7 may 2019

23

El reloj del lobby indicaba las 23:23 horas cuando me decidí a cruzar la entrada. Cinco minutos de espera bajo la ligera lluvia de la noche fueron suficientes, no quería quedar empapado y verme tan desalineado cuando ella llegara. Si es que llegaba, claro.

La cita no tenía hora fija. En realidad, ni siquiera sabíamos si habría cita, debido a los horarios laborales de ambos que se extendieron más de lo deseado aquel viernes, menguando las posibilidades de encontrarnos. La distancia también nos afectó, pues encontrar un lugar céntrico y que nos resultara confiable para los dos resultó más tardado de lo que creí. Afortunadamente, en un último intento por saciar la curiosidad, acordamos un encuentro improvisado en una sede propuesta de ella, y nos dirigimos al punto de encuentro.

"¡Que el deseo sea impulso y el placer recompensa!", me dijo al iniciar el día. No por la mañana, sino unos minutos después de medianoche, cuando el insomnio aún paseaba por nuestras respectivas habitaciones, a distancia pero al mismo tiempo con esa cercanía inexplicable que sólo se siente con ciertas personas, ese tipo de gente que desde las primeras frases intercambiadas puedes imaginar futuros donde la vejez no es impedimento para continuar con las charlas amenas.

Y es que, mientras miraba la lluvia de aquella noche, me di cuenta de la extraña situación. De la extraña que estaba por conocer, pues en realidad no nos habíamos visto en persona, sólo nos identificamos por un par de fotografías. Coincidimos en las redes sociales, platicamos algunas ocasiones, descubrimos aspectos en común y perversiones complementarias, pero ni una sola vez se habían cruzado nuestras miradas. Desde años antes fui renuente a las relaciones de ese tipo, donde no hay una certeza de que la otra persona es real, y no obstante, ahí estaba, en medio de la noche, en un hotel a kilómetros de mi hogar, esperando por una extraña que tal nunca aparecería.

Decenas de ideas y teorías cruzaron por mi mente mientras esperaba en el hotel, mirando a los visitantes que acudían a solventar sus pasiones, mientras mi ansiedad causaba más estragos en mi psique. Me sentía como un invasor en ese ambiente, solo en un rincón, sentado como si esperara turno mientras el resto de las parejas entraban al ascensor para ocupar sus habitaciones. Intenté distraer mis ideas mirando mi teléfono, y aproveché para enviarle un par de mensajes a la mujer que esperaba, buscando una respuesta o pretexto para evitar presentarse aquella noche, o algo que diera por terminada mi espera, de una u otra manera. Pero siguió siendo positiva al responder, postergando nuestro encuentro unos minutos solamente.

Cuando miré el reloj del lobby, quedaban 8 minutos para que concluyera el viernes, y mis esperanzas habían decaído bastante a pesar de los mensajes, así que me dirigí hacia la recepción para solicitar una habitación. Decía para mis adentros que, si ella llegaba o no, yo estaba muy lejos de casa, y lo ideal sería conseguir alojamiento para evitar los riesgos del camino nocturno. En esos divagues me encontraba cuando noté a mi derecha una presencia imponente que recién llegaba al hotel, alguien que se podía notar incluso antes de ser vista.

Giré mi vista hacia la entrada, y quedé paralizado ante la mujer que apareció por ese umbral. Su cabello largo, lacio y negro, combinaba a la perfección con su atuendo del mismo color. Un abrigo delgado y largo le protegía de las inclemencias del clima nocturno, a la vez que resguardaba las sensuales transparencias de su blusa de miradas como la mía. Su vestido corto dejaba ver un poco más de la mitad de sus muslos, ataviados con unas medias negras que, después me diría, usaba específicamente para dar gusto a las perversiones que días antes platicábamos. Su rostro mostraba una sonrisa sincera y un poco nerviosa que acentuaba el contorno de sus pómulos, mientras que sus gafas enmarcaban su intensa mirada que sólo conocía por fotografías, y que en definitiva era muy distinta al apreciarla en persona. Aún con su atuendo oscuro, ella irradiaba luz.

Ella se dirigió a mí con tal seguridad que me hizo tartamudear al saludarnos. Mi mano fue evadida en un primer instante, y en su lugar obtuve un rápido beso en la mejilla seguido de un abrazo que prolongó mi parálisis más de los pocos segundos que estuvimos así. Sin dejar de sonreír, se disculpó por la tardanza y confesó que no estaba segura de que yo esperaría. Respondí que con cortesía y una sonrisa nerviosa que procuraba cumplir mi palabra, mientras me entregaban la tarjeta electrónica para abrir una habitación. Su mirada me mostró cierta confusión por mis palabras, pero de inmediato se dibujó un poco de picardía en su perpetua sonrisa. Yo, nervioso y con un pequeño colapso mental, a penas pude balbucear que me había adelantado a solicitar habitación para no quedarnos sin una. Aún sonriendo dio muestras de entenderme, y sugirió pedir bebidas para pasar la noche.

Subimos a la habitación con algunas cervezas y buscamos la habitación que nos fue asignada. Antes de entrar, miró el número que adornaba la puerta y mencionó las posibilidades de que escribiera algo al respecto, un relato donde ese número sería determinante. Prometí que así sería.

Al entrar a la habitación, ambos comenzamos a explorar sus peculiaridades y beneficios del que sería nuestro espacio por las siguientes horas. Bromeamos un poco con la iluminación de colores que tenía la habitación, así como el excesivo espacio en la regadera, para luego hablar de cómo las ventanas de los hoteles ya no se pueden abrir en su totalidad en afán de reducir las posibilidades de suicidios.

Continuamos con el primer brindis de la noche, instantes antes de la medianoche. Fue en honor a que finalmente pudimos vernos, luego de especular por un par de semanas. Aunque ya habíamos indagado un poco en cómo éramos, surgieron las preguntas básicas para conocernos un poco más, y aunque ella dijo que quería evitar el estilo de entrevista por ser parte de su trabajo cotidiano, no tuve objeción en que indagara entre mis palabras. Sinceridad ante todo, nos aseguramos y prometimos, tanto en pláticas anteriores como en lo subsecuente. No pasó mucho tiempo ni cervezas para que me sintiera con suficiente confianza y soltura para hablar, y ella también redujo su renuncia a abrir sus recuerdos y pensamientos.

Nuestras edades salieron a la luz casi de inmediato, siendo ambos de una idea errónea respecto al otro, pues ambos creímos haber nacido en años similares. Cuando supo que yo era un poco más joven, un atisbo de duda se notó en sus rostro, y su transparencia me animó a asegurarle que, si no era un encuentro como ella imaginaba, podíamos darlo por concluido. Lo meditó un instante y luego sonrió, asegurando que no sabía si pasaría algo entre nosotros, pero que ya estábamos ahí, y que lo menos que podíamos hacer era disfrutar la bebida y la compañía. Coincidí con su idea, y brindamos una vez más, terminando la primer ronda de cervezas y pidiendo al servicio a la habitación otra ronda similar.

La charla se prolongó por no sé cuántos minutos más, mientras jugábamos a descubrir algunos secretos de cada uno mientras brindábamos un poco más de contexto a nuestras vidas. Mi historia es bastante simple y hasta aburrida, así que no tardé mucho en contarle algunos sucesos relevantes y el cómo llegué hasta ahí, bebiendo con ella en esa habitación. Sin embargo, ella relató un trayecto más accidentado para llegar hasta donde estaba ahora, y que me atreví a asegurarle que algún día podría usar como inspiración para algunas de mis historias. Ella sonrió nuevamente y aceptó gustosa. Cerramos la expectativa con un brindis más y otra solicitud de cervezas.

La plática nos mantuvo atrapados, y el alcohol comenzó a denotar algunos de sus efectos en mí. Mientras ella hablaba, yo le miraba no sólo como su interlocutor, sino como su admirador. Cuando se levantaba de la silla y recorría la habitación, la seguía con la mirada, y ella notó mis no tan discretas intenciones. Sonrió y continuó con su andar estilizado y elegante, luciendo a propósito sus piernas que tanto llamaban mi atención.

En algún momento de la charla, sin mayor explicación, se detuvo y me miró. Dijo que no estaba segura de cómo sería nuestra relación, amistad o lo que fuera, después de esa noche. No estaba seguro de cómo responder a eso, y sólo pude reiterarle con completa sinceridad que, si así lo deseaba, nada pasaría esa noche. Su respuesta generó una mezcla de emociones en mi ser, pues aseguró que algo pasaría esa noche, sólo que desconocía la naturaleza de las consecuencias. El deseo era mutuo e implícito. Brindamos por enésima ocasión.

Las confesiones fueron perdiendo su delicadeza, y una mezcla de pasados y promesas de futuros se tejieron como el panorama de cada uno. Alguno traumas y otras cuantas esperanzas curtieron las impresiones que teníamos de nosotros, y luego de desahogar algunas penas y saciar la curiosidad de otras, me dijo que ya tenía vislumbrado su final: moriría sola, sin gatos, tal vez ebria, después de masturbarse, con un cigarrillo en la mano y un libro en la otra. Un final memorable, digno de ella, pero que al mismo tiempo no estaba a la altura de sus capacidades, como observé. Me dedicó una sonrisa que me pareció condescendiente, pero que preferí ignorar para cambiar el tema a uno que me permitiría indagar más en esa mujer.

Los secretos que tanto buscamos continuaron saliendo a la luz, y las experiencias de ambos dieron forma a las siguientes horas de plática. Coincidimos en que la compañía era amena para ambos, y que definitivamente habría que repetir el encuentro, ya fuera con cervezas y en un hotel, como esa noche, o con un café en cualquier otra parte de la ciudad. Me contó algunas más de sus desventuras, y al indagar en sus experiencias amorosas surgió la clásica pregunta de "cuántas parejas" antes de ese momento". Debo admitir que me sonrojé cuando escuché la de ella, pues la diferencia entre 9 y veintitrés me resultó impactante. Preguntó si su respuesta cambiaba algo entre nosotros, pero la respuesta era obvia desde el primer momento que la vi: me había hechizado desde el primer instante y no me zafaría tan fácil, y menos por decisión propia. Reímos al respecto, y luego me confesó que algún día escribiría acerca de mí. Yo intenté ser recíproco con su halago, pero luego ella agregó que no confundiera las cosas, ya que sólo sería digno de sus letras el día en que me despidiera de su vida, no antes. Me sentí un poco confundido al respecto, y luego de que mi ego sucumbiera ante tal profecía, le expresé mi intención de no ser parte de sus escritos en el futuro cercano. Ilumino mis esperanzas con una sonrisa y brindamos por enésima ocasión.

El alcohol nos había atrapado ya. La charla se había convertido en un pretexto más que en un fin. Tomé un sorbo de mi cerveza y también de valor, me levanté de mi silla para acercarme a la de ella, manteniéndome expectante a cualquier indicio para detenerme, pero no detecté ninguno. Me postré ante ella mientras sosteníamos las miradas y la charla. Sus pómulos delataban un par de sonrisas ocultas en su propia curiosidad, y sus manos indicaban con sutiles ademanes que tenía ante mí un delicioso camino a recorrer. Sus piernas, inicialmente cruzadas, se movieron ligeramente para permitir que mis manos se posaran por unos segundos sobre ellas, y que luego continuaran su recorrido. Mis yemas delinearon sus tobillos ante la seductora textura del nylon que les cubría, mientras nuestra plática continuaba como si estuviéramos en cualquier cafetería a la vista de todos..

Ella lleva la batuta de las palabras con gran naturalidad, y yo gustoso le seguía sin perder de vista el la oscuridad que cubría sus piernas. Poco a poco subí por sus muslos sin apartar la vista de sus ojos y sus palabras, cuando una de sus manos acarició mi cabello y me invitó a admirar de cerca el panorama que tenía frente a mis ojos. Sin dudarlo, me acerqué primero a sus rodillas, donde reposé un momento, escuchando su charla, embelesado por el sonido de su risa. Mis manos no soportaron la tensión y mientras acariciaba sus piernas, me procuraron un sendero hasta su templo, donde intentaba adentrarme. Fue entonces que la misma mano que me había invitado a explorar, ahora me mostraba las fronteras de su lencería, exigiéndome paciencia.

Sin embargo, mi mano izquierda continuaba explorando los horizontes antes permitidos, deteniéndose de inmediato si ella daba algún respingo debido mis excesos. Su mirada se posó sobre mí con un toque de superioridad y otro de sensualidad cuando sus labios me llamaron a su encuentro, pero al acercarme fui redirigido hacia su cuello desnudo. Comprendí su mensaje y evité cuestionarlo. Me incorporé apoyándome en la silla para alcanzar el suave objetivo, que disfruté sublímemente al besarlo con calma. Un suspiro escapó de ella, mientras se aferraba a la silla con discreción. Bastaron un par de movimientos y caricias para llegar al acuerdo implícito de evitar besarnos. No le cuestioné, preferí enfocarme entonces en lo que sí tenía permitido...

Con sutiles caricias fui separando sus piernas mientras le confesaba que se estaban convirtiendo en mi fascinación. Ella, juguetona, respondió que no era el primero que se lo decía, y que estaba consciente del poder que ejercían sobre los de mi clase. Su comentario, más que indignarme, me incitó a superar algunos de los límites estipulados hasta el momento, y continuar la travesía por su cuerpo, descubriendo su piel poco a poco, desabrochando su falda y subiendo su blusa, dejando su vientre descubierto. Por momentos me desconcertaba, cual explorador indeciso por el rumbo que debía seguir, pero permití a la lujuria ser mi guía y mis manos se dirigieron al sur de su templo mientras mis labios continuaban recorriendo su cuello con la intención de también descender.

El calor y deseo de ambos era innegable, sus manos dejaron los brazos de la silla y pasaron a mi espalda. Noté la aún discreta fuerza de sus uñas y ambos, enardecidos por el alcohol y el momento, nos lanzamos hacia la cama enredados en nuestros brazos, con nuestras piernas combatiendo entre sí, buscando la posición adecuada para dejar estallar el resto de las sensaciones prometidas. Sus manos se encargaron de mis prendas, y mis manos le despojaron de su blusa. Semidesnudos, recostados y jadeantes, nos tomamos un instante para mirarnos. Su pícara sonrisa se había encendido aún más, y sin palabra alguna, nos arrojamos al encuentro del placer.

Recorrí sus senos con ansias, dejándome llevar por el deleite de su tacto y la suavidad de su contorno. Ella hizo gala de sus uñas una vez más, rasgando con cautela mi pecho. Nos guiamos con las reacciones, sin palabras, con el único ruido de nuestros gemidos, nuestra respiración perdía ritmo cada tanto, pequeños jadeos escapaban de nosotros cuando encontrábamos esas zonas que nos deleitaban y esperábamos impacientes a que el otro las descubriera poco a poco. Nuestras piernas se cruzaron a manera de que mi muslo quedó impregnado de sus mieles, y con movimientos rítmicos incitaba a que continuara su destilación. Tomó mis manos y me sujetó a sus caderas, que al momento comenzó a mover frenética, de arriba hacia abajo y en semicírculos. Nuestras pieles ardían y en cualquier momento podíamos haber estallado... pero se contuvo y por un instante parecíamos haber alcanzado las puertas del delirio, para luego retornar a la realidad de nuestros cansados jadeos. La pausa era necesaria, aunque no la quisiéramos, y la aprovechamos también para intimar más allá de los cuerpos.

La odisea por el éxtasis continuó luego de relatarnos un par de anécdotas. La complicidad de las luces tenues hizo juego con las expectativas de ambos, nuestras manos parecían invadir la piel del otro, ayudadas por nuestros labios y la intensa caricia de nuestras respiraciones. Nos descubrimos en distintas contorsiones, a la vez que nos despojábamos de los últimos indicios de nuestras ropas. Su lubricidad aguardaba palpitante el calor de mi libido, y cuando finalmente se hallaron, sentí que el mismo firmamento se abría sobre nosotros, invitándonos a disfrutar del paraíso. Probé sin miramientos los pequeños y oscuros manjares alojados en su pecho, y su espalda se arqueó en respuesta. Mi manos se deslizaron hacia su espalda, y las de ella se enlazaron sobre mi nuca. A penas conteniéndome, me adentré en el portal de su lascivia, sintiendo su cálida humedad, y sus piernas respondieron atrapándome y acercándome hacia ella con movimientos salvajes que me orillaban al descontrol. Ávidos de deseo, nos fundimos en una sola esencia cercana al éxtasis...

Sin embargo, sus gemidos se vieron interrumpidos por ella misma, y una separación repentina me dejó desconcertado por varios segundos. Aún jadeantes, nos recostamos mirando hacia el techo de la habitación, donde una luz tenue nos cobijaba y hacía relucir el sudor que cubría nuestros cuerpos desnudos. Respirando con dificultades, se dirigió al sanitario, dejando escapar algunas risas de sorpresa, mientras yo intentaba reponerme del viaje realizado y que aún no culminaba. Cuando regresó a mi lado en la cama, nos miramos por unos instantes, bromeando y especulando acerca de las posibilidades de nuestro encuentro. Sin darnos cuenta, estábamos ya abrazados, respirando al unísono, y en un movimiento a penas perceptible y que aún no sé quién de los dos inició, ella quedó sobre mí. Separó sus piernas con para acomodarse mejor, buscó bajo mi cintura los efectos de su invitación, y luego de dirigir diestramente la penetración, su cadera inició una hipnotizante danza capaz de provocar los más libidinosos pensamientos. Apoyó sus manos en mi pecho y comenzó una cabalgata digna de la más diestra valkiria, transportándome a los festines más exquisitos del Valhalla. La vista que me ofreció era aún más gratificante, al mirarle en su delirio, disfrutando, así como los efectos del movimiento incesante en las curvas de su silueta, de las cuales me sujeté hasta que el cansancio aminoró la marcha. Una vez más estábamos recostados, jadeantes y deseosos.

Sin darme cuenta, me adentré en sus ojos y me quedé perdido en ellos, en una mirada que me serenaba y a la vez me incitaba. Su sonrisa tenía un efecto muy parecido, y en ese instante se combinaban. No lo pensé más y comencé a dibujar con besos un camino de iniciaba en un costado de su mejilla, pasaba por su cuello en dirección a su pecho, rodeando sus pezones para luego bajar por su vientre, donde mis manos complementaron el andar. Cuando mis besos alcanzaron sus labios, un respingo me indicó que había elegido un buen camino, para luego volverme prisionero de sus piernas. Saboree su néctar mientras mi lengua jugaba en la entrada del placer y mis manos emulaban hechizos por su cintura y cadera mientras ella intentaba controlar las reacciones sujetándose a las sábanas y ahogando pequeños gritos de placer. Sentía la presión de sus delgadas piernas y cómo buscaban darme alojo entre ellas hasta que la tensión fue tal que sus manos sujetaron mis cabeza... y entonces me separó de inmediato.

Ambos jadeábamos, ella con una de sus manos cubriendo su sexo y la otra sus ojos mientras murmuraba "No" repetidamente, y yo desconcertado a unos centímetros de distancia. Cuando recuperó un poco de aliento, confesó que no quería llegar, que no en la primera vez que nos encontrábamos. Me temo que eso encendió mi ego, y tras sonreírnos, me abalancé de nuevo hacia aquella fuente de placer que resguardaba. No encontré resistencia, sus manos sujetaron mi cabello y me indicaron un nuevo sendero para explorar, mientras sus piernas nuevamente me brindaron su salvaje cobijo. Recorrí con mis dedos todos los bordes de su piel, acercándome peligrosamente a donde mi lengua era invitada de honor, y en es momento fue que volví a ser distanciado del placer...

Le fue más difícil recobrar la compostura en esa ocasión, pero seguía repitiendo que no, que en esa ocasión no. Respiré profundo y con una exhalación acepté sus deseos y mi derrota. Me recosté boca arriba para recobrar fuerzas y serenidad, y entonces sentí su calor sobre mi pecho. Me rodeó con uno de sus brazos y sofocó algunas risas. Aunque no entendí los motivos de su decisión de parar, noté que lo había disfrutado. Me preguntó si no saldría corriendo en cuanto surgieran los primeros demonios de su ser. Le di por respuesta mi más sincero "No", y le prometí estar a su lado si requería de alguien para hacerles frente. Una sonrisa cansina me dio a entender que no era el primero que hacía una promesa así, pero intenté hacerle ver con una caricia que tal vez sí sería el primero en cumplirlo. Nos abrazamos con la misma sinceridad que la primera vez, a penas una horas antes, y sucumbimos ante la somnolencia y el cansancio.

Cuando despertamos, la luz del sol se filtraba por una de las ventanas afectando nuestra visión inicial. Nuevamente nos sonreímos y repetimos algunas de las promesas nocturnas, tanto las serias como las de lujuria. Me recordó el número que me definía en su vida, y dijo que esperaba tardar mucho tiempo antes de volver a escribir, ya que era muy probable que yo fuera de los protagonistas en su siguiente relato, y ya sabíamos lo que implicaba ser parte de sus narraciones.

En la mesa reposaban las 28 latas de cerveza que habían acompañado nuestra velada, ya sin gota alguna en su interior. Comenzamos a buscar nuestras ropas, y al verla de nuevo con su falda y medias negras, sucumbí a la tentación del pecado capital. Me coloqué a sus espaldas y, besando su cuello, la rodee con mis brazos desde su cintura. La reacción fue favorable, y su pierna se levantó poco a poco para facilitarnos los movimientos... La ventana, el sofá y la cama fueron promesas que no culminaron, pero que me hicieron pensar en los orgasmos que habían quedado pendientes la noche anterior. Días después se lo mencioné, pero pareció interpretarlo como una exigencia de sexo, cuando más bien se traba de una añoranza de complacencia mutua. Sea como sea, la promesa de encontrarnos más veces, fuera con alcohol y hoteles o con café y restaurantes, estaba hecha.

El reloj marcaba la 1:30 de la tarde cuando salimos a la calle. El sol nos cubrió con un calor mínimo, comparado al que habíamos experimentado las horas anteriores, y el andar hacia nuestros respectivos hogares aún era extenso. La miré mientras andábamos, y noté que su elegante porte no decayó con el paso de las horas, su andar estilizado aún seducía a quien le veía, yo incluido. Nos despedimos con un abrazo más, muchas promesas y unas cuantas bromas. Aún en el trayecto, las insinuaciones no cesaron, ni la ilusión de algún día completar el encuentro. "Ya estoy en cama, ¿a quién le subo mi pierna? La almohada no me abraza como tú", y otras frases similares acompañaron mi regreso después de encontrarme con ella. Creo que el coqueteo por escrito a veces tiene más efecto y solvencia que el presencial, y tal vez por ello congeniamos tal fácil desde el principio.

Entré a la estación del Metro y esperé los siguientes vagones. Me di cuenta que estaba en una especie de resaca, aunque no por el alcohol. Me pregunté si ella estaría igual, y luego pensé en cuánto tiempo tardaría en escribir su historia, así como en las irónicas y ególatras ganas que tenía de leerla. ¡Que el deseo sea impulso y el placer recompensa!

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