28 nov 2016

Mercenario

La mirada de desprecio no siempre puede ser ocultada, y como ejemplo está la persona frente a mí. Le disgusta que me describa, que diga lo que soy, aún cuando sea verdad. Tal vez porque se trata de esas verdades incómodas, de esas que a muchos les exige cierta hipocresía para seguir disfrazando el mundo feliz que han construido a su alrededor a través de otras mentiras e ilusiones en las cuales todos son iguales y tienen las mismas oportunidades. Siento por ellos una pena que es correspondida con desprecio. Puedo entenderlo, no me ofende en realidad. 

Hace algunos años que esta actividad me da de comer, mantiene mi estatus de vida y a veces hasta me permite algunos lujos y placeres. No puedo decir que es un orgullo para mí, pero tampoco me pondré a lamentar las desventuras por las que he pasado. Me considero afortunado con lo que he vivido y aprendido en estos años vagando por distintas tierras, conociendo a más personas como yo y a algunos otros más afortunados que optaron por mayor estabilidad y sedentarismo. Sin embargo, la persona frente a mí no parece compartir mi visión, y eso puede ser un problema en estos momentos. 

Esta persona busca a alguien que le sea leal. Yo puedo serlo. También quiere que ese alguien sea hábil en las actividades a realizar. Yo puedo serlo. Obviamente, busca a un experto que cobre como un novato. Yo no soy ni uno ni otro, así que podríamos negociar para bien de ambos. Pero también quiere a alguien que se quede indefinidamente... Y eso es algo que yo no puedo ofrecer, no tan fácil, no tan definitivo, no tan pronto.

Como mercenario que soy, ofrezco mis servicios a distintos feudos, a veces al mismo tiempo. Es conveniente para las partes involucradas, y aunque preferiría ser vasallo de algún gran señor de estas ciudades, no es fácil abrirse camino entre tanta competencia. Alguien como yo requiere mantenerse activo, practicando, porque es lo que buscan esos señores, a un asalariado que tenga conocimientos bastos, que haya recorrido distintos feudos y sepa qué hacer en toda ocasión. Reclutan a los que consideran mejores, y para ser incluido en esa élite, uno debe ser hábil y saber cómo ofrecer sus servicios. He visto a algunos excelentes guerreros ser despreciados por estar demasiado especializados en su oficio, y también he visto a viajeros ser ignorados porque no tienen uno en específico. Es poco rentable estar en cualquiera de esos extremos, a pesar de las ventajas que suponen ambos.

No todos los señores buscan lo mismo. Hay quienes están conformes con mercenarios que hagan frente a las problemáticas que surgieron y que esperan resolver contratándolos por una temporada. Hay quienes prefieren a alguien más estable, y hay otros más, como la persona frente a mí, que busca a alguien leal y que prácticamente dé la vida por su señor. Y yo no puedo hacer eso, no tan pronto ni incondicional. 

En el pasado he aceptado contratos poco favorables, casi unilaterales, debido a mi inexperiencia en el combate diario. Esos feudos en los que fui aceptado me enseñaron distintas cosas, desde las jornadas severas y cómo suavizarlas, hasta los excesos y abusos que los grandes y no tan grandes señores suelen efectuar. Es curioso cómo aquellos que más llegaron a exigir lealtad de los mercenarios eran los que más abusaban de ellos, muchas veces justificándose en la posible traición. Es decir, sobre explotaban a los mercenarios porque temían que los traicionaran, sin darse cuenta de que somos más propensos a perder lealtad con cada abuso. Al final del día, quedábamos en un severo dilema, pues no queríamos portar sus escudos, y los grandes señores sólo querían entre sus filas a quienes se distinguieran con ello. Claro, algunos soportaron más que otros, e incluso tuvieron suerte y consiguieron ser parte de esos feudos tan grandiosos. Otros, como yo, fuimos menos pacientes o más orgullosos y optamos por continuar nuestros caminos en busca de mejores contratos.

Así fue como llegué a este feudo, con esta persona, dispuesto a negociar mi estadía en sus dominios a cambio de mi labor. Su renombre por mi conocimiento y actividad, el trato básico. Pero la negociación no promete mucho ahora que sabe soy un mercenario más. Desconfía de mí, lo puedo notar en sus muecas. Observa los estandartes que obtuve previamente como muestra de gratitud por mis labores, pero duda. Cree que pude haberlos falsificado, que miento respecto a mi trayectoria y que de contratarme, podría traicionarle y hasta robarle.No confía en alguien como yo, que ha estado poco tiempo en muchos feudos. 

Debo admitir que si fuese la primer vez que noto esto, me ofendería. ¿Cómo puede creer eso de mí? ¿No enviará mensajeros a esas tierras para corroborar mis relatos? ¿No puede suponer que salí de aquellos feudos por otros motivos que no sean mi traición? Sin embargo, ya comprendo un poco su mentalidad, y entiendo sus preocupaciones, por innecesarias que sean ante mí. Si yo fuese un gran señor, también me preocuparía por el origen de los mercenarios que contratara, de su posible lealtad o de sus intenciones a mediano plazo. Tal vez también buscaría mercenarios que no fuesen mercenarios. 

Es una paradoja que roza la estupidez, pero así es. Quieren mercenarios experimentados a los que puedan pagar como si de aprendices se tratara. Quieren su total lealtad desde el primer momento y que porten sus escudos, pero no les ofrecen más que desprecio y desconfianza. Quieren que desempeñen todas las labores posibles pero sin mandar en ninguna, siempre como vasallos de menor nivel. Más que mercenarios, quieren esclavos. 

Las negociaciones de hoy no rindieron frutos, así que seguiré mi camino por otros terrenos, y esta persona frente a mí intentará negociar con un nuevo mercenario que, si tiene suerte y logré explicar correctamente mi postura, recibirá una mejor oferta que la mía. Si yo tengo suerte, me ocurrirá algo similar, o bien tendré que aceptar algún vasallaje menos justo, aunque sea de manera temporal, aunque signifique continuar como mercenario. Esta nueva época feudal recién inicia.

10 sept 2016

Anoche

Anoche soñé con ella.

Quisiera recordar más detalles, pero no puedo. Siempre tuve ese problema, me cuesta mucho mantener en mi memoria esas imágenes, casi siempre nocturnas, que acuden a mi inconsciente. Tal vez por ello les doy tanta importancia.

Como sea, el tema es ella. La mujer que decidió irse, quien dejó huella profunda en mi ser, así como diversas enseñanzas y alegrías. Ella fue la protagonista de mi sueño, y eso me tranquiliza.

Y es que se trata de un caso peculiar, pues es la primera vez que me sucede. No me refiero soñar con ella, pues previamente ya había visitado ese reino mío, pero sí es la primera vez desde su partida, y eso tiene un gran significado para mí. También es la primera vez que me sucede con alguien.

Nunca en mi vida había sido "visitado en sueños", como le llaman algunos. Los seres queridos que han fallecido no han acudido a mí por ese medio. Dicen que soñar con quien ya falleció implica un mensaje. Dicen que puede ser un reproche, una especie de señal o simplemente un recordatorio de que están mejor ahora. Siguiendo esa línea, nunca tuve reproches, siempre supe que estaban tranquilos en esa "otra vida", como también suelen llamarle. Siempre lo consideré algo bueno y hasta significativo.

Por eso me resultó tan peculiar el sueño de anoche, porque ella me visitó La vi reír, con esa sonrisa tan tierna y coqueta que solía portar conmigo. Bailaba, estaba feliz, y por ende, yo también lo estaba.

Tal vez sea mera superstición, pero hoy necesito esa creencia. Quiero creerlo, quiero que ella esté bien y así poder seguir avanzando. No porque ella me detenga, sino porque prometí algún día llegar hasta donde se encontrara. Y pienso cumplir mi palabra.

8 ago 2016

Elegido

Necesito un café, esta resaca me está destrozando la cabeza. A penas puedo abrir los ojos sin que la luz lastime mis pupilas, esa luz de la madrugada que en estos momentos me pareciera del mediodía.

Las calles ya comienzan a verse transitadas a pesar de la hora, con todas esas personas listas para su rutina, iniciando lo cotidiano de la semana y resignándose a las exigencias de cada lunes por la mañana. Entre ellos solía estar yo, pero ya no más. 

No fue una decisión fácil. Me tomó casi tres décadas el zafarme de esos estándares. Casi treinta años de dudas respecto a todo y a todos, pero finalmente me decidí a escapar de ello. Como la mayoría de las decisiones que he tomado en la vida, ignoro si es correcta o sólo lo parece, pero ya está hecho y no puedo dar marcha atrás. No puedo, pero tampoco quiero. 

Toda mi vida fue lo mismo, las mismas palabras, el mismo sonsonete de amigos y conocidos, incluso de familiares que estaban seguros de sus afirmaciones. La misma frase de siempre, una combinación mínima de palabras que, luego de algunos años, parecían más bien cántico de aquelarre, una invocación de la desdicha, una profecía que insistían en que debía cumplirse, pero que al forzarla tanto, iba decayendo más y más. "Llegarás lejos", "estás destinado para grandes cosas", "tienes mucho futuro"...

¿Cuál futuro? ¿Cuáles cosas? ¿Cuál destino? ¿Lejos de dónde? Cuando cuestiono esas palabras, suelen mirarme como si les hubiese ofendido de la peor manera. Pero no es así. mis dudas son sinceras, siempre lo son. Si les pregunto, es porque en verdad quiero saber la respuesta, porque algo se me está escapando en su lógica y no logro unir todos los puntos que ellos ven... pero en vez de responderme, me miran de pies a cabeza y dan media vuelta, manteniendo su esperanza en un destino prefabricado que quisieron adjudicarme.

Desde niño me decían elogios, como a muchos otros. Sin embargo, conmigo fue diferente: mientras que otros se creían esas palabras y las usaban como peldaños en las escaleras de su desarrollo y autoestima, para mí sólo eran frases exageradas. Nunca les tomé demasiada importancia, pero quienes me ofrecían tales adulaciones (porque así eran) parecían creerlo más conforme pasaba el tiempo. Dejé de ser un pequeño genio y me convirtieron en un prodigio, sin más sustento que el de sus predicciones. Pasé de ser un niño un poco menos común a un joven único, un elegido... ¿Elegido para qué? ¿Elegido por quién?

Nunca fui un gran genio. Admito que llegaba a sobresalir en algunos aspectos, pero no en todos; al igual que todos los demás. Y aún así, la gente me señalaba como el mejor. De más está decir que esos excesos de enaltecimiento comenzaron a generame rivales y, posteriormente, enemigos. La mayoría de ellos nunca cruzaron frente a mis ojos, pero supe de su existencia, principalmente por sus acciones en mi contra. 

Mis defensores me convirtieron en víctima sin darse cuenta, a través de esas palabras que siguen resonando en mi cabeza y que odio como a nada en este mundo. ¿Es demasiado pedir que se callen? ¿No puedo ser considerado normal? ¡No quiero que sus anhelos y sueños recaigan en mí!

Inútil. Seguían repitiendo, cada vez con más frecuencia, que yo era uno de los elegidos para cambiar el mundo, que mis cualidades harían la diferencia en el futuro. ¿Cuál futuro? ¡Ni siquiera sé si tengo futuro! Se encargaron de ponerme en un altar que no quería, del cual ahora no puedo bajarme, sin importar lo que haga. Siempre están ahí para cuidarme, para protegerme de todos, incluso de mí mismo. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué debo tener una vida privilegiada cuando lo que yo quiero es una vida común? Peor aún, cuando les he llegado a hacer estas preguntas, todos dicen que debería agradecer el ser tan afortunado. ¿Así me ven? ¿Soy alguien afortunado? Pues les diré cómo veo mi fortuna: como una atadura a un destino que no quiero, pero que todos me han asignado en sus ilusiones, ya que no son lo suficientemente capaces de hacer las cosas por sí mismos.

Son cobardes, no se atreven a verse. Quieren un salvador, pero no porque necesiten ser salvados, sino porque no quieren ser ellos quienes tomen la decisión difícil. No quieren ser ellos quienes deban soportar el peso de un error. Prefieren escudarse en una creencia, diciendo que yo soy el elegido para decidir por ellos porque soy más capaz. Y no sé si lo sea, pero nunca me verán hablando por ellos.

El sol recién alumbra estas calles, pero aún con la poca luz que baña el asfalto, varios me reconocen. Siento sus miradas, algunas de sorpresa, las más odiosas de condescendencia, pero la mayoría son de duda. Saben que estoy tocando fondo, pero siguen viéndome como si estuviera en la cima. ¿Cómo hacerles entender? ¿Cómo les digo que no quiero ser su salvador, pues ni siquiera puedo ser el mío? ¿Necesitan verme destruido? Ya no importa, 

La resaca continúa, pero sigo caminado con la mirada hacia abajo. Evito encontrar con la vista esos rostros que saben quién soy, no por vergüenza, sino por hartazgo. Soy demasiado cobarde para ser su elegido, pero también lo soy para dejar de serlo. Me han encerrado en una idea, una que no creo pero que me mantiene preso. La condena del elegido, de aquel que sobresale entre la multitud para alzar la voz... esa condena la llevo yo, y es la peor que pude imaginar. Es la presión constante de la dependencia, porque todos depende de mí, me otorgaron el castigo de decidir por ellos mientras disfrutan sus vidas.