31 dic 2015

Mirador

No termino de creer la calma que hay aquí. Se respira tranquilidad y frío, pero no del que congela, sino del que refresca. La vista es inigualable, contrario a las expectativas iniciales que tenía. Los comentarios de este sitio no eran los más favorables.

Desde hace un tiempo, la neblina cubre por completo las calles e impide que uno vaya por ahí sin estresarse al no saber con qué puede encontrarse sin divisarlo antes, pero desde aquí se tiene una perspectiva mucho más clara. Sé que no estoy en el lugar más alto del mundo, ni en el más lujoso. Es un mirador cualquiera, con vista a una fracción de la ciudad que hoy parece estar cansada. Hay menos luces, se escuchan menos voces.

Es desde aquí que puedo notarlo. Ajeno a todo y todos, desde una perspectiva más amplia, evaluando el panorama completo. Desde aquí puedo ser juez silencioso, el que dice quién está en lo correcto y quien se equivoca. Observo cómo hablan, cómo andan, cómo deciden lo que es justo y correcto. Y todos se equivocan.

Todos creen ser los héroes de sus propias vidas, los salvadores o mártires, según sea el caso. Y puede que en verdad lo sean, cada uno a su manera, respecto a sus experiencias y gustos. Pero esos héroes son villanos ante los ojos de otras personas. En ello radican los conflictos que me confirman que todos se equivocan.

Lo que para uno es un trato justo, para su contraparte representa una pérdida aceptable. Mientras unos creen estar protegiendo a sus seres queridos, sólo los mantienen a resguardo de los verdaderos problemas, o peor aún, de las responsabilidades que debieran afrontar. Mientras unos exigen privilegios mayores, otros les reclaman por los que ya tienen por méritos no propios. Mientras unos ven en alguien a un héroe, otros lo consideran la causa de todos los males. Y viceversa con todos. En algunos casos puedo entenderlo, aunque no necesariamente justificarlo.

Los veo, caminando de un lado a otro, enfrentándose en ocasiones, poniéndose el pie para que otros tropiecen, sin darse cuenta que a veces tropiezan ellos mismos. Los veo y siento sincera pena por cómo han elegido complicar su existencia. A su manera, han decidido cegarse, mantener su visión en neblinas peores que las de la ciudad.

Quiero invitarlos a que vengan conmigo, o bien, a donde estoy. Invitarlos a que suban a este mirador y se den cuenta de todo lo que los rodea, de las causas y consecuencias de lo que sucede a cada momento en sus vidas y de los demás. ¡Lo que daría por que notaran lo equivocados que están en muchas cosas! No por hacerlos sentir mal ante sus errores, sino para sean capaces de corregirlos y mejorar, para que puedan abrir los ojos y caminar con certeza y justicia, y no sólo con confianza ciega.

Doy un último vistazo al acantilado que me separa de la ciudad, suspiro cansino mientras pido en silencio a todos que observen, que vengan al mirador de vez en cuando, confiando en que puedan abrir los ojos al estar aquí. Resguardo mis manos en los bolsillos de mi chamarra y comienzo a andar el camino de regreso, no sin antes mirar hacia el cielo y hacia la oscuridad a mis espaldas en busca de algún otro mirador con mejor vista que me pasara desapercibido en esta ocasión, y al cual podría acudir la próxima vez.

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