé que nunca hará y que aún así creo con todas mis fuerzas que está por llegar? ¿Por qué tiemblo cada vez que pienso en ella? ¿Qué carajos me pasa?

El día me ha parecido eterno. No puedo hacer otra cosa que pensar en ella y en su llamada, en que el siguiente minuto será el propicio para que levante el auricular y que ambos resolvamos esto, que me diga que es mentira lo que vi, que tan sólo era una ilusión… una maldita ilusión de tres días…

Cada momento que miraba el reloj, suponiendo que se había consumido una hora más de mi vida, me percataba con extrañeza que no había sido una hora la que había pasado, sino a penas un par de minutos, y en ocasiones hasta menos. Estaba tan desesperado que comencé a apretar mis puños nuevamente, una y otra vez, y cada repetición la realizaba con mayor fuerza que la anterior. Tan sólo la humedad de mi propia sangre en mis manos fue capaz de sacarme de ese sueño vacío que me ha alejado este día de la realidad. Ese sueño que lleva su nombre y que parece que no terminará hasta convertirse en una pesadilla..

De alguna forma que ignoro, he logrado llegar con cierta cordura al final de este día, y para demostrarme que es verídica tal afirmación, es que escribo en estas hojas sueltas algunos de los pensamientos que por mi mente pasaron hoy… aunque todos mis pensamientos se centraron en ella y en el día de ayer..

Debo hacer algo y pronto. No puedo concebir mi vida sin ella. Pero tampoco puedo concebir mi vida con sus engaños y traiciones. ¿Qué debo de hacer? Pensar en ella me hiere, pero si no pienso en ella simplemente no puedo vivir. Es lo más hermoso que he conocido en mi vida, y ahora está lejos de mí, tal vez para siempre…

Algo debo hacer.

 

Día 10: Decisión

Anoche lo supe.

Durante lo poco que dormí, pude ver en mis sueños la respuesta. Como un halo de luz que buscara iluminarme desde siempre, como si me estuviera esperando pacientemente en mis sueños, ahí estaba, la solución que ayer no pude encontrar en todo el día.

Ya sé qué hacer, y he comenzado a prepararme para ello. Ya tomé la decisión.

En cuanto desperté esta mañana comencé a buscar lo que requería para llevar a cabo mis planes, para poder alejarme de este sufrimiento. Es la única forma en que podré dejar de pensar en ella, dejar de soñarla despierto. No hay otra opción. Si no es de esa forma, ella continuará en mis pensamientos, destruyendo cada eterno minuto de mi vida.

Los materiales que requiero son pocos, y la mayoría serán sólo para confirmar que todo salga a la perfección. En cuanto vea lo que haré, se dará cuenta de cuanto la amo y de cuanto sufrí por ella. Sólo de esa forma todo quedará claro.

Hoy conseguí los materiales, y mañana comenzaré a armar todo.

Esa es la única solución…

 

Día 11: Solución

Ha quedado todo listo.

Muchos dirían que exageré, pero no puedo darme el lujo de fallar siendo esto tan importante. Estamos hablando de mi mayor ilusión… de la razón de mi vida… de mi vida… literalmente…

No estoy loco. Lo sé porque he razonado detenidamente este plan, y he pensado seriamente en las consecuencias. También he pensado en ella, y efectivamente, no hay remordimiento en ninguno de mis pensamientos. Hoy terminaré con mi vida.

Es la única solución. Sólo con mi muerte puedo deshacerme de todo aquello que me recuerda a ella. Todo en mi vida tiene su sello implícito, todas mis posesiones han sido tomadas por su figura, y en cada una de ellas puedo verle con su hermosa e hipócrita sonrisa. Todo mi mundo es ella.

Si, es la única solución. Sólo con mi muerte ella podrá ver el daño que causó, lo cruel de su traición y de sus engaños hacia mí, hacia la persona que la amó más que nadie. Yo pude darle un mundo maravilloso, uno lleno de fantasías y amor infinitos, tan infinitos como su belleza… pero no lo quiso así…

Sólo con mi muerte se podrá dar fin a sus artimañas, haciéndole entender que lo que me hizo no deberá hacérselo a nadie más. No sé si fui el primero, pero estoy seguro de que seré el último. Hoy terminará todo, no habrá más para ninguno de los dos.

Todo está listo y el plan se ha puesto en marcha. De pie sobre una silla lucho por hacer legibles lo más posible mis palabras. Una gruesa soga rodea mi cuello mientras escribo esto lo mas rápido que puedo, ya que el tiempo es de suma importancia. La sangre que hace las veces de tinta brota de mi muñeca izquierda casi como lo hiciera de las palmas de mis manos en los días recientes. A la vez, contemplo en el suelo el vaso de agua ya vacío que me ayudó a pasar por mi garganta las píldoras tranquilizantes. Si, será un largo sueño…

Es hora de terminar esto. Así como me bastó dar un paso al frente para estar a tu lado, para poder conocerte, es así como con un solo paso terminaré con todo.

Adiós hermosa traidora, que fuiste mi perdición al creerte mi salvación. Tú, la única que despertó en mi el amor ardiente que deseaba compartir, y que posteriormente tanto me hizo sufrir. Adiós te digo, musa de la más bella poesía, por que en estos momentos dejarás de ser mi vida.

Adiós…

 

Día 12: Lágrimas

Qué curioso es este asunto de la muerte.

Imaginaba que después de mi último suspiro, del último latido de mi corazón, ya no habría nada. Como si me quedara dormido y ya nunca despertara. Pero no fue así.

He muerto, y por mi propia decisión, pero aún estoy en este mundo. Estoy y no estoy. Puedo ver mi cadáver mientras escribo de nuevo en este diario que creí no volver a utilizar. Soy un fantasma, supongo.

Si escribo es porque al parecer no ha terminado mi venganza. Al parecer, sigo aquí porque aún debo ver algo más, y ni siquiera la muerte es capaz de evitar eso. Tal vez esté destinado a mirarla sufrir. Tal vez es así.

Hoy encontraron mi cadáver en la madrugada. Todo fue de lo más común, incluso puedo decir que lo había visualizado así. Sorpresa, gritos, lágrimas, histeria, dolor, remordimiento, arrepentimiento, sufrimiento…

Salieron a la luz varios sentimientos de los que nuca me había percatado en mis amigos y familiares, y no estoy seguro de si sean sinceros todos ellos. La muerte de alguien suele ser el mejor momento para decir lo que no pudiste decirle en vida, incluso para exagerar cualidades o conferir nuevas.

Todo sucedió rápido y de la manera clásica. Hicieron un par de averiguaciones, encontraron mis notas, se preparó el funeral, se inició el velorio. El velorio es lo que había estado esperando…

Ahí la vi. Tal como lo había planeado, mi antigua musa asistió a mi velorio, a darme el último adiós, como le llaman muchos. El color negro de sus ropas la hacían verse tan bella como la primera vez que nos encontramos, y las lágrimas de sus ojos me hacían recordar esa tarde de lluvia que pasamos juntos, El dolor estaba clavado en lo más profundo de su alma, y yo era el único responsable. Y me alegro de ello.

Verla llorar, arrepentirse de lo que hizo, sufrir en cada instante que miraba mi ataúd, en cada instante que se acercaba a mirar mi cuerpo ahora inmóvil y frío, cada vez que escuchaba mi nombre… Tanto sufrimiento en ella, tanto dolor, tantas lágrimas. Mi plan dio resultado, conseguí lo que quería.

No sé si fui el primero, pero sé que fui el último. El resto de su vida será de infelicidad, el amor dejará de existir en su inmunda vida, esa vida que no quiso compartir conmigo, esa vida que era la razón de la mía. Ahora puedo decir que estamos a mano. He consumado mi venganza.

Es curioso, pero aún después de eso, sigo en este mundo. Tal vez aún me quede algo por ver, algo más de ella que me es necesario tener en mis recuerdos cuando deje este limbo entre la vida y la muerte. Y mientras espero, sigo contemplando su rostro, bañado en lágrimas, escuchando sus lloriqueos y lamentos por no poder haber estado conmigo. Escucharla gritar “¿Por qué se fue? ¿Por qué no le llamé?” me provoca un éxtasis inmenso, similar al que me provocaba con su mirada y sus promesas.

Seguiré viéndola, y seguiré esperando ese momento en el cual pueda continuar con mi vida, o más bien, con mi muerte.

Satisfactoria ha sido mi venganza.

 

Día 13: Verdad

No puedo hacer nada más que reír.

Ahora sé qué es lo que me detenía en este limbo. Ahora conozco todo aquello que me fue ocultado desde el principio. Y ahora que lo conozco, no puedo hacer nada más que reír.

Mi funeral inició temprano. Ella estaba al frente, con un ramo de flores, lista para ofrendármelas a manera de despedida. Los rituales acostumbrados se celebraron, y mientras el ataúd que contenía mi cuerpo fue descendiendo entre la tierra, ella se dejó caer de rodillas frente a él, llorando de desesperación. Luego de llegar al fondo, el ataúd fue cubierto con tierra, y poco a poco se retiraron los asistentes. Pero ella no. Ella se quedó ahí, de rodillas frente a mi tumba.

Yo me quedé frente a ella, pues aún disfrutaba sus lágrimas y sus lamentos en un sádico e inhumano placer fruto de mi paranoia y de mi deseo de venganza. Ella lloró por unos momentos más, y después reveló la verdad de lo sucedido, la verdad que pudo ser definitiva en mis decisiones, y que posiblemente me hubiese salvado de la muerte en la que ahora me he hundido.

Recuerdo sus exactas palabras:

“Si tan sólo te lo hubiese dicho… Si tus amigos hubiesen traicionado nuestro pacto… Si yo no hubiese querido sorprenderte, hoy estaríamos celebrando. Quería hacer algo por ti, algo que te demostrara el amor que te tenía, por eso me quise ausentar un par de días, para dirigirme a tus amigos, a pesar de que ellos me pretendieran hace no mucho tiempo”.

Entonces llegó a mí la revelación, igual que en mi sueño de días antes. Entonces lo supe: mis amigos hablaron mal de ella porque fueron sus pretendientes anteriormente, pero prefirió estar conmigo que con cualquiera de ellos. Ella se quiso alejar dos días para poder preparar todo sin tener tantas presiones. Habló con mis amigos por separado para poder preparar la sorpresa, haciendo un pacto con ellos de que no me revelarían nada. Hizo todo esto por mí, porque mi cumpleaños es hoy…

Y yo lo arruiné. Arruiné su sorpresa, sus planes, nuestro amor… arruiné mi vida y la de ella…

Quise llorar, pero al parecer un muerto no puede hacerlo. Quise gritar, pero nadie me escuchó. Quise disculparme con ella, pedirle perdón por haber hecho semejantes tonterías… pero no pude hacer que me escuchara o que tan siquiera lo supiera. Mis celos fueron la condena, y ahora el último recuerdo que tendrá de mí es esa carta llena de rencor y odio, sentimientos que nunca debieron existir en mi corazón, y mucho menos hacia ella, hacia mi musa…

Pero eso no fue todo. No, el día apenas iniciaba.

La seguí después de que dejara el cementerio, y al llegar a su casa se dirigió inmediatamente a su habitación, cerrando la puerta a sus espaldas. La vi buscar desesperadamente distintas cosas en sus cajones, bajo su cama, en su armario, en toda su habitación. A los pocos minutos, el suelo estaba repleto de fotografías mías y nuestras, fotografías que nunca supe que había tomado pero que ahí estaban. Desde antes de hablar, ella ya se había fijado en mí.

Estaba asombrado, pero sus acciones no habían concluido aún. Tomó todas las fotografías y las llevó hasta el baño, dejándolas caer en la tina. De inmediato, abrió la llave del agua, y dejó que se ahogaran los recuerdos, que algo más que sus lágrimas cubrieran y bañaran mi imagen por última vez. Sí, por última vez…

La vi desnudarse. Mi fantasía era ver caer sus ropas con delicadeza y lentitud, pero sólo la vi despojarse de sus prendas con rapidez, con urgencia diría yo. Luego, entró en la tina, rodeándose de las fotografías, y tomando una en la que los dos nos abrazábamos. Apretó esa foto contra su pecho desnudo, la miró con sus ojos aún empapados por sus lágrimas y por el dolor, y besó mi rostro en la fotografía, con un amor que nunca imaginé que existiera.

Yo seguí mirándola, sin poder hacer nada, gritando para se detuviera, para olvidara que había muerto y que olvidara ese amor. Ahora que sabía la verdad, ahora que sabía que todo había sido mi culpa, le pedía, le imploraba, le rogaba que no hiciera la misma estupidez que yo hiciera cuarenta y ocho horas antes… pero mis súplicas fueron en vano…

Tomó una navaja, no sé de dónde, no la vi. Mi mirada estaba concentrada en sus ojos, deseando con todas mis fuerzas que la cordura no la abandonara como lo hizo conmigo. Vi como acercó la navaja a su muñeca, a la izquierda, como yo. Escuché cómo el agua comenzaba a desbordarse de la tina. La vi presionar su piel con el metal. Escuché sus últimas palabras, un simple “Te amo. Como prometí, estaré contigo en tu cumpleaños”. Luego, la vi desangrarse. La escuché dar su último suspiro. La vi morir…

Esperé por ella, creyendo que me encontraría en este limbo, como si fuese una escena de película romántica. Y entonces recordé que en el limbo sólo estamos las almas en pena…

Por eso, sólo puedo reír. Pero mi risa es de histeria, de locura, de dolor. Mi paranoia y mis celos crearon toda la confusión. Sus buenos deseos e intenciones puras nunca debieron ser puestas en duda por mi estupidez. Sólo puedo reír porque la mayor imbecilidad que pude cometer la cometí. No sólo perdí al amor de mi vida, sino que lo alejé, me despojé de mi vida, y después de ello, miré cómo se consumaba la de ella…

Ni siquiera en la muerte podremos estar juntos. Muy caro pagaré mis estupideces.

Sólo puedo reír…

15 sept 2014

Paradeux

Me rehúso a creer en ese Dios que me describes, al cual amas y por quien darías tu vida.

No aceptaré esa paradoja de la que me hablas, no creo en un destino fijo, y por ello me es imposible concebir un Dios que nos da libre albedrío y al mismo tiempo ya tiene un plan para todo y todos. ¡Es una paradoja! Si tiene un plan para todo, nos posiciona como sus instrumentos, definición que, además, muchos aceptan gustosos. Esto me resulta indignante, pues dejamos a un lado el rol de sus hijos, convirtiéndonos en una especie de juguetes, haciendo lo que nos dicta hacer. Como paréntesis, tal premisa echa abajo toda definición de bueno y malo, pues al estar acatando las instrucciones de ese ser superior, nos remitimos a que toda acción sucede por una voluntad única, la cual crea sus propios rivales y enemigos.

Entonces, no importa lo que hagamos en esta vida, ni siquiera las acciones consideradas como pecados, pues es la traducción de la voluntad de Dios y no de la nuestra, porque ya estamos destinados a ciertos triunfos y derrotas. En términos prácticos, si hago algo de mi vida o no, no hay problema, pues no se trata de mi decisión, sino del plan que Dios tiene para mí, y será ese el que se cumpla, no los míos. Siendo así, ¿para qué esforzarse?

De esa voluntad divina se deriva otro tema muy conveniente para sus adeptos, que es el de dejar todo en las manos de Dios, deslindándose de las responsabilidades de sus actos. No puedo recordar cuántas personas he escuchado decir con seriedad y convicción la frase que tanto enojo y risa me ocasiona: “Así lo quiso Dios”. Y también es usada proyectada hacia el futuro, con el “Será lo que Dios quiera”. No hay mejor pretexto para evitar las consecuencias de las acciones propias que responsabilizar a un ser superior por ello. ¿Quién de los creyentes le va a reclamar al que representa la máxima sabiduría, traducida en un plan infalible y definitivo para todo ser viviente? ¿Cómo asegurar que se ha equivocado en lo que te sucede, si se supone que sus planes son los mejores?

Y siguiendo esa lógica, tal vez el plan que tu Dios tiene conmigo sea el de cuestionar su obra. Si todo lo que acontece en este mundo está apegado a una línea predeterminada por esa deidad, entonces ¿realmente soy un blasfemo al cuestionarlo? Sería la voluntad de Dios la que se estaría ejerciendo, yo sólo sería su instrumento. Es más, la afiliación a su doctrina ni siquiera sería por nuestra voluntad, pues ya hay un plan para ello, ya están destinados a ser santos los que deben serlo, no tienen más que esperar el momento indicado. Incluso los “enemigos” de Dios no tienen culpa real en contrariar a su “padre”, ya que se supone que todos somos “hijos de Dios” y sólo están siguiendo la voluntad de él, quien tiene un plan para todo. El traidor por excelencia, Judas Iscariote, tendría justificada su acción, pues ya todos los acontecimientos que culminarían en la crucifixión de Jesús, hijo único de Dios, estaban predeterminados, por lo que no tendría culpa alguna que atribuírsele. Y como este ejemplo, muchos más en las historias de héroes y villanos que sustentan a varias religiones, no sólo la de ese Dios hacedor de planes.

¿Ves por qué reniego de un Dios así? Porque se convierte en una excusa para todo, lo bueno y lo malo. Demerita y menosprecia todas las acciones humanas, convirtiéndolas en una voluntad ajena y que, por ende, se justifican sin importar las consecuencias. No importa si traicionas o dañas a otros, no importa si eliges mal en la vida, porque al final podrás decir “Así lo quiso Dios” y justificar el resultado de esas decisiones bajo tal premisa.

Ahora bien, estas blasfemias que he mencionado no quieren decir que no crea en una entidad divina. Aún creo, pero no en que hay alguien dictando cada uno de mis pasos y acciones, que ha definido mi destino incluso antes de ser concebido. Me rehúso a creerlo por mera sanidad mental, porque si creyera que así es, perdería sentido mi vida; si estoy destinado al éxito, no tendría por qué preocuparme, y si estoy destinado al fracaso, no tendría por qué esforzarme. Por ello considero sumamente peligroso el creer en esa paradoja de que el destino o que un ente supremo ya ha predispuesto todo para nosotros siendo que, supuestamente, tenemos libre albedrío.

Claro que también considero la posibilidad de estar equivocado en estas palabras, pero siendo así, no habría de qué preocuparse en realidad, pues todo es parte del plan de Dios.

5 sept 2014

Cazador

Ya no recordaba la hora en que había recibido la llamada de su jefe, aún cuando claramente preguntó a su interlocutor si sabía qué hora era y por qué la despertaba. Lo que sí recordaba era la luna escondiéndose entre las oscuras nubes denotando que aún faltaba mucho para el amanecer.

Judith llevaba en su mano derecha el café adquirido en el minisúper contiguo al edificio donde laboraba, mientras que con la derecha parecía hacer malabares con las hojas del expediente que le dieran al entrar en su área de trabajo. Ahí estaba toda la información que necesitaba, o más bien, con la que disponían en el departamento policiaco, y no era demasiada en realidad. La mayoría de las hojas mostraban datos aleatorios que los capturistas y supuestos investigadores habían anexado y considerado como relevantes, como el historial escolar y médico de las víctimas, pero sólo para dar más volumen a la carpeta que de manera irremediable terminaría archivada en los estantes de casos sin resolver.

Caminó por los pasillos casi vacíos de la oficina, leyendo los pocos detalles que consideró importantes para el interrogatorio. Llevaba años estudiando ese caso... pero el estudio oficial difería mucho del estudio real, así que su conocimiento del criminal en cuestión era escaso, muy similar al que los medios de comunicación habían ofrecido cuando se dio a conocer, es decir, muy difuminado e incierto. Lo que sí sabía con seguridad era que todas sus víctimas eran inocentes.

Era como la mayoría de los asesinos seriales, nadie le dio importancia hasta que no fue demasiado tarde. Se requirieron seis víctimas para que la policía comenzara a ser cuestionada por la prensa, y muy probable era que ayudara el que esa sexta víctima fuese una de las celebridades con más carisma en la ciudad, el joven sacristán de la parroquia principal, famoso por sus declaraciones tan sinceras respecto a su vida en la Iglesia y que develaron algunas irregularidades en el funcionamiento de la burocracia eclesiástica de la zona. A la mente de Judith acudieron los recuerdos del escándalo inmediato que se suscitó y de las agresivas pero falsas acusaciones contra el sacerdote en turno. Tardaron cerca de medio año en dejar claro que el homicidio no fue cometido por nadie del clero, pero que sí estaba relacionado con anteriores muertes que en su momento consideraron “normales"”, como si morir con una bala en el corazón fuese de lo más normal.

Al fin llegó al interrogatorio que, por tratarse de un caso tan delicado, se realizaba en la oficina del director de seguridad. Cuando supo de ello, Judith sospechó que el supuesto asesino estaba “bien parado” y que en cuestión de minutos saldría libre por falta de huevos, aunque el reporte dijera que era por falta de pruebas. Eso le había enfurecido bastante al punto de olvidar su termo cargado de cafeína en el comedor de su departamento.

Sin embargo, cuando los dos policías uniformados le dieron acceso a donde se encontraba el sospechoso, se disipó su idea de con quien iba a tratar los siguientes minutos.

-Al fin llega. Este es el presunto asesino –dijo su superior, el prospecto a dirigir la seguridad pública de la ciudad, el comandante Reynaldo, mientras señalaba al sujeto sentado frente a él-, así que a trabajar. ¿Ya tiene toda la información?

-No toda, jefe –Judith sabía que su jefe odiaba que sus subordinados no estuviesen preparados, pero confiaba en que esa ocasión fuese la excepción de su ira-. Espero pueda auxiliarme con los detalles de la detención.

-Lo vieron y detuvieron cerca de la que ahora consideramos la más reciente victima del “Cazador” –respondió Reynaldo con algo de impaciencia, pero con más ansiedad y preocupación-. Se ha negado a hablar, Judith.

-¿Judith? –preguntó de inmediato el presunto “Cazador” al escuchar el nombre y lo que pareció un brillo de ilusión apareció en sus ojos- ¿Te llamas Judith?

-No tiene por qué responder, recuerde que el interrogado es él, no usted.

-Lo sé –respondió Judith a su jefe mientras acercaba una silla a donde se encontraba sentado y atado el sospechoso-, pero si vamos a hablar de lo que ha hecho, al menos puede saber con quién tratará. Sí, me llamo Judith, ¿y tú quién eres?

-No me reconoces... Claro que no me reconoces, aún no despiertas, no te has enterado de lo que sucede, lo entiendo. A mí también me sucedió al principio, con la confusión, las voces, todo eso.

-¿Cuáles voces? ¿Sabe por qué está aquí?

-Las voces... –el sospechoso miró a Judith fijamente, explorando su semblante por unos segundos y en silencio- No, tal vez aún no. Entonces no tiene sentido que hablemos, no se ha enterado, no es el momento.

-Es el momento, no hay mejor momento para hablar al respecto. ¿Qué le parece si se relaja un poco mientras voy por un café. ¿Quiere uno?

Sólo obtuvo silencio, pero con la mirada aún fija en ella. Judith se dirigió a la puerta y con una seña discreta llamó a Reynaldo al exterior también.

-No me dijeron que estaba así. No soy especialista en tratar con gente... así.

-Lo sé, y no la hubiésemos llamado si no se tratara de algo importante. Ese tipo de ahí adentro fue visto estrangulando a un niño de once años en la calle. ¡Once años! Tenemos encima a cuatro medios preguntando al respecto, Dios sabe como se enteraron, y el escándalo va a llamar mucho la atención al amanecer. Necesito una confesión grabada y firmada, ya sabes cómo son los activistas y reporteros de insistentes para echarnos en cara hasta nuestros aciertos.

-Si es que los tenemos...

-Lo que quiero decir –continuó Reynaldo, sin dar mucha importancia a la interrupción de Judith-, es que ese tipo no había dicho palabra alguna hasta que llegaste, lo cual es buena señal. Tal vez decida confesarse contigo y así evitaremos todo el juicio y demás tonterías. Lo que quiero es dar resultados cuanto antes, y si es cierta la sospecha de que es el responsable de los otros asesinatos, podemos dejar de agrandar nuestra colección de misterios sin resolver, ¿me explico?

-Creo. Pero no deja de sorprenderme la facilidad con que habla de muertes y fatalidades, como si fuera cualquier cosa.

-No se confunda Judith –el tono severo que Reynaldo adoptó la desconcertó-. Lamento los asesinatos y todo incidente que esta ciudad y sus habitantes han sufrido, pero si me pongo a llorar cada uno, la cuenta seguirá aumentando y no habrá quienes les pongan fin. Para eso estamos aquí. Al menos, algunos estamos para eso.

 

Cuando entró por segunda ocasión a la oficina, Judith sintió un clima muy diferente, casi agradable. El hombre ahí sentado la miraba con fijeza, pero era un mirada curiosa, como si la conociera de algún otro sitio y tratara de adivinar cuál. Trató de ignorar esa mirada y se dispuso a interrogarlo, poniendo el segundo café que llevaba cerca del “Cazador”.

-Bien, ya sabe mi nombre, creo que es justo que usted me diga el suyo.

-Gabriel –respondió de inmediato-. Mi nombre es Gabriel, y me da gusto conocerte, Judith.

-A mí no, así que no prolonguemos esto demasiado. ¿Sabe por qué está aquí?

-Si. Porque Dios así lo quiso. Porque tenía que encontrarme contigo.

-¿Conmigo? –la duda le asaltó por un instante, pero se contuvo de llamar y preguntar a Reynaldo al respecto- ¿Sabía que yo estaría aquí?

-No, yo no se cómo pasarán las cosas, no soy adivino. Yo sólo soy un mensajero.

-Es un asesino, según parece. Lo sorprendieron mientras le quitaba la vida a un niño.

-No, no se la quitaba. Lo estaba...

Como si recordara algo, el “Cazador” se detuvo, abrió los ojos y giró rápido la cabeza hacia su lado derecho. Judith esperó un poco para continuar.

-¿Quiere café?

-No sabes de lo que hablo, ¿cierto? Aún no te ha hablado, todavía no te ha asignado tu misión, por eso me ves como el enemigo.

-No lo veo como un enemigo, sino como un criminal, y por lo tanto necesito escuchar de su propia voz si es culpable del delito por el cual se le acusa.

-No he hecho nada malo, ¡a todas esas personas les hice un favor!

-¿A todas esas personas? ¿Qué personas?

El Cazador se sacudió en su silla y, en su intento por zafarse de sus ataduras metálicas, cayó junto con su silla, quedando sobre su costado derecho, arrastrándose hacia la puerta. Judith a penas se estaba levantando de su asiento cuando Reynaldo, acompañado de uno de los guardias de la puerta, entraron e inmovilizaron al sospechoso.

-Así que hay más víctimas, maldito. ¡Dinos cuántos más mataste, hijo de puta!

Los siguientes minutos serían bloqueados por la mente de Judith, pero Reynaldo sí tendría muy presente los golpes y patadas con que casi acribilla al presunto asesino. Cada tres o cuatro golpes iban acompañados de una pregunta, y cada pregunta sólo era respondida con silencio o algunos gemidos de dolor. Cuando el guardia se dio cuenta de que su jefe se estaba excediendo con sus métodos e intervino para calmarlo, la sangre ya cubría casi por completo el rostro del acusado y una especie de sollozo se deja escuchar a la par que el jadeo de cansancio de Reynaldo.

-Eso era innecesario.

-Me vale madres. Este tipo es un asesino, y si tengo que destriparlo con mis propias manos para que confiese, lo haré sin dudarlo –respondió Reynaldo, aún agitado y con una ira paralizante en su mirada.

-¿Qué quieren que confiese? No son sacerdotes para que me confiese ante ustedes –alcanzó a decir, con dificultad, el interrogado-. Creen que yo maté a a esa gente, pero no fue así. No las maté, les di un propósito, uno que tú pronto compartirás, Judith.

-¿Ahora amenazas a mi gente, imbécil? –una nueva patada fue colocada en el abdomen de Gabriel.

-No... no la amenazo... le estoy haciendo una promesa. Pronto, Judith. Muy pronto te unirás a mi misión, porque no es misión de uno, no. Somos varios, y poco a poco nos encontraremos, ¡es nuestro destino! ¡Es la voluntad de nuestro señor y salvador!

-¿Cuál misión? –las preguntas de Judith ya no tenían como finalidad el encontrar culpable al “Cazador”, sino saciar su propia curiosidad- ¿A qué te refieres con que somos varios?

-Creí que otros serían avisados antes que yo... a fin de cuentas, sólo soy el mensajero...

-Mejor que te calles el hocico y sólo lo abras para confesar que eres un asesino –Reynaldo era contenido en su furia por el guardia, quien con dificultad lo mantenía a distancia de su víctima.

-No... no lo soy... no soy un asesino. A esa gente no la maté, sino lo contrario, fui el instrumento para que iniciaran su nueva vida. Soy como un cazatalentos, yo sólo los recluté.

-¿Reclutas cadáveres?

-Su carne y huesos no me importan, sino sus almas. Reclutaba sus almas

Almas. Esa palabra resonó en los oídos de Judith, quien de inmediato tomó la carpeta con la información de las víctimas y revisó con rapidez y a conciencia los datos que ahí explicaban.

-Jefe, ¿notó algún patrón con las víctimas del “Cazador”?

-No. Eran personas sin historial criminal, casi inexistentes para nosotros o las pandillas de la ciudad. Sin parentescos o conexiones entre sí, ni siquiera vivían cerca. Lo único notable sería que cada vez eran menores.

-Si, eran víctimas inocentes y cada vez menores, es decir, más inocentes.

Reynaldo intentaba procesar el posible descubrimiento de Judith, y Gabriel comenzaba a sonreír, como si él ya hubiese descubierto el misterio... a pesar de que él mismo lo había realizado.

-Exacto, Judith. No podía reclutar a cualquiera, por eso fui elegido. Debía encargarme de tener a los mejores de nuestro lado.

-¿Mejores? ¿De qué lado?

-¡A los mejores guerreros! Necesitamos estar preparados para la guerra, y ellos nos superan en cantidad, así que debemos superarlos en calidad.

Tanto Judith como Reynaldo e incluso el guardia se miraron por unos instantes, confusos ante las palabras de Gabriel. Tal vez los golpes no fueran la mejor opción en posteriores interrogatorios, al menos los golpes en la cabeza.

-Estás loco. ¿Cuál guerra? ¿Y cómo irán a esa guerra tus “reclutas” si ya los mataste?

-No lo entienden... no los culpo, yo tampoco lo entendía al principio, y eso que fui elegido para entender... –con dificultad, Gabriel se intentó levantar, pero estando atado le sería imposible, así que sólo se acomodó sobre su codo derecho y miró con solemnidad a sus captores mientras hablaba- Yo soy un mensajero de Dios, soy su reclutador. Las personas que he enviado a su presencia son para ayudarnos a engrosar las filas del ejército de la luz.

Reynaldo no pudo evitar hacer una mueca de exasperación y dio media vuelta, dirigiéndose al extremo contrario de la oficina para evitar perder los estribos otra vez. Pero Judith y el guardia continuaron atentos a las palabras de Gabriel.

-La guerra siempre ha existido, es la eterna batalla del bien y el mal, la luz y la oscuridad. Antes había equilibrio, no se podía definir un ganador así sin más. Pero ahora... ahora han cambiado muchas cosas. Basta con mirar las calles de esta ciudad para descubrir que el mal ha ganado terreno y adeptos, que el equilibrio se ha alterado y eso sólo significa una cosa: el ataque es inminente. Es lo que todo ejército hace, atacar cuando comienza a cobrar fuerza y su rival se debilita, es una táctica simple y efectiva. Por eso fui honrado con la misión de reclutar, y estoy casi seguro de que sucederá similar contigo. Tú también reclutarás inocentes para Dios.

Un ligero escalofrío recorrió la espalda de Judith. Miró de reojo a su jefe, quien parecía estar lidiando con dudas diferentes a las suyas, y antes de que pudiera hacer su última pregunta al acusado, Gabriel continuó hablando con una firmeza que la impactó y mantuvo quieta en su asiento.

-Sé que me consideran un asesino, pero si pusieran atención a la ciudad que deberían proteger, se darían cuenta de que la realidad es otra. Aún si no tuviera esta sagrada misión, el sacar de este mundo nefasto a esas inocentes criaturas fue un acto de bondad. Está mal que yo lo diga, pero así es, impedí que se corrompieran en la inmundicia de la humanidad, así como ustedes o incluso yo. A mí se me concedió una segunda oportunidad, me fue asignada una tarea difícil. ¿Cree que cualquiera podría hacer lo que yo? Tuve mi dudas al principio, porque soy yo quien debe vivir con el recuerdo del último aliento de tantos hermanos de la luz... pero me sobrepuse al pensar en la finalidad. Los últimos años han sido ganancia del mal con todas esas personas y sus pecados, condenándose al infierno, tal vez a propósito... –Gabriel comenzó a sollozar, y una gota límpida brotó de su ojo izquierdo, limpiando a su paso los restos de sangre que había en su mejilla- Todas esas almas fueron a parar en el ejército de la oscuridad, la balanza dejó de ser justa, y si en este momento iniciara la verdadera batalla, perderíamos sin oportunidad alguna... Por eso necesitamos a más personas en el paraíso, y ahí sólo pueden llegar los inocentes. Por eso tuve que enviar con Dios a todas esas personas, en especial a los niños, porque necesitamos más guerreros del bien, ¡necesitamos ángeles!. Por eso he estado reclutando, y como yo, vendrán más reclutadores, tú incluida, Judith...

Nadie habló. Reynaldo había escuchado todo, pero parecía querer ignorarlo y olvidar lo sucedido. El guardia mostraba sorpresa y curiosidad. Y Judith, sin quitar la vista de Gabriel, tragó saliva. Se dio cuenta de lo razonable y convincente que le resultaba el argumento del Cazador. O más bien, del Reclutador.

7 ago 2014

Previsión

-No entiendo por qué no tienes novia.

Había perdido la cuenta de las veces que le decían esas palabras. Ni siquiera se molestó en responder al joven de anteojos a su derecha, se limitó a encogerse de hombros y beber un trago más, con la mirada perdida en la multitud que ante ellos bailaba.

-En serio, no entiendo por qué. Incluso te lo dijo mi hermana, tienes buenas cualidades, de esas estilo príncipe azul...

-Tal vez no les resulto tan guapo o atlético como intento aparentar –interrumpió con la esperanza de dejar el tema.

-No, no es eso. Mira a ese tipo –señaló a un hombre entre los bailarines en aquella fiesta-, parece extra de película de zombis, no tiene complexión atlética ni atractivo alguno, y aún así se las ingenió para andar con... ¿cómo se llamaba?

-No lo recuerdo –mintió, aún cuando recordaba a aquella mujer que había sido su pareja en secreto un par de días-, pero sé a quién te refieres.

-Pues eso, que ese tipo anduvo con ella, y no se puede decir que sea un caballero, o siquiera gracioso. Es grotesco, y te lo dice un experto en el tema. Aún así, anduvo con esa chica que no estaba nada mal, y duraron varios meses. ¿Me vas a decir que él es más guapo, atlético o mejor opción que tú?

Miró a su amigo de soslayo, no como reclamo, sólo con cierto hartazgo. Pero el joven no notó la mirada y continuó indagando.

-No lo tomes a mal, pero igual y necesitas ser más aventado. Tienes amigas preciosas, y por lo que he visto, más de una podría ser tu novia si así lo quisieras.

-¿Y si no es lo que quiero? –preguntó con cansancio. Giró por completo para quedar de frente al joven de anteojos y esperó una respuesta.

-¿Cómo que no quieres? ¿No te gustan o qué? Digo, respeto si son otros tus gustos...

-Gracioso que eres. Lo que digo es que son atractivas, sí. Y también inteligentes, divertidas y de plática amena. Seguramente debe ser un placer cada instante que uno pase al lado de ellas...

-¡A eso me refería con las cualidades! Tienes labia, sabes decir las cosas como pocos, de manera elegante. ¡Hasta rimas frases!

-Coincidencias. Y tienes razón en parte, eso de la labia ayuda mucho al momento de estar con alguien.

-¿Entonces? ¿Por qué no estás con alguien?

-No sabía que era una obligación tener pareja.

-Pues no lo es, pero definitivamente es algo que complementa a las personas.

-¿Complementa? Lo dudo, no a todos. Hay quienes estamos a gusto en la soledad.

-Tú no. Te conozco lo suficiente para saber que no te gusta estar solo. Te gusta ser solitario, pero no estar solo. Recuerdo la conferencia de hace unos meses, fuiste el primero en afirmar que la soledad es de los peores males de la sociedad actual.

-No significa que no disfrute la soledad.

-De acuerdo, te concedo eso. Pero sé que no quieres estar solo toda tu vida, se te nota en los ojos.

-¿Entonces puedes leer la mirada de las personas?

Interrumpió la respuesta con un ademán de su brazo, pidiendo brindar por el cambio de música. Fue secundado y, luego de que ambos sorbieran un poco de sus bebidas, continuaron.

-No es que lea la mirada, pero el cansancio que se nota en tus ojos revela algunos aspectos de ti. Por ejemplo, que no quieres estar solo. ¿Cómo decirlo? Te gusta tu espacio, pero quieres compartirlo con alguien.

Adelantó un trago más a su bebida. El joven de lentes miraba la pista de baile y de reojo a su compañero de borrachera. Este último suspiró y, sin apartar la vista de un vacío inexistente, respondió.

-Cierto, me gusta mi espacio y mi privacidad. Tal vez sea una consecuencia de estar sin pareja tanto tiempo, no lo sé. Pero estoy a gusto así –se acomodó en la silla-. Y sí, también es cierto que me gustaría compartir ese espacio, incluso mi vida, con alguien.

-Pero...

-Pero muchas cosas –un vistazo a su vaso medio vacío, un movimiento de muñeca para hacer que el agua de los hielos se distribuyera-. Puedo ver el futuro.

-No mames.

-No como te imaginas, al estilo vidente de bola de cristal y esas cosas, así no. Puedo verlo así como tú dices que pudiste leer mi mirada, de una manera que, creo yo, todos deberíamos poder, o siquiera intentar.

-¿Y cómo es eso?

-Evaluando.

Un silencio en su charla dio paso a una nueva canción en la pista de baile. La mirada incrédula detrás de los anteojos hizo que continuara justo donde se había quedado.

-Evalúo a las mujeres que me interesan. Lo hago desde el primer momento y hasta que logro formarme una idea de cómo es. Hay ocasiones en que tardo, algunas veces me basta cruzar un par de diálogos.

-¿Entonces puedes conocer a una mujer con sólo platicar un poco?

-Mujer, hombre, cualquier persona. No es un método exclusivo mío, ni cien por ciento seguro, obviamente, pero te da un buen panorama de las posibilidades. Tampoco es algo que se logre al primer intento, lleva su tiempo y uno se va acostumbrando a detectar ciertos patrones o señales.

-Estás empezando a hablar raro y no tengo ganas de una terapia psicológica en estos momentos...

-Tú lo iniciaste. Además, no soy psicólogo, sólo observador. Y está relacionado con el por qué no tengo pareja.

Un breve silencio seguido de aplausos les indicó que los músicos en turno tomarían un descanso, pero la música continuaría de manera artificial.

-O sea que las observas y decides que no te convienen.

-No en todos los casos. A veces soy yo quien no les conviene, otras veces sólo tenemos un chispazo de empatía que no promete durar mas de unos días u horas. Algo tan efímero no me suele resultar llamativo, y cuando logra convencerme la posibilidad, prefiero la discreción.

-¿Cómo que discreción?

-Evitar hacer pública esa relación. Nunca se sabe cómo te afectará tener un historial de cien relaciones “de un rato”.

-Bueno, pero esa cantidad ya es una exageración también.

-Puede ser, tan exagerado como quienes piensan que encontraron al amor de su vida luego de unos días de convivencia. Nunca he entendido eso, cómo pensar que podrás pasar el resto de tu vida (que suponemos serán al menos unos años) con una persona a la cual recién estás descubriendo. Te aseguro que familiares con los que convives casi a diario no te conocen lo suficiente, pero la oportunidad de conocerte totalmente y de estar contigo “toda tu vida” se la darás a una persona parcialmente desconocida.

-Ya vas a empezar de amargado –sonrió y dio otro sorbo a su vaso, ya casi vacío.

-No me puedes culpar porque la realidad sea amarga.

-Mejor explica más lo de adivino. Eso de ver el futuro no me termina de quedar claro.

-No veo el futuro, evalúo las posibilidades y hago una previsión. Es cuestión de observar a una persona, ver qué hace, poner atención en lo que dice, en cómo lo dice, incluso a quién mira cuando lo dice. Te digo, no es algo que sólo yo haga, incluso hay atajos ya predeterminados. Por ejemplo, haz escuchado eso de que no se debe hablar de un ex en las primeras citas, ¿no?

-Si, es como una ley no escrita.

-Y muy acertada. Pero alguien debió observar y comprobar los resultados antes de declararla “ley”, ¿no crees? Alguien debió poner atención en que las personas, cuando mencionan a su ex en las primeras charlas con una nueva pareja potencial, dan a entender que aún no terminan esa relación, al menos en sus pensamientos. Por ende, es dañino para la nueva pareja, pues uno de ellos seguirá atado al pasado y el otro tendrá que mantenerse en el presente por ambos, y rara vez se logra algo bueno de esas situaciones.

-¿O sea que vas a hacer tus propias leyes para las relaciones?

-Ya las hice, al menos para mis prospectos de relaciones. Hay detalles, frases, actitudes y demás cosas que las personas solemos usar cuando estamos con alguien que nos agrada. Nos delatamos en cierto modo y a propósito, queremos que nuestra pareja se dé cuenta de lo que nos hace sentir. Si las señales son adecuadas y se captan bien, esa pareja tiene posibilidades de tener una entretenida y cursi historia.

-Déjame adivinar, tú no encuentras posibilidades con las mujeres que te gustan y por eso dejas de insistir.

-No es tan simple como lo dices –respondió luego de un suspiro que parecía expulsar parte de su alma-. Con algunas sí me ha sucedido así, y lo mejor que puedo hacer es alejarme. Pero hay unos pocos casos distintos, mujeres con quienes puedo imaginarme en el futuro y con quienes creo que vale la pena intentarlo. Y también los hay en que sé que no hay futuro a largo plazo, sólo obstáculos y complicaciones que nos desgastarán a ambos... y aún así decido arriesgarme esperando equivocarme en mi previsión.

-Creo que sé con quién te sucedió eso.

Ambos terminaron con sus bebidas y pidieron al mesero que se acercaba a ellos que resurtiera sus vasos. Luego de inaugurarlos con un brindis, continuaron platicando.

-Con ella sucedió algo... curioso. Yo no tenía intenciones, ilusiones, nada. Me agradó encontrarme con ella, estaba a gusto con su compañía.

-¿Y por qué terminó como terminó?

-Porque me ilusioné –dio un trago, el más prolongado hasta el momento-. Cuando comencé a conocerla mejor, me di cuenta de que el largo plazo sería complicado entre nosotros. No necesariamente sería letal, sólo difícil de sobrellevar. Pero en esos días ya me sentía contento a su lado, la hice parte de mi vida en maneras que no creí posibles con nadie, al menos en tan poco tiempo. Esa fue nuestra perdición. Bueh, la mía.

-No veo por qué fue perdición si estabas feliz.

-Porque me ilusioné con poder mantener esa felicidad. Yo sabía que, tarde o temprano, nuestras diferencias mayores emergerían y causarían fricciones en nuestra relación. Lo sabía y aún así fui tan iluso como para arriesgar la amistad que pudimos mantener desde el inicio.

-El que no arriesga no gana, ni te mortifiques.

-¿Más? –una mueca de sonrisa acompañó su respuesta- Sé que no suena muy creíble, pero lo que me duele es el haber predicho lo que sucedería y aún así continuar con mi necedad. Sabía que perdería y aposté todo. Eso es lo que me duele.

-Creí que saldrías con alguna frase cursi de que te duele lo que ella está pasando o algo por el estilo.

-Sí y no. Me dolería si supiera que ella está pasando por un duelo similar, pero sé que sobrelleva mejor la situación, es una mujer fuerte que se enfoca en vivir los momentos. Es más inteligente que yo.

La música se detuvo otra vez para dar paso al maestro de ceremonias, al cual sólo dos personas ignoraron en su discurso.

-Suena raro eso que dices. Y deprimente. El analizar las relaciones de esa manera cuando ni siquiera han empezado... no me lo tomes a mal, pero si no pudiera controlar esa “habilidad”, no me gustaría ser tú –dijo mientras giraba su silla en dirección al presentador para escuchar sus palabras.

-A mí tampoco –alcanzó a susurrar antes de terminar su bebida de un trago.

5 ago 2014

Mosca

Una mosca parada en la pared. Fue lo primero que vi al entrar en esta habitación, así que la ahuyenté de inmediato. También me aseguré de que hubiese suficiente luz, que el ambiente en el interior fuese fresco y que los ruidos que pudieran llegar desde la calle o las casas vecinas se minimizaran. Apagué mi teléfono celular y desconecté todos los aparatos eléctricos a excepción de la computadora, donde realizaría mi trabajo. Previamente había cancelado mis compromisos del día, hice todo lo que pude para estar tranquilo y sin interrupciones de ningún tipo, pues es de gran importancia que concluya este proyecto a tiempo. Todo parece estar bien.

Comienzo a escribir con rapidez. Debo terminar hoy el texto para poder entregarlo mañana a primera hora, no puedo distraerme. Me aseguré de que nada me faltara en esta habitación, tengo comida y bebida para sobrevivir el desgaste mental, mis amadas galletas con chispas de chocolate y suficiente agua. Nada de música, nada de ruido además del de mis dedos presionando las teclas de la computadora portátil que me prestaron en el trabajo. Silencio completo. Casi completo.

Dejé la ventana abierta para poder sentir un poco la brisa nocturna e impedir que el aire se atrofie demasiado en mi habitación. El olor de las galletas me es casi imperceptible, pero prefiero prevenir antes que distraerme... lo cual sucede inevitablemente a los pocos minutos de haber iniciado mi labor. Un claxon potente estremece la calle, y los residuos de su escándalo llegan hasta mis oídos. Mi cuerpo se estremece, más por enojo que por sorpresa. Me asomo por la venta y descubro un tráiler intentando dar vuelta en la esquina donde se encuentra mi hogar. Me resulta extraño, ya que hay suficiente espacio en la calle para que maniobre, pero al mirar el panorama completo descubro el motivo de los pitidos: un automóvil ha intentado pasar antes que el tráiler cuando este ya estaba muy avanzado en su maniobra y no puede continuar hasta que el conductor del automóvil decida retroceder algunos centímetros. No sucede nada además de una nueva orquesta de cláxones secundando la protesta del trailero. No logro comprender cuál es la lógica del automovilista, ya que nadie, ni él, el trailero o el resto de autos que ya hacen fila detrás de ambos, podrán pasar por la calle hasta que no decida retroceder un poco. Sólo se me ocurre que es demasiado orgulloso (otras palabras cruzan mi mente) para admitir que se ha equivocado, y que prefiere llevar hasta el final su error.

Por fortuna, un agente de tránsito se acerca y logra convencerlo, o algo así, de que haga lo mejor para todos. En menos de cuarenta segundos ha quedado libre la vialidad otra vez, dejando un tolerable ruido de motores como fondo musical.

Un único zumbido ligero llama mi atención. Por reflejo muevo mi mano para alejar a cualquier insecto que esté cerca. Tal vez entró alguno mientras estaba la ventana abierta, así que pongo remedio a ello privándome de la brisa y me quedó unos instantes de pie, en medio de la habitación, esperando que se delate el invasor.

El ruido surge desde mi lado izquierdo y con la mirada busco al causante mientras mis manos buscan un trapo o algo que me permita atacar a distancia. Una playera que usé ayer y que olvidé llevar al cesto de ropa sucia será mi arma contra la mosca que se ha posado en una de las puertas del closet. Es pequeña pero ruidosa, y unos segundos después descubro que también muy lenta, pues no me cuesta trabajo asestarle un golpe. No me molesto en buscar los restos, el objetivo se ha cumplido y el día de mañana tendré que limpiar la habitación, así que no tiene mayor importancia. Lo importante es continuar escribiendo.

No quiero ver el reloj que se muestra en la parte inferior de la pantalla, solo quiero concentrarme en las letras que voy colocando para darle sentido a mi texto, pero la curiosidad es mayor y de reojo confirmo que sólo han pasado cuarenta minutos, poco más, desde que inicié y el avance logrado es bastante prometedor. De seguir con este ritmo, puede que duerma tranquilo.

Otro zumbido. Me desconcierta, más que molestarme. Creí haber dejado cerrada la ventana y la puerta de la habitación, así que miro a ambas para confirmarlo. Cerradas. Tal vez no alcancé a la mosca en un primer momento, como imaginé. Continúo escribiendo antes de que la idea que tengo planeada para el siguiente párrafo se me escape, pero un nuevo zumbido termina por borrarla. Me levanto de mi asiento y busco de nuevo mi arma, mi playera, y comienzo con la cacería.

Encontrar una mosca no es tan complicado, pero son muy ágiles, y esta en especial me lo ha demostrado al escapar de mi primer ataque. De nuevo me coloco en el centro de la habitación, atento a cualquier movimiento, a la más pequeña sombra que el foco situado sobre mí pueda revelar. No hay zumbidos. Espero un lapso que me parece tedioso, mirando las paredes, las puertas del clóset, el pequeño mueble que me sirve de escritorio, la cama individual que espero poder utilizar esta noche. Nada de mosca.

El tiempo sigue corriendo, así que mejor será que reanude mi escritura. Tomo un par de galletas con una mano y con la otra acerco el vaso con agua a mi boca, pero antes de que logre saborear el líquido vital, reaparece la mosca y su característico y desesperante cántico justo frente a mí, haciendo que derrame el  agua al hacer un ademán para alejarla. No puedo evitar el enojo y mastico con fuerza las galletas mientras mee agacho para recoger el vaso que yace en el suelo, pero mi vista está fija en otro punto.

Una mosca parada en la pared. Al menos ahí estaba hace unos minutos. Ahora, revolotea por toda la habitación con su zumbido desesperante atacando mis oídos en intervalos variables. No podré continuar mi trabajo mientras siga libre ese insecto, lo sé. Me conozco y estoy seguro de que tendré los nervios alterados al máximo con otro par de veces que pase cerca de mis oídos, burlándose de mi mala puntería cuando intenté abatirla.

Un nuevo zumbido, ligero al inicio, rápido, a penas audible. Respiro profundo tratando de calmarme. El gusto me dura poco, me muevo con brusquedad agitando los brazos al sentir un cosquilleo tan mínimo como veloz en mi oreja izquierda. Debo deshacerme de esa mosca cuanto antes.

La busco con la mirada, pero es inútil. Su errático y veloz movimiento es demasiado para mi vista, y mi oído parece propiciar mi condena antes que auxiliarme. En mi desesperación, lanzo golpes con el pedazo de tela que aún uso como arma, todos al azar, imaginando los lugares entre los que se desplazará, intentando adivinar la siguiente escala de su vuelo. Con cada golpe fallido incrementa mi furia por la impotencia y por lo estresante del sonido que sus alas emiten.

Me detengo más por cansancio que por acierto, y tratando de controlar mis  jadeos, presto mayor atención al silencio reinante en la habitación. Ningún zumbido nuevo. Al parecer, mi estrategia, si se le puede llamar así, funcionó y logré derribar al molesto insecto. Celebro mentalmente y con una sonrisa me dirijo a mi lugar de trabajo, reparando a penas en que uno de los golpes que lancé alcanzó la pequeña computadora portátil que me prestaron en el trabajo, dejándola en el suelo, al lado de los restos de mi bebida.

Mi estupor va frenando mis pasos, no termino de creer que fuera tan descuidado y que no me diera cuenta del momento en que tiré el aparato. Me arrodilló y lo tomo entre mis manos, como si de un pequeño cachorro se tratara, y reviso si aún funciona. No tengo de tiempo de ver la pantalla, mi oído derecho capta un zumbido, esta vez demasiado cercano, como si la mosca quisiera posarse en el interior de mi oreja. Es demasiado, cierro mis ojos tratando de controlar sin éxito un arrebato de ira recorre mi nuca y llega hasta mis brazos, que sin dudarlo arremeten contra la amenaza de la mosca. Manoteo y maldigo, como si se mantuviera cerca aquel insecto, y en ese lapso que escucho un golpe en la pared, seguido de uno en el piso. Abro los ojos y veo la computadora a unos metros de distancia, rodeada de piezas que no logro reconocer pero que sé le pertenecen, y que podría apostar son necesarias para su funcionamiento.

Grito, manoteo de nuevo, recojo mi hasta ahora inútil arma de tela y comienzo con la cacería, esta vez en serio...

 

Ignoro cuánto tiempo ha pasado. El solo no me es útil para conocer la hora, pero mi cansancio me hace imaginar que han sido más horas de las que podría aguantar normalmente. Es probable que mi límite de tiempo para entregar el texto haya pasado, y aún si no fuese así, no cuento con herramientas para completarlo. Miro a mi alrededor, con ese silencio parcial que ocurre en intervalos, antes de que la mosca vuelva a pasar cerca de mí, burlándose con su zumbido de mi poca paciencia y mi extrema desesperación.

Me encuentro en una esquina de la habitación, mirando la totalidad de esta, indagando en cada rincón el posible movimiento de mi enemigo. En cuanto escucho su aleteo veloz miro en la dirección donde el sonido parece originarse, pero siempre es demasiado tarde, nunca puedo alcanzar a verla. Me duelen mis brazos, mi garganta se ha secado de tanto gritar y maldecir, mis piernas tiemblan de ira, expectantes al siguiente salto. No puedo más, el zumbido es horrible, carcome mis tímpanos y causa efectos devastadores en mi cordura y fisionomía con cada escalofrío que me ocasiona. Hago lo único que se me ocurre, lo único diferente que he hecho desde anoche: cubro mis oídos con las manos, aislándolos del ruido, me doy por vencido en esta cacería, he sido derrotado por una mosca.

Pero mi derrota no es suficiente, según parece. Mis manos presionan ambos lados de mi cráneo, aplastando mis orejas, y aún así puedo escuchar el burlón zumbido, la maldita mosca insiste en evidenciar mi desgracia, incluso donde no puedo atraparla, dentro de mí. Grito, o eso creo hacer, pues no me puedo escuchar, mis oídos sólo filtran el sonido incesante de la mosca. Pataleo con furia y desesperación, lágrimas de ira salen de mis ojos cuyos párpados se mantienen presionados negando la visión del campo de batalla donde me han vencido, y rocían el suelo mientras ruedo en posición fetal buscando un escape a esta agonía.

No encuentro escape alguno, pero al abrir los ojos hay algo que sí encuentro: los restos de la computadora, agonizando a su manera, con la pantalla fragmentada, y en esa pantalla negra logro distinguir un punto que no vi anoche. Fijo mi mirada y me concentro para no engañar a mi vista. Ahí, en el centro de la pantalla, como si se tratara de un mausoleo, se encuentra el cadáver de mi rival, la mosca. Mi cerebro comienza a sacar conclusiones al respecto, de cuan inútil fue mi cacería de toda la noche, pero todas las deducciones se ven interrumpidas por los lamentos fúnebres que aún suenan en mis oídos como un zumbido sin fin.

20 jul 2014

¿Y Si Pudiera Volar?

Cada mañana es igual, es su rutina para despertar. No hay día en que no se lo pregunte, al menos una vez por hora. Se queda contemplando el cielo y se responde imaginariamente a su pregunta. Le han dicho soñador, iluso, que pierde el tiempo pensando en esas cosas, pero no le importa. Le gusta preguntarse al respecto, quiere saber la respuesta final y divagar con las posibilidades que implicaría. ¿Y si pudiera volar?

No recordaba en qué momento comenzó con esa duda, hacía ya mucho tiempo, o eso le parecía. Bien podrían ser unos días, o bien, años. En ese lapso, sus costumbres cambiaron bastante, pero tan lento que ni se dio cuenta sino hasta que sus amigos se lo hicieron notar. Había bajado de peso, no comía como antes, no salía a divertirse con los demás, parecía que sólo miraba al cielo.

Algunos se preocuparon en un comienzo por su salud física y, poco después, por su sanidad mental. No daba impresión de ser algo letal, además, ¿quién se había muerto por soñar? Era una pregunta retórica, pues algunos ejemplos les llegaban a la mente instantes después. No obstante, le dejaron continuar con sus cavilaciones silenciosas, no dañaba a nadie.

Mientras tanto, él salía cada día a mirar al cielo, a imaginar como sería si tuviera alas,  si pudiera surcar los cielos. La libertad que simbolizaba y que también implicaba, el poder ir a donde quisiera, de mirar el mundo desde las alturas, de recorrer largas distancias en minutos y sin mayor cansancio, acompañado del viento y cobijado por el cielo. Sólo pensar en ello, en dejar atrás las ataduras de la gravedad que lo mantenía en el suelo, de retar a la naturaleza y mostrar al mundo de qué era capaz, que contaba con esos instrumentos que sólo las aves y algunos otros afortunados tenían: un par de alas para volar.

No sería el fin del mundo, incluso estaba seguro de que cosas maravillosas sucederían. Todos lo decían y en distintas maneras, aunque de manera inconsciente, y él creía que algo de razón tenían. Se imaginaba paseando por los aires, admirando las maravillas de mundo, a los demás seres impactados por lo que podía hacer.

Una parte de él aseguraba que era imposible, que nunca sucedería, eso de volar no era para él. Pero ¿no se trataba de eso la fe de la que tanto hablaban en la granja y sus alrededores? ¿el mantener la esperanza de que algo sucederá, algo fuera de lo común y que cambiaría para bien las vidas de todos, o siquiera de los involucrados? Él había decidido tener fe, le gustaba tenerla e imaginar las posibilidades de ella. De la fe y de volar.

Algunos de sus amigos le criticaban esto, diciendo que sólo eran ilusiones. Otros pocos, incluso lo apoyaban a que siguiera imaginando. La mayoría se limitaba a ignorarle, continuando sus rutinas, dejándolo con la suya, su contemplación del cielo mientras se imaginaba allá arriba, con alas, volando.

Cada día se preguntaba lo mismo: ¿Que pasaría si los cerdos volaran?

2 jul 2014

X-tand Up

Sale al escenario con total seriedad. Disimula, pero le es imposible no emocionarse al escuchar los aplausos, algunos sinceros y otros forzados, que el público le ofrece para animarse a hablar y divertirlos por unos minutos. Desde la tercera fila le observa el que será posiblemente su mayor fan, ese que asiste por primera vez a un show de stand up.

El comediante se aproxima al micrófono, observando con discreción y detalle al auditorio de esa noche. No parece haber nada fuera de lo cotidiano: un par de grupos de amigos, varias parejas, uno que otro solitario. Respira profundo y, con la expresión más melancólica que es capaz de hacer, inicia su rutina.

- Interesante eso del amor. Es complicado encontrar a alguien que no piense que eres un imbécil, aún cuando te comportes como tal –las primeras sonrisas de la noche, aún tímidas, animan un poco al comediante-. Y es complicado porque, cuando te gusta alguna mujer, te esfuerzas por ser agradable, atento, detallista, amable, caballeroso, simpático, gracioso, estar al pendiente de ella. El problema es que ellas traducen todo esto en una sola palabra: amigo. Damas, ustedes lo saben. Caballeros, ustedes lo experimentan. Es como una ley universal, así como la de la gravedad, que mientras mejor te comportas con una mujer, mas posibilidades hay de que sólo seas su amigo. Y digo, no tiene nada de malo ser amigo de alguien, de hecho es muy lindo. Lo que malo es que uno se esfuerce en vano. ¿Cuántas vidas e ilusiones se salvarían si desde que saludas a una mujer ella dijera “Hola, no me interesas como pareja”? –primer síntoma de éxito corroborado, la audiencia se siente aludida y ríe un poco-. Uno sabría a qué se enfrenta, no insistiría, no se pondría de terco para intentar conquistarla... pero no, nos gusta sufrir.

“Hablando del amor y de sufrir, ¿alguna vez los han cambiado por otro?- risas nerviosas, muchos se han delatado sin saberlo- A mí sí, y varias veces. Y de varias maneras. No sé por qué si soy tan guapo- más risas como respuesta a la ironía-. Pero a pesar de que mis parejas me han cambiado, me he superado con el tiempo, ¿saben? He roto mis propios récords, y en estos momentos no estoy seguro de poder superarme. Y es que mi historia es larga- baja la mirada hacia el suelo y ocasiona risas y algunas expresiones de incredulidad con la malinterpretación que le da buena parte del auditorio, pero esa es la intención, esa y hacer reír-, bueno, lo suficientemente larga para que nadie se quejara hasta ahora.

“Pero les hablaba de mis récords, de cómo he ido superando los estándares que mis relaciones previas fijaron... para cambiarme por otro. O díganme si pueden superar lo que he logrado: para empezar, ¿los han cambiado por un desconocido? Ya saben, en un bar, una fiesta...- algunos asienten, orgullo y vergüenza se mezclan en esos rostros- Claro, nos ha pasado a muchos, casi siempre de chavos. Y es horrible, ¿no? Eso de llegar con tu pareja o prospecto de pareja, bailar y tomar, disfrutar la noche, y cuando miras hacia ella buscando sus lindos ojos... los de arriba... bueno, también, porque el alcohol es canijo. En fin, buscas sus ojos con esa ternura esperanzada que sólo la ebriedad es capaz de propiciar, y descubres que no está a tu lado. Miras hacia todas partes y entonces la encuentras, bailando con una sensualidad que nunca imaginaste, incitando a cometer todas esas barbaridades lujuriosas que le decías en broma para que no te viera como si fueses un pervertido... que sí lo eres, hay que admitirlo, pero procuras disimular porque quieres “ir en serio” con ella. Miras sus ojos deseosos, entrecerrados mientras sonríe... y abraza a un tipo que no eres tú. Por un instante entras en negación optimista y te dices “Estoy tan ebrio que ando en mi viaje astral mientras bailo con ella, puedo vernos desde otro lugar del bar”. Pero estás ebrio, no pendejo. Bueno, un poco, porque te están comiendo el mandado frente a ti y sigues sin hacer nada. Y lo peor es si te sientes todo un caballero, de esos que salen en películas gringas con final feliz predecible, y en tu mente debates si ir a decirle algo para que note que te preocupas por ella o no decirle nada para que note que no eres celoso... aunque lo seas. Lo que en ese momento no carburas es que, sin importar cómo procedas, ya-valiste-madres –carcajadas llenan el auditorio, así como algunas lágrimas, no todas de felicidad-. Para ella, perdiste tu oportunidad, “Here comes a new challenger!”, dicen las miradas que le dedica al desconocido mientras tú terminas de enterarte que has caído por knock out. No importan los motivos, el resultado ha sido anunciado: has perdido la batalla contra un desconocido, y lo mejor que puedes hacer es retirarte y fingir que buscas a alguien más. No falta el loco que quiera armar un escándalo, y no lo digo porque yo lo haya hecho –pausa corta pero dramática para unas risas extra-, pero eso sólo te hace quedar peor, y no sólo con ella, sino contigo también, la neta. Ya vi a varios que les cayó la pedrada y que no voy a señalar porque están en la penúltima fila y viene acompañado de una chica de blusa amarilla –las miradas de curiosidad no se hacen esperar junto con más sonrisas.

"Ese fue mi punto de partida, mi iniciación en los juegos del rechazo. Luego comencé a romper mis récords, no precisamente por gusto, debo decir –algunos de los presentes no paran de carcajearse, otros dan sorbos a sus bebidas, pero todos se mantienen atentos al show-. Pero siguiendo con los ejemplos, ¿los han cambiado por un amigo? Ya sea de ella o uno propio –algunos asentimientos y hasta manos levantadas-. Antes de seguir, un anuncio para los ardidos y dolidos: las canciones de banda, de Chente y de José José son después de las 12 y con pomo de por medio, así que ni se adelanten. En fin, les decía que esos cambios duelen un poquito más, y es que entra en juego ese aspecto interesante de la amistad. Lo curioso de que te cambien así es cuando comienzas a sospechar, porque no puedes ocultar que sospechas que te ocultan algo, incluso sospechas que te ocultan que sospechan que sospechas que te ocultan algo... así como no puedes pronunciarlo, no puedes ocultarlo, simplemente sospechas. Y te delatas solito, porque les preguntas constantemente por sus planes juntos, en especial si es amigo de ella, porque uno siempre debe confiar de sus propios amigos... hasta que te comen el mandado y sin quiera pedírtelo. Pero claro, sea o no sea cierto lo que sospechas, ella siempre responderá con algo como “Ay, tontito, si él y yo sólo salimos en plan de amigos, no me interesa para nada” –los ademanes y el cambio de voz para esa frase ocasionan la mayor oleada de risas hasta ahora-. Pero uno como hombre sabe lo frágil que es el “plan de amigos”, casi tan frágil como el equilibrio entre ver un rostro y el escote debajo del mismo... por ello que quieres evitar que se rompa ese plan... y algo más –la mirada de perversidad indica al público que sus malos pensamientos son correctos al adivinar la referencia que hizo el comediante-. Paréntesis y consejo gratis para las mujeres aquí presentes: ¿te dijo que venían en plan de amigos?- más risas y algunas miradas nerviosas en las mesas de enfrente- Pues ya sabrás a qué le tiras... o a quién te tiras. Disculpen por arruinarles el plan, caballeros, pero me gusta ser sincero con las mujeres. Es odioso y no me ha traído ningún beneficio, pero me gusta la sinceridad. En fin, sigamos con los amigos. Cuando es un amigo de ella, no puedes quejarte mucho, a menos que quieras ser considerado el celoso del año, lo cual quiere decir que ya te jodiste si de verdad hay algo, porque sus reclamos de tus celos vendrán secundados por la decepción de verla caminar hacia el horizonte con su amigo, a veces con un “Ups, no me esperaba esto” por parte de ella... Claro, esto no implica que no sea una joda si el susodicho es amigo tuyo; al contrario, en ese caso te jodiste peor, porque tú mismo los presentaste, es decir, eres la causa de tu dolor, ni siquiera puedes culpar a otro de “Ay, ¿por qué los presentaste si sabías qué podía pasar?”. Y cuando haces una retrospectiva de cómo empezaron a salir tu ahora ex novia y tu ahora ex amigo, te das cuenta de que podrías resumirlo en un “Hola, los presento: ella es mi novia, él es mi amigo, y adivinen qué, ¡ambos tienen algo en común! ¡Yo!”. De más está decir que esa última sílaba no la escucharon y por eso empezaron a salir sin ti. En este caso particular, es peor el madrazo psicológico, pues no sólo te cambia tu pareja, también te cambia tu amigo, porque prefieren no invitarte ya que no se sienten a gusto cuando los tres se encuentran en alguna fiesta o reunión. Es decir se sienten a gusto haciéndote a un lado, pero no si se divierten juntos.

“Esto último me recuerda algo muy importante: si crees que esos deseos de ardido al estilo “Ojalá y no duren mucho, que se manden al carajo” te harán feliz al cumplirse... te equivocas casi tanto como al presentarlos. Y se preguntarán por qué. Y yo les responderé... después de estos comerciales –risas y desconcierto-. Nah, ni que estuviera tan bueno mi show como para tener patrocinadores. Ni en mi casa me prestaron para rentar el lugar –una nueva pausa para dejar que haga y pierda efecto la broma, así como para recordar el resto de la rutina-. Pero les decía, esos deseos de que se separen no van a mejorar nada, se los dice la voz de la mala experiencia. Porque cuando se separen, sucederán dos cosas, casi siempre a la par: tu ex amigo querrá volver a ser tu amigo haciendo como que no pasó nada, y tu ex novia querrá ser tu amiga, especialmente para desahogarse por lo mala que fue su relación con tu ex amigo que quiere ser tu amigo. Esto sería interesante en una telenovela... miento, en una telenovela nada es interesante, salvo las minifaldas que deben usar para subir el rating. En la vida real es desgastante, como ver la mala segunda parte de una película que de por si era mala. Y, mujeres, no es por machismo, pero es más sencillo retomar una amistad con un hombre que con una mujer –algunos chiflidos se dejan escuchar, pero no se notan ofendidos en demasía-, en especial si esa mujer es tu ex, no lo podrán negar. He visto personas que terminan haciéndose amigos de los amigos de su ex antes que volver a hablarle siquiera a su ex, y es entendible, creo yo.

“Pero sigamos con los récords, que aquí se ponen interesantes y chance hasta me andan convenciendo de poner a Chente y Pepe Pepe como música de fondo –se prepara para los últimos minutos, los resultados parecen ser aceptables, no hay caras serias de momento-. Creo que lo peor que puede suceder cuando te cambian por alguien, es que ese alguien sea su ex –siseos de aprobación, el comediante comienza una cuenta regresiva con mano izquierda-. Y es que un desconocido duele, pero te da a entender que si se puede ir con alguien “a primera vista”, no vale la pena apuntarle muy alto. Si te cambia por un amigo de ella, das por entendido que ese arroz se estaba cociendo, sólo hacías falta tú para moverlo y que se cociera bien; hasta puedes sentirte cupido para evitar la depre. Si te cambia por un amigo tuyo, te da a entender que, o te juntas con geniales personas, o debes cambiar tus amistades, cuanto antes mejor. Pero si te cambian por un ex... híjole, es que eso sí está canijo. Si te cambian por un ex, no sólo implica lo que en los otros casos, es decir, que no hiciste lo suficiente para que ella estuviera a gusto contigo, sino que ese con el que andaba antes de ti, ese al que probablemente dejó porque tú hiciste algo bueno en algún momento, ese ex que cometió errores cuyo resultado fue el fin de su relación, ese ex es, de nuevo, preferible que tú –carcajadas y algo de dolor inundan los oídos del comediante, quien debe subir un poco la voz para proseguir-. Y eso, mi querido público, no es un madrazo, es un pu-ta-zo al ego y a la sanidad mental inclusive. Porque cuando uno termina una relación, no importa el motivo, si se quiere a la chica en cuestión, uno se dice a sí mismo “Bueno, alguien se aplicó mejor que yo, hizo más por ella, seguro la hará feliz”, ya saben, acá bien bonita la escena mientras miras hacia el anochecer con  un vaso de whiskey en la mano. Pero cuando uno termina una relación porque ella regresará con su ex... está canijo, neta. Porque el regreso con un ex implica que hubo algo bueno y malo antes, o sea, por algo bueno tuvieron una relación, pero la terminaron por algo malo y no precisamente pequeño. Y si anduvo contigo implica que hubo algo bueno por parte tuya que le hizo pensar que eras mejor que su ex, ¿o no? Pero si regresa con él, implica una sola cosa: lo que sea que le ofrecieras a ella, llámese amor, alegría, compañía y demás, no fue suficiente comparado con lo que su ex le ofrece ahora, y que siendo sinceros, no será ni más o mejor que lo ofrecido en un primer momento –se prepara para la fase final de la rutina mientras las risas disminuyen-. Ya sé lo que algunos están pensando, y déjenme decirles que no siempre funciona. Para quienes no leen las mentes, les diré lo que algunos están pensando, y es que bien podríamos decirnos “Pues si lo prefiere aunque sea peor, ni modo, allá ella”. Y suena bien... hasta que analizas a detalle lo que acabo de contarles.

En el fondo del auditorio puede ver a un par de personas que se levantan de sus asientos. Siguen riendo, pero el comediante sabe que llegó demasiado profundo en sus recuerdos, echó sal a las heridas que tal vez ya estaban cerrando. No dice nada, y no porque no le importe, sino porque no puede hacer nada al respecto. Una parte de él quiere aconsejarles antes de que abandonen el recinto, pero sabe que ese proceso debe ser autónomo, cada quien encuentra alivio a su manera y a su tiempo. Al menos pudo hacerles reír un poco.

- Interesante mi récord de relaciones frustradas, ¿verdad? Ya sólo me quedan dos objetivos en este récord –muchos dejan implícito que no comprenden la referencia-. Sí, porque debo decir que la idea de que me dejen por alguien del mismo sexo que mi pareja, suena... interesante, morbosa. Que tu pareja te cambie por alguien de su mismo sexo... Sería un golpe fuerte cuando suceda, si es que sucede, pero creo que me sobrepondré y estoy seguro de que no me quedaré con las ganas de preguntarles “Y... ¿puedo ver?” –esta vez son las mujeres quienes mas ríen ante la inocencia con que pronuncia la pregunta, contrario a la expectativa del comediante-. Igual y me mandan al carajo, igual y ya tengo algo para no contarles a mis nietos. Aunque al paso que van mis relaciones, quien sabe si siquiera llegue a hijos.

“Y el otro récord sería el máximo de máximos, el colmo del descuido. Sólo imaginen la escena: llevas una relación muy feliz con tu pareja, es la persona ideal, haces planes con ella como no hiciste con nadie... y entonces un día llega y te dice el tan temido como gastado “Tenemos que hablar”. De inmediato sabes que algo ya valió madres, o que va a valer. No te queda mas que resignarte y aceptar la plática. Vas a donde ella y escuchas, porque tú no tienes mucho que decir, al menos que valga la pena en ese momento. Entonces llegas con ella y te dice “Lo nuestro ya no puede seguir. Contigo me siento a gusto, pero he encontrado a alguien que me hace feliz, que me hace sentir completa, y quiero estar con él”. Y aquí viene la parte hardcore: “De hecho, he decidido entregarle mi vida por completo, quiero llenarme de él, ser su instrumento y hacer su voluntad –el comediante no deja de sorprenderse del efecto que puede ocasionar el doble sentido en una frase-. Por eso quería hablar contigo, porque he decidido entrar a un convento, hacerme monja y dedicar mi vida a Dios”. Como han de suponer, cuando te dicen algo así, no hay muchas palabras que puedas expresar. Hay un chingo que quieres decir, pero el shock como que impide que salgan, así que te conformas con asentir como imbécil, o sea, como te sientes en ese instante, porque ¿a quién le reclamas? ¿A quién le echas la culpa? ¿A un ex, a un amigo, a un desconocido, al cura de la colonia? Peor aún, ¿cómo te pones al “tú por tú” con el de allá arriba? Ni modo de dedicarle al cielo “Devuélveme a mi chica” –los aplausos le recuerdan el límite de tiempo que tiene.

“Pero bueno, damas y caballeros, o como sea que se denominen, la moraleja de esta historia es que terminar una relación es difícil, que te cambien por alguien más es complicado de superar, pero en ambos casos no es imposible. Lo peor que puede pasar es que terminen sus noches de manera patética, viendo televisión mientras se atragantan de botanas, o peor aún, que decidan hacerse comediantes. Muchas gracias, buenas noches.

La gente se pone de pie y aplaude al comediante mientras da la media vuelta y desaparece tras bambalinas. El que ahora se considerará fan del comediante tiene lágrimas en los ojos, algunas de alegría por la comedia que acaba de escuchar, otras por los recuerdos que desenterró en su mente. Aprovecha para acercarse al escenario desde un costado, quiere saludar y felicitar en persona a quien le diera ánimos sin siquiera saberlo. Es lo más justo.

Con algo de trabajo y aprovechando la distracción de los empleados del lugar, logra colarse a la parte posterior del escenario, y ve a su ídolo recargado en una pared, con la mirada fija en el suelo. Comienza a avanzar hacia él, pero algo le hace ir más lento, tal vez la precaución. Esa lentitud le permite escucharlo, está hablando con alguien por teléfono. Sigue avanzando con cautela y logra escuchar algunas palabras. No esta hablando con alguien, está dejando un mensaje de voz. De voz quebrada.

No alcanza a escuchar bien, el ruido del exterior aún es demasiado, pero logra identificar frases como “no puedo olvidarte”, “sabes que es broma”, “espero que puedas venir” y “no me importa, quiero que regreses”. Prefiere no acercarse más, media sonrisa se dibuja en su rostro y regresa por donde llegó, dejando a su nuevo ídolo sufrir un poco por su cuenta. El show fue entretenido, pero ahora es tiempo del contraste, al menos para el protagonista. Tal vez regrese a verlo la próxima función, o tal vez espere a que cambie la rutina, no está seguro. Puede que la comedia se alimente de la tragedia, y en ese sentido, espera que no tenga demasiado alimento.