Cada día es igual. No hay una hora exacta, pero siempre hace acto de presencia. La primera vez que la escuché creí que era un acontecimiento único y aislado, que no se repetiría. Tal vez se tratara de un alma en pena que vagaba por las calles, haciendo un recorrido de penitencia hacia donde podría descansar finalmente. Pero no era así.
También llegué a pensar que aquella voz era ya parte de aquella colonia donde comenzaba a transitar para laborar. Fue en mi primer día de trabajo que la escuché, y a las pocas semanas no pude soportarlo, tuve que salir de ahí inmediatamente. Nuevamente me equivoqué. Salir de aquel edificio no sirvió de mucho, pues en mi siguiente empleo también pude escuchar ese ruido infernal que ponía mis nervios en sufrimiento. Fue entonces que consideré la posibilidad de que el estrés comenzaba a destrozar mis sentidos, y que sólo estaba agrandando el problema. Pero aún en mis momentos más tranquilos podía escuchar esa voz, y sus efectos recorrían mis oídos, mi mente y a veces todo mi cuerpo. Parecía arrancar lentamente cada fragmento de mi cerebro, destazando mi cordura y corrompiendo mi estabilidad.
El ruido que emite taladra mis tímpanos, silenciando mi entorno y dejando en mi mente su voz aguda, carente de aliento y llena de desesperación. La penuria que acarrea cada una de sus palabras sólo se compara con el dolor que ocasionan. Y no conforme con ello, inicia su himno otra vez, esperando a un alguien que parece que nunca llegará, que no detendrá su agonía ni la locura que desata en algunos de quienes le escuchamos.
Y es que sé que es una voz que todos escuchamos, pero no siempre le hacemos caso. Algunos incluso la han aceptado en la cotidianidad de su vida, otros más han podido tomar con humor su aparición. Sin embargo, yo no no he podido, no puedo y dudo alguna vez poder. Es demasiado para mí, soy débil y he sucumbido a su poder y efectos devastadores, ha arrasado con la tranquilidad que tanto me ha costado mantener.
Cada día es igual. Es errática en la hora de su aparición, lo cual incrementa la agonía y ansiedad. A diario estoy a la expectativa de que esa voz salida de las profundidades del averno me visite y me haga perder el juicio lenta y sádicamente.
Ahí viene, ya puedo notar su voz. La lejanía mantiene sus efectos controlados, pero conforme se acerca a mi lugar comienza la desesperación. Aprieto mis puños en creciente ritmo, mi ojo derecho parpadea sin obedecerme, la sangre en mi cráneo se agolpa y me hace sentir cada palpitación de mi corazón en la frente y la nuca, mis pies tamborilean sin control, mi garganta intenta liberar un grito ahogado de angustia que refleje mi calvario… Y entonces escucho de nuevo y a todo volumen esa voz salida del infierno, repitiendo su cántico, torturando mis oídos hasta la demencia, y no puedo hacer nada para detenerla…
"Se compran... colchones... tambores... refrigeradores... estufas... lavadoras... microondas... o algo de fierro viejo que vendaaan..."
9 ago 2013
7 ago 2013
Ficción
Y aquí estoy, con otro tequila en la mano, preparando mi paladar para el whiskey y escondiéndome en un silencio inexistente dentro de este antro. Las luces y la música han intentado atraerme toda la noche, pero las he ignorado. Miro a un lado y veo niños jugando a ser adultos. Miro al otro lado y veo adultos jugando a ser niños. Y no sé a cuál de esas categorías pertenezco, ni siquiera a cuál me parezco.
El alcohol ya no me sabe a diversión. En algún momento era el combustible de las fiestas a las que asistía, el motivo de locuras y tonterías que posteriormente recordaría en compañía de mis amigos mientras comíamos o bebíamos café. Pero tampoco he llegado al punto en que me sabe a tristeza ni a recuerdos. Sólo me sabe a alcohol, nada más.
La música "de moda" me parece simplona, sin mayor significado aunque sí con mucha energía. No encuentro mensajes en ellas, sólo coros que se repiten mientras invitan a vivir y disfrutar. ¿Vivir qué? ¿Disfrutar qué? Lo ignoro, ahí termina la estrofa y sigue un lapsus de rimas rápidas llenas de ego. No obstante, aquí sigo, escuchando todo el repertorio que el DJ tiene para esta noche, a pesar de que tres o cuatro canciones sean suficientes para tener la sensación de que se conocen todas o bien, que cada una dura varias horas.
Veo a mis amigos disfrutar todo esto que para mí es insípido. No los juzgo por ello, pero tampoco logro entenderlos. En algún momento pude haber culpado a la diferencia de edades, siendo unos mayores que yo y otros menores, casi siempre por más de 2 años, que siguen siendo una diferencia relativamente baja. Pudo ser mi excusa en algún momento, pero ya no. Veo más joviales a aquellos que son mayores, preguntándome si están en una especie de "crisis de la edad", pero la teoría se va por los suelos si considero cuántos actúan así. A menos que sea una clase de epidemia a la cual soy inmune. Pero lo dudo.
Con cada trago comienzo a analizar mi vida, cual depresivo sin remedio. Y es que en momentos pareciera que he hecho demasiadas cosas en poco tiempo, mientras que unos minutos después tengo la impresión de que mi acciones y logros parecen nada comparados con... ¿con quién? No tengo contra quien o qué comparar mis acciones. Conocidos y familiares han tomado caminos distintos al mío, se han enfrentado a circunstancias diferentes, complicaciones varias. Sería injusto, aunque no sé para quién, decir que uno es más que el otro o viceversa. Somos lo que somos, pero en distintos caminos, con distintas experiencias y distintos futuros. O eso quiero pensar.
Recuerdo un par de veces en que me "diagnosticaron" depresión. Cada una de esas veces no pude evitar una risa sutil, no sólo por mis análisis amateurs. De verdad me hacía gracia ese fatalismo hacia mi persona, aún cuando yo mismo lo propiciaba, nunca con mala intención. Tal vez terminé de creerme mi ficción y comencé a representar ese personaje. Tal vez mi ficción superó a mi realidad. Tal vez me estoy adaptando a todas esas máscaras que usé como diversión, y mi rostro ha dejado de ser el que era. En sentido figurado, claro.
Alguna vez escuché o leí a alguien decir que, cuando sientes que el mundo está en tu contra, debes analizar si no eres tú quien va contra el mundo. En ese punto estoy ahora. No sé si me estoy aferrando al pasado o el futuro me está sobrepasando. Tal vez sea nostalgia lo que siento. Creo poder presumir que mi pasado no fue malo, sino todo lo contrario. Pero tal vez es hora de dejarlo ir, comenzar a ver los mismos horizontes pero con una visión distinta, usar esas frases que plagan los libros de autoayuda y superación, o algo así.
En broma me digo "Es la edad, ya estás viejo". Sé que no es del todo cierto, que aún no tengo tantos años. ¡Ni siquiera tengo la mitad de la edad de mi padre! Las posibilidades son muchas, pero es un arma de doble filo pensar en la edad, pues no se pueden evitarlas comparaciones, esas que ya sé serían injustas.
Es curiosa la manera en que funcionan la vida y las letras. A veces empezamos algo creyendo que será fantasía, una ficción más para distraernos, y al finalizar nos damos cuenta de que es parte de nuestra realidad, y que da o dará forma a lo que somos y seremos. Como este escrito.
El alcohol ya no me sabe a diversión. En algún momento era el combustible de las fiestas a las que asistía, el motivo de locuras y tonterías que posteriormente recordaría en compañía de mis amigos mientras comíamos o bebíamos café. Pero tampoco he llegado al punto en que me sabe a tristeza ni a recuerdos. Sólo me sabe a alcohol, nada más.
La música "de moda" me parece simplona, sin mayor significado aunque sí con mucha energía. No encuentro mensajes en ellas, sólo coros que se repiten mientras invitan a vivir y disfrutar. ¿Vivir qué? ¿Disfrutar qué? Lo ignoro, ahí termina la estrofa y sigue un lapsus de rimas rápidas llenas de ego. No obstante, aquí sigo, escuchando todo el repertorio que el DJ tiene para esta noche, a pesar de que tres o cuatro canciones sean suficientes para tener la sensación de que se conocen todas o bien, que cada una dura varias horas.
Veo a mis amigos disfrutar todo esto que para mí es insípido. No los juzgo por ello, pero tampoco logro entenderlos. En algún momento pude haber culpado a la diferencia de edades, siendo unos mayores que yo y otros menores, casi siempre por más de 2 años, que siguen siendo una diferencia relativamente baja. Pudo ser mi excusa en algún momento, pero ya no. Veo más joviales a aquellos que son mayores, preguntándome si están en una especie de "crisis de la edad", pero la teoría se va por los suelos si considero cuántos actúan así. A menos que sea una clase de epidemia a la cual soy inmune. Pero lo dudo.
Con cada trago comienzo a analizar mi vida, cual depresivo sin remedio. Y es que en momentos pareciera que he hecho demasiadas cosas en poco tiempo, mientras que unos minutos después tengo la impresión de que mi acciones y logros parecen nada comparados con... ¿con quién? No tengo contra quien o qué comparar mis acciones. Conocidos y familiares han tomado caminos distintos al mío, se han enfrentado a circunstancias diferentes, complicaciones varias. Sería injusto, aunque no sé para quién, decir que uno es más que el otro o viceversa. Somos lo que somos, pero en distintos caminos, con distintas experiencias y distintos futuros. O eso quiero pensar.
Recuerdo un par de veces en que me "diagnosticaron" depresión. Cada una de esas veces no pude evitar una risa sutil, no sólo por mis análisis amateurs. De verdad me hacía gracia ese fatalismo hacia mi persona, aún cuando yo mismo lo propiciaba, nunca con mala intención. Tal vez terminé de creerme mi ficción y comencé a representar ese personaje. Tal vez mi ficción superó a mi realidad. Tal vez me estoy adaptando a todas esas máscaras que usé como diversión, y mi rostro ha dejado de ser el que era. En sentido figurado, claro.
Alguna vez escuché o leí a alguien decir que, cuando sientes que el mundo está en tu contra, debes analizar si no eres tú quien va contra el mundo. En ese punto estoy ahora. No sé si me estoy aferrando al pasado o el futuro me está sobrepasando. Tal vez sea nostalgia lo que siento. Creo poder presumir que mi pasado no fue malo, sino todo lo contrario. Pero tal vez es hora de dejarlo ir, comenzar a ver los mismos horizontes pero con una visión distinta, usar esas frases que plagan los libros de autoayuda y superación, o algo así.
En broma me digo "Es la edad, ya estás viejo". Sé que no es del todo cierto, que aún no tengo tantos años. ¡Ni siquiera tengo la mitad de la edad de mi padre! Las posibilidades son muchas, pero es un arma de doble filo pensar en la edad, pues no se pueden evitarlas comparaciones, esas que ya sé serían injustas.
Es curiosa la manera en que funcionan la vida y las letras. A veces empezamos algo creyendo que será fantasía, una ficción más para distraernos, y al finalizar nos damos cuenta de que es parte de nuestra realidad, y que da o dará forma a lo que somos y seremos. Como este escrito.
11 jul 2013
El Pozo
El siguiente relato es una versión personalizada de un cuento que leí cuando niño. Ignoro quién es el autor, y aunque he encontrado algunas versiones en internet, quise hacerle un homenaje reescribiéndola.
Agradecimiento especial merece la señorita Cinthia Valenzuela, ya que ella fue quien propició los recuerdos de este su servidor y las ganas de relatar "a mi manera" esta historia que tanto me fascinó hace unos años. Espero disfruten el relato.
Hace tiempo, en un pueblo lejano, vivía una familia. En realidad, vivían varias, pero esta historia se enfoca en una que, curiosamente, tenía como integrantes a una mujer y un hombre, madre y padre respectivamente, y a tres infantes de 12, 10 y 8 años, siendo la más pequeña una niña. Eran el estereotipo de la "familia feliz"… hasta que el dinero comenzó a escasear.
Poco tiempo pasó para que la escasez se acercara a la total carencia, por lo que decidieron vender su casa y conseguir un lugar más modesto para habitar. La búsqueda de ese lugar fue corta, pues una pequeña casa al pie de una colina se hallaba desocupada desde hacía varios años. Como con toda casa abandonada, varios eran los rumores entre los vecinos respecto a las historias que yacían junto con los cimientos, pero la necesidad de la familia era mucha, así que decidieron fingir oídos sordos ante las historias de la casa y la adquirieron con parte de la ganancia que tenían por vender su anterior hogar.
Incluso los niños de aquella familia escucharon las historias acerca de anteriores habitantes, pero les parecieron muy fantasiosas, especialmente después de vivir en ella un par de semanas. Nada de ruidos raros, de movimientos por la noche, de paredes sangrantes, de sombras sospechosas, fantasmas o demás elementos básicos en las historias contadas por sus vecinos. Era una casa común, nada más.
Lo único que la diferenciaba del resto en aquel pueblo era que contaba con un pozo en lo que, para algunos, era el patio trasero, y para otros, una sección bastante amplia de llanura que tenía como límite una pequeña cordillera formada por rocas apiladas, las cuales aseguraban que nadie pasaría sobre ella desde ninguno de los dos lados. Cuando la familia supo de este pozo, pensaron que podrían aprovecharlo, pero de inmediato los vecinos les hicieron notar que ya estaba seco desde varios años atrás, y por ello se mantenía cubierto con algunas tablas. La familia decidió dejarlas ahí y avocarse al interior de su nueva y modesta propiedad.
Sin embargo, el dinero que habían podido obtener de la venta de su anterior hogar se agotaba más pronto de lo que habían esperado, así que la madre tuvo que comenzar a trabajar también por su cuenta. No paso mucho tiempo para que comenzaran a recortar algunos de los gastos, hasta el punto en que optaron porque los niños no fueran a la escuela por un tiempo, para así ahorrar algunas de las monedas que normalmente utilizaban. Debido a esta situación, los niños tenían más tiempo libre, así que pasaban el día jugando en su pequeña llanura particular, emulando algunas de las historias sobrenaturales que sus vecinos les contaban.
En una de esas tardes templadas de juego, la niña comenzó a deambular por el patio mientras sus hermanos jugaban a ser caballeros medievales en un duelo de espadas. Caminó mirando el pasto, como si buscara insectos para considerarlos sus nuevos compañeros de juego del día, y así fue que llegó hasta donde estaba el pozo. Su mirada pasó de las pequeñas hierbas que rodeaban los ladrillos hasta el borde grisáceo de aquel artilugio abandonado. Su búsqueda por pequeños animalillos continuó hasta que notó un sonido que emanaba del pozo, una especie de rasguños en la pared, a penas audibles. Miro las tablas que lo cubrían y notó que no estaban en su posición original, sino que se habían movido ligeramente, seguro por sus hermanos mientras jugaban, dejando libre un pequeño espacio de la boca del pozo. Temiendo que algún animalito se hubiese quedado ahí atrapado, corrió en busca de la ayuda de sus hermanos.
Cuando regresaron los tres, el ruido había cesado, pero las tablas seguían en la posición que la pequeña había visto. Preocupados por la posible desdicha de algún animalito de haber caído en el pozo tan sólo por buscar comida, se apresuraron a bajar la cubeta que aún colgaba de pozo. Esperaron unos instantes, hasta que sintieron que el animalito se había acercado al contenedor, y comenzaron a subirlo. La cuerda era gruesa y deteriorada, pero el dolor que los niños sentían en sus pequeñas manos era poco, especialmente comparado con el temor que cualquier ser vivo tendría de haber caído en ese profundo pozo. Cuando finalmente tuvieron la cubeta con ellos, notaron que estaba vacía, salvo por una pequeña nota en su interior, tal vez un mensaje olvidado cuando aún funcionaba el pozo. Lo leyeron en voz alta. Sólo dos palabras y un signo de interrogación, aunque con excelente caligrafía, adornaban el papel: tienen comida ?.
Por unos instantes, los tres quedaron atónitos, sin moverse ni decir palabra alguna. Cuando finalmente la sorpresa fue aceptada, el mayor de ellos se aventuró a asomarse al pozo y preguntar si había alguien abajo. No hubo respuesta alguna. No sabían qué hacer. Sus padres siempre les dijeron que no hablaran con extraños, pero también les habían enseñado a ayudar al prójimo siempre que pudieran. También recordaron que en muchas ocasiones les habían aconsejado no acercarse al pozo, pues era peligroso. Sopesaron la situación y sus opciones durante el resto de la tarde, y para la noche habían decidido ayudar a quien fuera que hubiese escrito esa nota y que posiblemente vivía dentro del pozo, pero sin decirles nada a sus padres hasta averiguar de quién se trataba. Acordaron que a la mañana siguiente los tres juntarían un poco de su ya de por si escueto desayuno, y que lo llevarían al pozo cuando sus padres se fueran a trabajar.
Así lo hicieron, y antes del mediodía ya estaban bajando nuevamente la cubeta con algunos frijoles en un plato. Hasta entonces se dieron cuenta de su enorme profundidad, pues fueron un par de minutos los que la cubeta tardó para llegar al fondo. Cuando sucedió, esperaron un poco, observando la cuerda, esperando que algún movimiento les indicara que su nuevo amigo había tomado los frijoles, pero no ocurrió ese día. Antes de caer la noche, dieron un último vistazo a la cuerda y se fueron a dormir. A la mañana siguiente acudieron al pozo para saber qué había pasado. El mayor de los hermanos jaló un poco la cuerda, y entonces notó que pesaba más que el día anterior. Se apresuraron a subir la cubeta, y cuando estuvo entre sus manos, vieron que de nuevo había una nota, pero esta vez no era lo único; también había una pequeña bolsa en su interior. Supusieron que quien estaba abajo era mudo e incluso sordo, ya que no había respondido a sus gritos, y por ello se comunicaba con ellos con esas notas, así que el mayor de los hermanos la abrió para leerla mientras los dos más pequeños empezaron a abrir la bolsa.
En la nota se leía, nuevamente con excelente caligrafía, "Nuestros expertos han analizado el alimento. Concluyeron que se trata de leguminosas de muy buena calidad, nutritivas y de buen sabor. Enviamos agradecimiento". Al tiempo que el mayor leía la nota, sus hermanos habían abierto la bolsa, la cual contenía tres piezas pequeñas de oro. Estaban atónitos y felices. Quien quiera que estuviese abajo, pagaba muy bien por la comida, por sencilla que fuera. Durante el resto del día platicaron respecto a esta situación y concluyeron que seguirían ayudando a la gente del pozo, pero sin decir nada a sus padres, al menos por el momento, pues no querían estropear su posible nuevo negocio.
En la mañana del siguiente día, llevaron algunos trozos de pan al pozo, y bajaron la cubeta con cuidado pero a prisa. La respuesta fue más rápida en esa ocasión: la cubeta sufrió un movimiento corto pero brusco unos segundos después de haber tocado el fondo del pozo. Los hermanos esperaron, pero nada sucedió, por lo que decidieron regresar hasta la mañana siguiente. Efectivamente, en cuanto el solo iluminó el patio de la casa, la cubeta ya contenía una nueva nota con su respectivo agradecimiento, esta vez mayor, y que los hermanos recibieron gustosos, no sólo porque ya tenían "dinero", sino porque estaban ayudando a alguien más. La nota decía "Nuestros expertos han analizado el alimento. Pan. Muy nutritivo y de muy buen sabor. Esperamos nuevas muestras. Enviamos agradecimiento".
En los días siguientes, cuando comían, procuraban guardar algo de sus alimentos para poder llevarlos al pozo a la mañana siguiente. No era mucho, pero procuraban dar un poco de variedad a los alimentos que intercambiarían. El negocio resultó bastante provechoso, a pesar de un poco de hambre extra que pasaban a cambio del oro que recibían. Cada entrega de comida era respondida al día siguiente con una nota que contenía un breve análisis del alimento, su "calificación" y los correspondientes agradecimientos, tanto en elogios como en oro, y siempre en espera de algo diferente para probar.
Con el oro que obtenían de los intercambios, los niños tenían mayores posibilidades de ofrecer un alimento nuevo y mejor a sus amigos del pozo. Sin embargo, ya era tiempo de ayudar a sus padres, por lo que empezaron a “encontrar algo de oro en las calles cercanas y en el patio”. Tal vez debido a las presiones económicas que tenían, los padres de los niños no cuestionaron su fortuna.
Pero alguien había estado observado sus “golpes de suerte”. Uno de sus vecinos, el que había iniciado los rumores acerca de fantasmas en aquella casa, había notado por casualidad una de las ocasiones en que los tres hermanos sacaban la cubeta del pozo, y de ella una bolsita de apariencia pesada. Desde ese día comenzó a espiar con mayor detenimiento, y luego de ver que en pocos días la familia que ahí vivía comenzaba a parecer menos pobre, concluyó lo obvio: habían encontrado una especie de mina de oro en aquel pozo. Por supuesto, no podía dejar que aquellos niños que recién habían llegado a esa casa tuvieran la posibilidad de obtener oro en vez de él, quien llevaba décadas "cuidando" aquel lugar, así que planeó la manera de conseguir su bien merecida paga.
Tendría que esperar la noche, cuando menos probabilidad había de que lo vieran. También notó que los niños colocaban algo en la cubeta diariamente, y que no regresaban hasta el día siguiente. Eso podría averiguarlo cuando se escabullera en el pozo para obtener algo del tesoro que seguramente estaba en sus profundidades. Sólo tenía que esperar y estar atento para no tener sorpresas…
La noche siguiente, observó cómo los niños dejaban en la cubeta un par de objetos, luego la bajaban y se iban a su casa. Esperó unos minutos más, hasta asegurarse de que ya estaban dormidos y nadie saldría a la llanura. Saltó la barda que delimitaba su propiedad, y caminó sigilosamente y agazapado hasta e pozo. Con mucho cuidado y silencio, subió la cubeta. Con sorpresa y dudas descubrió que había tres manzanas en ella.
En su mente comenzó a elaborar teorías al respecto. Tal vez había alguien abajo obteniendo el oro y esas manzanas eran su cena, o podría ser una especie de pozo mágico que convertía las manzanas en el preciado metal amarillo. Conforme más imaginaba, más raras eran sus teorías, y el tiempo seguía corriendo, así que decidió dejarlas a un lado y continuar con su misión. Quitó las manzanas, quedándose con una por si le daba hambre, y como pudo se acomodó en la cubeta. Luego de asegurarse que aguantaría su peso, tomó la cuerda y comenzó a descender en el pozo, con un brillo de avaricia en los ojos tan intenso como el del oro que lo esperaba en aquella profundidad tan oscura.
Cuando amaneció, los niños fueron directamente al pozo, como ya acostumbraban. Pero entonces el más pequeño de ellos descubrió en el suelo dos de las manzanas que habían dejado a noche anterior. Se preguntaron qué habría pasado, si a sus amigos del pozo no les habrían gustado o si sólo querían una. A su vez, tomaron la cuerda de la cubeta, pero esta vez no pudieron. El peso era mucho, así que entre los tres usaron todas sus fuerzas para lograrlo.
Tardaron unos minutos en subir por completo la cubeta. Al verla, supieron el motivo del peso: estaba llena de piedras doradas, una cuantas incluso se habían caído por el borde. Los niños estaban felizmente asombrados. Era más oro que todo el que habían conseguido en días anteriores. Comenzaron a depositarlo a un lado del pozo, y conforme vaciaban la cubeta reían y se decían las muchas cosas que podrían comprar ahora, y también comenzaron a preguntarse cómo se lo dirían a sus padres.
Cuando terminaron de vaciar la cubeta, vieron que la acostumbrada nota estaba ahí, en el fondo, pero acompañada de un pantalón y una camisa que les parecían conocidos. Ansiosos, leyeron al unísono el papel. Al terminar, palidecieron y de inmediato fueron en busca de clavos, madera y piedras para tapar el pozo.
La nota decía "Nuestros expertos han analizado el alimento. Carne blanca de primera calidad. Exquisita, nutritiva, lo mejor que hemos probado. Enviamos agradecimiento. ¿Tienen más? Podríamos ir por ella".
Agradecimiento especial merece la señorita Cinthia Valenzuela, ya que ella fue quien propició los recuerdos de este su servidor y las ganas de relatar "a mi manera" esta historia que tanto me fascinó hace unos años. Espero disfruten el relato.
Hace tiempo, en un pueblo lejano, vivía una familia. En realidad, vivían varias, pero esta historia se enfoca en una que, curiosamente, tenía como integrantes a una mujer y un hombre, madre y padre respectivamente, y a tres infantes de 12, 10 y 8 años, siendo la más pequeña una niña. Eran el estereotipo de la "familia feliz"… hasta que el dinero comenzó a escasear.
Poco tiempo pasó para que la escasez se acercara a la total carencia, por lo que decidieron vender su casa y conseguir un lugar más modesto para habitar. La búsqueda de ese lugar fue corta, pues una pequeña casa al pie de una colina se hallaba desocupada desde hacía varios años. Como con toda casa abandonada, varios eran los rumores entre los vecinos respecto a las historias que yacían junto con los cimientos, pero la necesidad de la familia era mucha, así que decidieron fingir oídos sordos ante las historias de la casa y la adquirieron con parte de la ganancia que tenían por vender su anterior hogar.
Incluso los niños de aquella familia escucharon las historias acerca de anteriores habitantes, pero les parecieron muy fantasiosas, especialmente después de vivir en ella un par de semanas. Nada de ruidos raros, de movimientos por la noche, de paredes sangrantes, de sombras sospechosas, fantasmas o demás elementos básicos en las historias contadas por sus vecinos. Era una casa común, nada más.
Lo único que la diferenciaba del resto en aquel pueblo era que contaba con un pozo en lo que, para algunos, era el patio trasero, y para otros, una sección bastante amplia de llanura que tenía como límite una pequeña cordillera formada por rocas apiladas, las cuales aseguraban que nadie pasaría sobre ella desde ninguno de los dos lados. Cuando la familia supo de este pozo, pensaron que podrían aprovecharlo, pero de inmediato los vecinos les hicieron notar que ya estaba seco desde varios años atrás, y por ello se mantenía cubierto con algunas tablas. La familia decidió dejarlas ahí y avocarse al interior de su nueva y modesta propiedad.
Sin embargo, el dinero que habían podido obtener de la venta de su anterior hogar se agotaba más pronto de lo que habían esperado, así que la madre tuvo que comenzar a trabajar también por su cuenta. No paso mucho tiempo para que comenzaran a recortar algunos de los gastos, hasta el punto en que optaron porque los niños no fueran a la escuela por un tiempo, para así ahorrar algunas de las monedas que normalmente utilizaban. Debido a esta situación, los niños tenían más tiempo libre, así que pasaban el día jugando en su pequeña llanura particular, emulando algunas de las historias sobrenaturales que sus vecinos les contaban.
En una de esas tardes templadas de juego, la niña comenzó a deambular por el patio mientras sus hermanos jugaban a ser caballeros medievales en un duelo de espadas. Caminó mirando el pasto, como si buscara insectos para considerarlos sus nuevos compañeros de juego del día, y así fue que llegó hasta donde estaba el pozo. Su mirada pasó de las pequeñas hierbas que rodeaban los ladrillos hasta el borde grisáceo de aquel artilugio abandonado. Su búsqueda por pequeños animalillos continuó hasta que notó un sonido que emanaba del pozo, una especie de rasguños en la pared, a penas audibles. Miro las tablas que lo cubrían y notó que no estaban en su posición original, sino que se habían movido ligeramente, seguro por sus hermanos mientras jugaban, dejando libre un pequeño espacio de la boca del pozo. Temiendo que algún animalito se hubiese quedado ahí atrapado, corrió en busca de la ayuda de sus hermanos.
Cuando regresaron los tres, el ruido había cesado, pero las tablas seguían en la posición que la pequeña había visto. Preocupados por la posible desdicha de algún animalito de haber caído en el pozo tan sólo por buscar comida, se apresuraron a bajar la cubeta que aún colgaba de pozo. Esperaron unos instantes, hasta que sintieron que el animalito se había acercado al contenedor, y comenzaron a subirlo. La cuerda era gruesa y deteriorada, pero el dolor que los niños sentían en sus pequeñas manos era poco, especialmente comparado con el temor que cualquier ser vivo tendría de haber caído en ese profundo pozo. Cuando finalmente tuvieron la cubeta con ellos, notaron que estaba vacía, salvo por una pequeña nota en su interior, tal vez un mensaje olvidado cuando aún funcionaba el pozo. Lo leyeron en voz alta. Sólo dos palabras y un signo de interrogación, aunque con excelente caligrafía, adornaban el papel: tienen comida ?.
Por unos instantes, los tres quedaron atónitos, sin moverse ni decir palabra alguna. Cuando finalmente la sorpresa fue aceptada, el mayor de ellos se aventuró a asomarse al pozo y preguntar si había alguien abajo. No hubo respuesta alguna. No sabían qué hacer. Sus padres siempre les dijeron que no hablaran con extraños, pero también les habían enseñado a ayudar al prójimo siempre que pudieran. También recordaron que en muchas ocasiones les habían aconsejado no acercarse al pozo, pues era peligroso. Sopesaron la situación y sus opciones durante el resto de la tarde, y para la noche habían decidido ayudar a quien fuera que hubiese escrito esa nota y que posiblemente vivía dentro del pozo, pero sin decirles nada a sus padres hasta averiguar de quién se trataba. Acordaron que a la mañana siguiente los tres juntarían un poco de su ya de por si escueto desayuno, y que lo llevarían al pozo cuando sus padres se fueran a trabajar.
Así lo hicieron, y antes del mediodía ya estaban bajando nuevamente la cubeta con algunos frijoles en un plato. Hasta entonces se dieron cuenta de su enorme profundidad, pues fueron un par de minutos los que la cubeta tardó para llegar al fondo. Cuando sucedió, esperaron un poco, observando la cuerda, esperando que algún movimiento les indicara que su nuevo amigo había tomado los frijoles, pero no ocurrió ese día. Antes de caer la noche, dieron un último vistazo a la cuerda y se fueron a dormir. A la mañana siguiente acudieron al pozo para saber qué había pasado. El mayor de los hermanos jaló un poco la cuerda, y entonces notó que pesaba más que el día anterior. Se apresuraron a subir la cubeta, y cuando estuvo entre sus manos, vieron que de nuevo había una nota, pero esta vez no era lo único; también había una pequeña bolsa en su interior. Supusieron que quien estaba abajo era mudo e incluso sordo, ya que no había respondido a sus gritos, y por ello se comunicaba con ellos con esas notas, así que el mayor de los hermanos la abrió para leerla mientras los dos más pequeños empezaron a abrir la bolsa.
En la nota se leía, nuevamente con excelente caligrafía, "Nuestros expertos han analizado el alimento. Concluyeron que se trata de leguminosas de muy buena calidad, nutritivas y de buen sabor. Enviamos agradecimiento". Al tiempo que el mayor leía la nota, sus hermanos habían abierto la bolsa, la cual contenía tres piezas pequeñas de oro. Estaban atónitos y felices. Quien quiera que estuviese abajo, pagaba muy bien por la comida, por sencilla que fuera. Durante el resto del día platicaron respecto a esta situación y concluyeron que seguirían ayudando a la gente del pozo, pero sin decir nada a sus padres, al menos por el momento, pues no querían estropear su posible nuevo negocio.
En la mañana del siguiente día, llevaron algunos trozos de pan al pozo, y bajaron la cubeta con cuidado pero a prisa. La respuesta fue más rápida en esa ocasión: la cubeta sufrió un movimiento corto pero brusco unos segundos después de haber tocado el fondo del pozo. Los hermanos esperaron, pero nada sucedió, por lo que decidieron regresar hasta la mañana siguiente. Efectivamente, en cuanto el solo iluminó el patio de la casa, la cubeta ya contenía una nueva nota con su respectivo agradecimiento, esta vez mayor, y que los hermanos recibieron gustosos, no sólo porque ya tenían "dinero", sino porque estaban ayudando a alguien más. La nota decía "Nuestros expertos han analizado el alimento. Pan. Muy nutritivo y de muy buen sabor. Esperamos nuevas muestras. Enviamos agradecimiento".
En los días siguientes, cuando comían, procuraban guardar algo de sus alimentos para poder llevarlos al pozo a la mañana siguiente. No era mucho, pero procuraban dar un poco de variedad a los alimentos que intercambiarían. El negocio resultó bastante provechoso, a pesar de un poco de hambre extra que pasaban a cambio del oro que recibían. Cada entrega de comida era respondida al día siguiente con una nota que contenía un breve análisis del alimento, su "calificación" y los correspondientes agradecimientos, tanto en elogios como en oro, y siempre en espera de algo diferente para probar.
Con el oro que obtenían de los intercambios, los niños tenían mayores posibilidades de ofrecer un alimento nuevo y mejor a sus amigos del pozo. Sin embargo, ya era tiempo de ayudar a sus padres, por lo que empezaron a “encontrar algo de oro en las calles cercanas y en el patio”. Tal vez debido a las presiones económicas que tenían, los padres de los niños no cuestionaron su fortuna.
Pero alguien había estado observado sus “golpes de suerte”. Uno de sus vecinos, el que había iniciado los rumores acerca de fantasmas en aquella casa, había notado por casualidad una de las ocasiones en que los tres hermanos sacaban la cubeta del pozo, y de ella una bolsita de apariencia pesada. Desde ese día comenzó a espiar con mayor detenimiento, y luego de ver que en pocos días la familia que ahí vivía comenzaba a parecer menos pobre, concluyó lo obvio: habían encontrado una especie de mina de oro en aquel pozo. Por supuesto, no podía dejar que aquellos niños que recién habían llegado a esa casa tuvieran la posibilidad de obtener oro en vez de él, quien llevaba décadas "cuidando" aquel lugar, así que planeó la manera de conseguir su bien merecida paga.
Tendría que esperar la noche, cuando menos probabilidad había de que lo vieran. También notó que los niños colocaban algo en la cubeta diariamente, y que no regresaban hasta el día siguiente. Eso podría averiguarlo cuando se escabullera en el pozo para obtener algo del tesoro que seguramente estaba en sus profundidades. Sólo tenía que esperar y estar atento para no tener sorpresas…
La noche siguiente, observó cómo los niños dejaban en la cubeta un par de objetos, luego la bajaban y se iban a su casa. Esperó unos minutos más, hasta asegurarse de que ya estaban dormidos y nadie saldría a la llanura. Saltó la barda que delimitaba su propiedad, y caminó sigilosamente y agazapado hasta e pozo. Con mucho cuidado y silencio, subió la cubeta. Con sorpresa y dudas descubrió que había tres manzanas en ella.
En su mente comenzó a elaborar teorías al respecto. Tal vez había alguien abajo obteniendo el oro y esas manzanas eran su cena, o podría ser una especie de pozo mágico que convertía las manzanas en el preciado metal amarillo. Conforme más imaginaba, más raras eran sus teorías, y el tiempo seguía corriendo, así que decidió dejarlas a un lado y continuar con su misión. Quitó las manzanas, quedándose con una por si le daba hambre, y como pudo se acomodó en la cubeta. Luego de asegurarse que aguantaría su peso, tomó la cuerda y comenzó a descender en el pozo, con un brillo de avaricia en los ojos tan intenso como el del oro que lo esperaba en aquella profundidad tan oscura.
Cuando amaneció, los niños fueron directamente al pozo, como ya acostumbraban. Pero entonces el más pequeño de ellos descubrió en el suelo dos de las manzanas que habían dejado a noche anterior. Se preguntaron qué habría pasado, si a sus amigos del pozo no les habrían gustado o si sólo querían una. A su vez, tomaron la cuerda de la cubeta, pero esta vez no pudieron. El peso era mucho, así que entre los tres usaron todas sus fuerzas para lograrlo.
Tardaron unos minutos en subir por completo la cubeta. Al verla, supieron el motivo del peso: estaba llena de piedras doradas, una cuantas incluso se habían caído por el borde. Los niños estaban felizmente asombrados. Era más oro que todo el que habían conseguido en días anteriores. Comenzaron a depositarlo a un lado del pozo, y conforme vaciaban la cubeta reían y se decían las muchas cosas que podrían comprar ahora, y también comenzaron a preguntarse cómo se lo dirían a sus padres.
Cuando terminaron de vaciar la cubeta, vieron que la acostumbrada nota estaba ahí, en el fondo, pero acompañada de un pantalón y una camisa que les parecían conocidos. Ansiosos, leyeron al unísono el papel. Al terminar, palidecieron y de inmediato fueron en busca de clavos, madera y piedras para tapar el pozo.
La nota decía "Nuestros expertos han analizado el alimento. Carne blanca de primera calidad. Exquisita, nutritiva, lo mejor que hemos probado. Enviamos agradecimiento. ¿Tienen más? Podríamos ir por ella".
Suscribirse a:
Entradas (Atom)