30 mar 2011

Pecados Ajenos

Por fin despertó. Después del golpe en la quijada, todo había sido demasiado confuso. Ni siquiera podía recordar cuánto tiempo más estuvo consciente durante la pelea. En su  memoria sólo había quedado albergada la imagen del suelo acercándose a su rostro, para después quedar sumergido en una completa oscuridad. Esa oscuridad aún permanecía ante sus ojos.

Estaba despierto, sí. Pero sus párpados no respondían con atino a su voluntad. En cuanto recobró el conocimiento, intentó abrir los ojos de inmediato para saber dónde estaba, qué sucedía a su alrededor. El silencio siempre le había parecido perturbador, y en esos momentos sólo podía escuchar su respiración, la cual, además, sentía extrañamente congestionada.

Un nuevo intento de abrir los ojos. A penas pudo separar la comisura de sus párpados, pero logró distinguir un ligero haz de luz. Posiblemente ya había amanecido o, dependiendo del resultado de la pelea, podía estar en una habitación de hospital. Pero el olor no era de una sala de emergencias, sino que despedía cierta pestilencia a aceite de automóvil, un poco de gasolina y otro hedor que no pudo distinguir bien, pero que igual quemaba su nariz y le impedía llenar decentemente sus pulmones con oxígeno tan preciado para esos momentos.

Ante la negativa de sus ojos a abrirse por completo, comenzó a moverse para reactivar los músculos de su cuerpo. Entonces su lógica le indicó que definitivamente no estaba en un hospital, ya que se encontraba sentado. El pánico comenzó a invadirlo cuando notó que no podía mover sus brazos, pues a diferencia de los ojos, estos se mantenían cautivos, tanto a la altura de su muñecas como de sus codos, los cuales a su vez sentía pegados a su torso. Comenzó a hacerse una imagen mental de sí mismo y el cómo se encontraba; recordando lo visto en distintas películas, fácilmente dedujo que estaba atado a una silla, muy probablemente en un taller mecánico o una cochera.

En un nuevo esfuerzo, abrió los ojos, pero una intensa luz le obligó a mantenerlos entrecerrados mientras se acostumbraba a la iluminación. Poco a poco, las figuras a su alrededor tomaban forma, aunque no por ello adquirían alguna lógica respecto a la pelea que había tenido. sus pensamientos intentaron reorganizar todo lo que recordaba, desde la fiesta, el altercado con los pandilleros, la pequeña persecución, el enfrentamiento, el golpe que había recibido… ¿Acaso le habían tomado como rehén? ¿Para qué? Por lógica, mayor pérdida de tiempo tendrían reteniendo a alguien como él que si hubiesen dedicado el resto de la noche a asaltar más transeúntes. ¿O era mayor su orgullo?

- Bueno, creí que despertarías dentro de un par de horas más, pero mejor. Así iniciamos antes.

La voz aguda le confundió aún más, agregando cierta dosis de terror. Parpadeó rápidamente intentando ver con más detalle al hombre que hablaba, pero sólo pudo distinguir el sonido de alguien levantándose de una silla que rechinaba. Acto seguido, una borrosa silueta se acercó a él con pesadez, y en un rápido movimiento lo abofeteo con fuerza. El impacto le aturdió más y casi hizo que se cayera junto con la silla en la cual se encontraba.

- ¿Estuvo buena la pelea?- preguntó el agresor. La falta de respuesta le hizo enfadar y nuevamente lanzó un ataque contra el rostro del joven atado a la silla. Esta vez, el impacto fue con el puño cerrado, y el equilibrio del capturado no fue suficiente. Un segundo golpe, esta vez contra el piso, resonó en aquel lugar.

- Dime muchachito, ¿creías que podrían huir de nosotros? ¿que mi jefe los perdería de vista?

La confusión se incrementó. ¿De quiénes hablaba? ¿A qué jefe se refería? Antes que pudiese siquiera imaginar una respuesta, una patada a sus costillas sacudió sus pensamientos. Luego de toser un poco y recuperarse, por fin habló.

- ¿Huir de quién? No sé de qué hablas… Mira, si fue por la pelea, ni siquiera golpee muy fuerte a tu amigo, de verdad. Me noqueó luego de un par de golpes y no supe nada hasta ahora…

El hombre río. No podía ser cierto, en verdad el muchacho no sabía nada al respecto. Sería divertido desmoronar su moral antes de despedazarlo. Literalmente.

- Entonces no sabes de lo que hablo… ¿Tu padre nunca te contó de sus negocios? ¿No te dijo cómo se ganaba la vida?- el muchacho empezó a hacer memoria, pero el pie de su captor comenzó a presionar su cráneo.

- ¡Es vendedor de medicamentos, nada más!

- ¿Y sabes de qué medicamentos? ¿Sabes por qué ganaba tan bien?- con cada palabra presionaba con más fuerza la cabeza del joven, como si quisiera exprimir de ella lo que sabía- Esos "medicamentos" son muy caros, ¿sabes? Y ya que tu padre nos debe bastante por ellos, obviamente el que se haya ido con varias "dosis" no habla muy bien de él. Y en vista de que no podemos encontrarlo para cobrarle, suponemos que tú podrías decirnos dónde está. Ni modo muchachito, te tocó pagar por pecados ajenos.

- No sé dónde esté, se fue de la casa el martes… Sólo nos dijo que salía por negocios, pero no dijo a dónde…

- Entonces habrá que buscar algún incentivo para que pague- dio una última patada al muchacho y se dirigió a una mesa cercana. El martilleo del revólver causó una repentina desesperación en el joven, quien de inmediato intentó buscar una alternativa a su situación.- Si no puede pagarnos él, y tú no sabes dónde está, creo que podría aparecer en el funeral de su hijo, ¿verdad?

Amenazante, se acercó hasta el bulto que significaba su presa y del que pronto tendría que deshacerse. Miró el arma, una de las últimas en la ciudad, y apuntó hacia la cabeza del muchacho.

- ¡NO! ¡ESPERA!

Fue por simple curiosidad. Nunca había dudado en matar a alguien, y esta no era la excepción. Pero esta vez sintió algo diferente, una especie de aviso, casi sobrenatural. Una vocecilla en su cabeza le insistía en dejar hablar al desesperado capturado, como si algo pudiese cambiar. Por eso le dejó hablar, aunque sin quitar de su mira el cañón de la pistola.

- ¿Qué? ¿Qué quieres que espere?

- Te-te tengo una propuesta para pagarte, a ti y a tu jefe. No importa cuánto les deba mi padre, yo sé cómo puedo compensar todo eso.

- Te escucho. Aunque mi dedo está impaciente por jalar el gatillo, así que recomiendo te apresures a hablar.

El muchacho respiró hondo, cerró los ojos y comenzó a hablar con la mayor serenidad que pudo. El trato no parecía del todo malo, al menos en primer lugar, pero sí bastante inocente a pesar de la seguridad con que el joven hablaba. El captor dudó por unos instantes, pero después de ello bajó el arma y la colocó de nuevo en la mesa, sacó de su bolsillo un teléfono celular y presionó un par de teclas. El joven se sentía un poco más seguro por haber postergado su ejecución.

- Jefe, el muchacho nos está haciendo una propuesta bastante interesante y que tal vez le gustaría escuchar- una breve pausa para escuchar la respuesta de su superior-. Si, la verdad es que suena demasiado bien, pero el método que propone me pareció bueno, y tal vez si lo escucha lo convenza. Además, si vive unos minutos más no nos afectará mucho.

No fue mucho el tiempo que esperaron al jefe. La explicación del joven tampoco duró demasiado, si acaso media hora. Tuvo la suficiente habilidad para explicar sus planes en pocas palabras, concretas y certeras, así como su metodología, pero con el cuidado de parecer indispensable para llevarlos a cabo. Nunca en su vida había sido bueno hablando, pero si eso había servido para que las palabras acudieran a su mente en ese momento, todo había valido la pena.

El jefe optó por consultar con su almohada el plan del muchacho, pero no podía dejarlo libre aún. Lo llevaron a un cuarto contiguo a aquel taller, en donde algunos canes descansaban ya. Esa noche no fue la mejor de su vida, pero definitivamente era mucho mejor dormir con los perros que con los peces.

A la mañana siguiente, el jefe lo despertó muy temprano. Su ayudante aquel que casi se convertiría en su verdugo, le acompañaba. Le sonrieron mientras intentaba despabilarse de su poco agradable sueño.

- Muy bien muchacho, decidí que te haré caso. Seguiremos el plan que mencionas y, si todo sale como nos lo prometiste, la deuda de tu padre será saldada- el joven comenzó a sentirse aliviado al escuchar la ronca voz de aquel jefe de la mafia-. Sin embargo, de no haber buenos resultados, temo que no será el único pago que recibiremos de tu familia, ¿entiendes?

En su mente, el muchacho estaba saltando de alegría. No sólo se había salvado de morir en manos del jefe de la más poderosa red de traficantes de la ciudad, sino también había conseguido el perdón para su padre, al menos momentáneo.

Por si esto fuera poco, había caído, sin querer, justo en la posición de poder que buscaba para sus planes personales. Aunque aquellos hombres creían que la limpieza en la ciudad sería sólo respecto a sus competidores, aquel joven ya tenía bien trazadas las acciones que tomaría para que cayeran todos, y lo mejor de todo, a manos de la gente de la ciudad, que tantas penurias habían pasado y que tan inconformes estaban y que anhelaban una pronta sublevación. Él les daría una oportunidad destruyendo desde adentro el sistema de poder que prevalecía en la ciudad.

- Si, totalmente. ¿Cuándo comenzamos con el plan?

- Hoy mismo.

- Perfecto…

Tal vez algunos pecados si serían pagados por quienes debían.

Kaiser – Marzo 2011