8 ago 2016

Elegido

Necesito un café, esta resaca me está destrozando la cabeza. A penas puedo abrir los ojos sin que la luz lastime mis pupilas, esa luz de la madrugada que en estos momentos me pareciera del mediodía.

Las calles ya comienzan a verse transitadas a pesar de la hora, con todas esas personas listas para su rutina, iniciando lo cotidiano de la semana y resignándose a las exigencias de cada lunes por la mañana. Entre ellos solía estar yo, pero ya no más. 

No fue una decisión fácil. Me tomó casi tres décadas el zafarme de esos estándares. Casi treinta años de dudas respecto a todo y a todos, pero finalmente me decidí a escapar de ello. Como la mayoría de las decisiones que he tomado en la vida, ignoro si es correcta o sólo lo parece, pero ya está hecho y no puedo dar marcha atrás. No puedo, pero tampoco quiero. 

Toda mi vida fue lo mismo, las mismas palabras, el mismo sonsonete de amigos y conocidos, incluso de familiares que estaban seguros de sus afirmaciones. La misma frase de siempre, una combinación mínima de palabras que, luego de algunos años, parecían más bien cántico de aquelarre, una invocación de la desdicha, una profecía que insistían en que debía cumplirse, pero que al forzarla tanto, iba decayendo más y más. "Llegarás lejos", "estás destinado para grandes cosas", "tienes mucho futuro"...

¿Cuál futuro? ¿Cuáles cosas? ¿Cuál destino? ¿Lejos de dónde? Cuando cuestiono esas palabras, suelen mirarme como si les hubiese ofendido de la peor manera. Pero no es así. mis dudas son sinceras, siempre lo son. Si les pregunto, es porque en verdad quiero saber la respuesta, porque algo se me está escapando en su lógica y no logro unir todos los puntos que ellos ven... pero en vez de responderme, me miran de pies a cabeza y dan media vuelta, manteniendo su esperanza en un destino prefabricado que quisieron adjudicarme.

Desde niño me decían elogios, como a muchos otros. Sin embargo, conmigo fue diferente: mientras que otros se creían esas palabras y las usaban como peldaños en las escaleras de su desarrollo y autoestima, para mí sólo eran frases exageradas. Nunca les tomé demasiada importancia, pero quienes me ofrecían tales adulaciones (porque así eran) parecían creerlo más conforme pasaba el tiempo. Dejé de ser un pequeño genio y me convirtieron en un prodigio, sin más sustento que el de sus predicciones. Pasé de ser un niño un poco menos común a un joven único, un elegido... ¿Elegido para qué? ¿Elegido por quién?

Nunca fui un gran genio. Admito que llegaba a sobresalir en algunos aspectos, pero no en todos; al igual que todos los demás. Y aún así, la gente me señalaba como el mejor. De más está decir que esos excesos de enaltecimiento comenzaron a generame rivales y, posteriormente, enemigos. La mayoría de ellos nunca cruzaron frente a mis ojos, pero supe de su existencia, principalmente por sus acciones en mi contra. 

Mis defensores me convirtieron en víctima sin darse cuenta, a través de esas palabras que siguen resonando en mi cabeza y que odio como a nada en este mundo. ¿Es demasiado pedir que se callen? ¿No puedo ser considerado normal? ¡No quiero que sus anhelos y sueños recaigan en mí!

Inútil. Seguían repitiendo, cada vez con más frecuencia, que yo era uno de los elegidos para cambiar el mundo, que mis cualidades harían la diferencia en el futuro. ¿Cuál futuro? ¡Ni siquiera sé si tengo futuro! Se encargaron de ponerme en un altar que no quería, del cual ahora no puedo bajarme, sin importar lo que haga. Siempre están ahí para cuidarme, para protegerme de todos, incluso de mí mismo. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué debo tener una vida privilegiada cuando lo que yo quiero es una vida común? Peor aún, cuando les he llegado a hacer estas preguntas, todos dicen que debería agradecer el ser tan afortunado. ¿Así me ven? ¿Soy alguien afortunado? Pues les diré cómo veo mi fortuna: como una atadura a un destino que no quiero, pero que todos me han asignado en sus ilusiones, ya que no son lo suficientemente capaces de hacer las cosas por sí mismos.

Son cobardes, no se atreven a verse. Quieren un salvador, pero no porque necesiten ser salvados, sino porque no quieren ser ellos quienes tomen la decisión difícil. No quieren ser ellos quienes deban soportar el peso de un error. Prefieren escudarse en una creencia, diciendo que yo soy el elegido para decidir por ellos porque soy más capaz. Y no sé si lo sea, pero nunca me verán hablando por ellos.

El sol recién alumbra estas calles, pero aún con la poca luz que baña el asfalto, varios me reconocen. Siento sus miradas, algunas de sorpresa, las más odiosas de condescendencia, pero la mayoría son de duda. Saben que estoy tocando fondo, pero siguen viéndome como si estuviera en la cima. ¿Cómo hacerles entender? ¿Cómo les digo que no quiero ser su salvador, pues ni siquiera puedo ser el mío? ¿Necesitan verme destruido? Ya no importa, 

La resaca continúa, pero sigo caminado con la mirada hacia abajo. Evito encontrar con la vista esos rostros que saben quién soy, no por vergüenza, sino por hartazgo. Soy demasiado cobarde para ser su elegido, pero también lo soy para dejar de serlo. Me han encerrado en una idea, una que no creo pero que me mantiene preso. La condena del elegido, de aquel que sobresale entre la multitud para alzar la voz... esa condena la llevo yo, y es la peor que pude imaginar. Es la presión constante de la dependencia, porque todos depende de mí, me otorgaron el castigo de decidir por ellos mientras disfrutan sus vidas.

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