5 ago 2014

Mosca

Una mosca parada en la pared. Fue lo primero que vi al entrar en esta habitación, así que la ahuyenté de inmediato. También me aseguré de que hubiese suficiente luz, que el ambiente en el interior fuese fresco y que los ruidos que pudieran llegar desde la calle o las casas vecinas se minimizaran. Apagué mi teléfono celular y desconecté todos los aparatos eléctricos a excepción de la computadora, donde realizaría mi trabajo. Previamente había cancelado mis compromisos del día, hice todo lo que pude para estar tranquilo y sin interrupciones de ningún tipo, pues es de gran importancia que concluya este proyecto a tiempo. Todo parece estar bien.

Comienzo a escribir con rapidez. Debo terminar hoy el texto para poder entregarlo mañana a primera hora, no puedo distraerme. Me aseguré de que nada me faltara en esta habitación, tengo comida y bebida para sobrevivir el desgaste mental, mis amadas galletas con chispas de chocolate y suficiente agua. Nada de música, nada de ruido además del de mis dedos presionando las teclas de la computadora portátil que me prestaron en el trabajo. Silencio completo. Casi completo.

Dejé la ventana abierta para poder sentir un poco la brisa nocturna e impedir que el aire se atrofie demasiado en mi habitación. El olor de las galletas me es casi imperceptible, pero prefiero prevenir antes que distraerme... lo cual sucede inevitablemente a los pocos minutos de haber iniciado mi labor. Un claxon potente estremece la calle, y los residuos de su escándalo llegan hasta mis oídos. Mi cuerpo se estremece, más por enojo que por sorpresa. Me asomo por la venta y descubro un tráiler intentando dar vuelta en la esquina donde se encuentra mi hogar. Me resulta extraño, ya que hay suficiente espacio en la calle para que maniobre, pero al mirar el panorama completo descubro el motivo de los pitidos: un automóvil ha intentado pasar antes que el tráiler cuando este ya estaba muy avanzado en su maniobra y no puede continuar hasta que el conductor del automóvil decida retroceder algunos centímetros. No sucede nada además de una nueva orquesta de cláxones secundando la protesta del trailero. No logro comprender cuál es la lógica del automovilista, ya que nadie, ni él, el trailero o el resto de autos que ya hacen fila detrás de ambos, podrán pasar por la calle hasta que no decida retroceder un poco. Sólo se me ocurre que es demasiado orgulloso (otras palabras cruzan mi mente) para admitir que se ha equivocado, y que prefiere llevar hasta el final su error.

Por fortuna, un agente de tránsito se acerca y logra convencerlo, o algo así, de que haga lo mejor para todos. En menos de cuarenta segundos ha quedado libre la vialidad otra vez, dejando un tolerable ruido de motores como fondo musical.

Un único zumbido ligero llama mi atención. Por reflejo muevo mi mano para alejar a cualquier insecto que esté cerca. Tal vez entró alguno mientras estaba la ventana abierta, así que pongo remedio a ello privándome de la brisa y me quedó unos instantes de pie, en medio de la habitación, esperando que se delate el invasor.

El ruido surge desde mi lado izquierdo y con la mirada busco al causante mientras mis manos buscan un trapo o algo que me permita atacar a distancia. Una playera que usé ayer y que olvidé llevar al cesto de ropa sucia será mi arma contra la mosca que se ha posado en una de las puertas del closet. Es pequeña pero ruidosa, y unos segundos después descubro que también muy lenta, pues no me cuesta trabajo asestarle un golpe. No me molesto en buscar los restos, el objetivo se ha cumplido y el día de mañana tendré que limpiar la habitación, así que no tiene mayor importancia. Lo importante es continuar escribiendo.

No quiero ver el reloj que se muestra en la parte inferior de la pantalla, solo quiero concentrarme en las letras que voy colocando para darle sentido a mi texto, pero la curiosidad es mayor y de reojo confirmo que sólo han pasado cuarenta minutos, poco más, desde que inicié y el avance logrado es bastante prometedor. De seguir con este ritmo, puede que duerma tranquilo.

Otro zumbido. Me desconcierta, más que molestarme. Creí haber dejado cerrada la ventana y la puerta de la habitación, así que miro a ambas para confirmarlo. Cerradas. Tal vez no alcancé a la mosca en un primer momento, como imaginé. Continúo escribiendo antes de que la idea que tengo planeada para el siguiente párrafo se me escape, pero un nuevo zumbido termina por borrarla. Me levanto de mi asiento y busco de nuevo mi arma, mi playera, y comienzo con la cacería.

Encontrar una mosca no es tan complicado, pero son muy ágiles, y esta en especial me lo ha demostrado al escapar de mi primer ataque. De nuevo me coloco en el centro de la habitación, atento a cualquier movimiento, a la más pequeña sombra que el foco situado sobre mí pueda revelar. No hay zumbidos. Espero un lapso que me parece tedioso, mirando las paredes, las puertas del clóset, el pequeño mueble que me sirve de escritorio, la cama individual que espero poder utilizar esta noche. Nada de mosca.

El tiempo sigue corriendo, así que mejor será que reanude mi escritura. Tomo un par de galletas con una mano y con la otra acerco el vaso con agua a mi boca, pero antes de que logre saborear el líquido vital, reaparece la mosca y su característico y desesperante cántico justo frente a mí, haciendo que derrame el  agua al hacer un ademán para alejarla. No puedo evitar el enojo y mastico con fuerza las galletas mientras mee agacho para recoger el vaso que yace en el suelo, pero mi vista está fija en otro punto.

Una mosca parada en la pared. Al menos ahí estaba hace unos minutos. Ahora, revolotea por toda la habitación con su zumbido desesperante atacando mis oídos en intervalos variables. No podré continuar mi trabajo mientras siga libre ese insecto, lo sé. Me conozco y estoy seguro de que tendré los nervios alterados al máximo con otro par de veces que pase cerca de mis oídos, burlándose de mi mala puntería cuando intenté abatirla.

Un nuevo zumbido, ligero al inicio, rápido, a penas audible. Respiro profundo tratando de calmarme. El gusto me dura poco, me muevo con brusquedad agitando los brazos al sentir un cosquilleo tan mínimo como veloz en mi oreja izquierda. Debo deshacerme de esa mosca cuanto antes.

La busco con la mirada, pero es inútil. Su errático y veloz movimiento es demasiado para mi vista, y mi oído parece propiciar mi condena antes que auxiliarme. En mi desesperación, lanzo golpes con el pedazo de tela que aún uso como arma, todos al azar, imaginando los lugares entre los que se desplazará, intentando adivinar la siguiente escala de su vuelo. Con cada golpe fallido incrementa mi furia por la impotencia y por lo estresante del sonido que sus alas emiten.

Me detengo más por cansancio que por acierto, y tratando de controlar mis  jadeos, presto mayor atención al silencio reinante en la habitación. Ningún zumbido nuevo. Al parecer, mi estrategia, si se le puede llamar así, funcionó y logré derribar al molesto insecto. Celebro mentalmente y con una sonrisa me dirijo a mi lugar de trabajo, reparando a penas en que uno de los golpes que lancé alcanzó la pequeña computadora portátil que me prestaron en el trabajo, dejándola en el suelo, al lado de los restos de mi bebida.

Mi estupor va frenando mis pasos, no termino de creer que fuera tan descuidado y que no me diera cuenta del momento en que tiré el aparato. Me arrodilló y lo tomo entre mis manos, como si de un pequeño cachorro se tratara, y reviso si aún funciona. No tengo de tiempo de ver la pantalla, mi oído derecho capta un zumbido, esta vez demasiado cercano, como si la mosca quisiera posarse en el interior de mi oreja. Es demasiado, cierro mis ojos tratando de controlar sin éxito un arrebato de ira recorre mi nuca y llega hasta mis brazos, que sin dudarlo arremeten contra la amenaza de la mosca. Manoteo y maldigo, como si se mantuviera cerca aquel insecto, y en ese lapso que escucho un golpe en la pared, seguido de uno en el piso. Abro los ojos y veo la computadora a unos metros de distancia, rodeada de piezas que no logro reconocer pero que sé le pertenecen, y que podría apostar son necesarias para su funcionamiento.

Grito, manoteo de nuevo, recojo mi hasta ahora inútil arma de tela y comienzo con la cacería, esta vez en serio...

 

Ignoro cuánto tiempo ha pasado. El solo no me es útil para conocer la hora, pero mi cansancio me hace imaginar que han sido más horas de las que podría aguantar normalmente. Es probable que mi límite de tiempo para entregar el texto haya pasado, y aún si no fuese así, no cuento con herramientas para completarlo. Miro a mi alrededor, con ese silencio parcial que ocurre en intervalos, antes de que la mosca vuelva a pasar cerca de mí, burlándose con su zumbido de mi poca paciencia y mi extrema desesperación.

Me encuentro en una esquina de la habitación, mirando la totalidad de esta, indagando en cada rincón el posible movimiento de mi enemigo. En cuanto escucho su aleteo veloz miro en la dirección donde el sonido parece originarse, pero siempre es demasiado tarde, nunca puedo alcanzar a verla. Me duelen mis brazos, mi garganta se ha secado de tanto gritar y maldecir, mis piernas tiemblan de ira, expectantes al siguiente salto. No puedo más, el zumbido es horrible, carcome mis tímpanos y causa efectos devastadores en mi cordura y fisionomía con cada escalofrío que me ocasiona. Hago lo único que se me ocurre, lo único diferente que he hecho desde anoche: cubro mis oídos con las manos, aislándolos del ruido, me doy por vencido en esta cacería, he sido derrotado por una mosca.

Pero mi derrota no es suficiente, según parece. Mis manos presionan ambos lados de mi cráneo, aplastando mis orejas, y aún así puedo escuchar el burlón zumbido, la maldita mosca insiste en evidenciar mi desgracia, incluso donde no puedo atraparla, dentro de mí. Grito, o eso creo hacer, pues no me puedo escuchar, mis oídos sólo filtran el sonido incesante de la mosca. Pataleo con furia y desesperación, lágrimas de ira salen de mis ojos cuyos párpados se mantienen presionados negando la visión del campo de batalla donde me han vencido, y rocían el suelo mientras ruedo en posición fetal buscando un escape a esta agonía.

No encuentro escape alguno, pero al abrir los ojos hay algo que sí encuentro: los restos de la computadora, agonizando a su manera, con la pantalla fragmentada, y en esa pantalla negra logro distinguir un punto que no vi anoche. Fijo mi mirada y me concentro para no engañar a mi vista. Ahí, en el centro de la pantalla, como si se tratara de un mausoleo, se encuentra el cadáver de mi rival, la mosca. Mi cerebro comienza a sacar conclusiones al respecto, de cuan inútil fue mi cacería de toda la noche, pero todas las deducciones se ven interrumpidas por los lamentos fúnebres que aún suenan en mis oídos como un zumbido sin fin.

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