7 may 2019

23

El reloj del lobby indicaba las 23:23 horas cuando me decidí a cruzar la entrada. Cinco minutos de espera bajo la ligera lluvia de la noche fueron suficientes, no quería quedar empapado y verme tan desalineado cuando ella llegara. Si es que llegaba, claro.

La cita no tenía hora fija. En realidad, ni siquiera sabíamos si habría cita, debido a los horarios laborales de ambos que se extendieron más de lo deseado aquel viernes, menguando las posibilidades de encontrarnos. La distancia también nos afectó, pues encontrar un lugar céntrico y que nos resultara confiable para los dos resultó más tardado de lo que creí. Afortunadamente, en un último intento por saciar la curiosidad, acordamos un encuentro improvisado en una sede propuesta de ella, y nos dirigimos al punto de encuentro.

"¡Que el deseo sea impulso y el placer recompensa!", me dijo al iniciar el día. No por la mañana, sino unos minutos después de medianoche, cuando el insomnio aún paseaba por nuestras respectivas habitaciones, a distancia pero al mismo tiempo con esa cercanía inexplicable que sólo se siente con ciertas personas, ese tipo de gente que desde las primeras frases intercambiadas puedes imaginar futuros donde la vejez no es impedimento para continuar con las charlas amenas.

Y es que, mientras miraba la lluvia de aquella noche, me di cuenta de la extraña situación. De la extraña que estaba por conocer, pues en realidad no nos habíamos visto en persona, sólo nos identificamos por un par de fotografías. Coincidimos en las redes sociales, platicamos algunas ocasiones, descubrimos aspectos en común y perversiones complementarias, pero ni una sola vez se habían cruzado nuestras miradas. Desde años antes fui renuente a las relaciones de ese tipo, donde no hay una certeza de que la otra persona es real, y no obstante, ahí estaba, en medio de la noche, en un hotel a kilómetros de mi hogar, esperando por una extraña que tal nunca aparecería.

Decenas de ideas y teorías cruzaron por mi mente mientras esperaba en el hotel, mirando a los visitantes que acudían a solventar sus pasiones, mientras mi ansiedad causaba más estragos en mi psique. Me sentía como un invasor en ese ambiente, solo en un rincón, sentado como si esperara turno mientras el resto de las parejas entraban al ascensor para ocupar sus habitaciones. Intenté distraer mis ideas mirando mi teléfono, y aproveché para enviarle un par de mensajes a la mujer que esperaba, buscando una respuesta o pretexto para evitar presentarse aquella noche, o algo que diera por terminada mi espera, de una u otra manera. Pero siguió siendo positiva al responder, postergando nuestro encuentro unos minutos solamente.

Cuando miré el reloj del lobby, quedaban 8 minutos para que concluyera el viernes, y mis esperanzas habían decaído bastante a pesar de los mensajes, así que me dirigí hacia la recepción para solicitar una habitación. Decía para mis adentros que, si ella llegaba o no, yo estaba muy lejos de casa, y lo ideal sería conseguir alojamiento para evitar los riesgos del camino nocturno. En esos divagues me encontraba cuando noté a mi derecha una presencia imponente que recién llegaba al hotel, alguien que se podía notar incluso antes de ser vista.

Giré mi vista hacia la entrada, y quedé paralizado ante la mujer que apareció por ese umbral. Su cabello largo, lacio y negro, combinaba a la perfección con su atuendo del mismo color. Un abrigo delgado y largo le protegía de las inclemencias del clima nocturno, a la vez que resguardaba las sensuales transparencias de su blusa de miradas como la mía. Su vestido corto dejaba ver un poco más de la mitad de sus muslos, ataviados con unas medias negras que, después me diría, usaba específicamente para dar gusto a las perversiones que días antes platicábamos. Su rostro mostraba una sonrisa sincera y un poco nerviosa que acentuaba el contorno de sus pómulos, mientras que sus gafas enmarcaban su intensa mirada que sólo conocía por fotografías, y que en definitiva era muy distinta al apreciarla en persona. Aún con su atuendo oscuro, ella irradiaba luz.

Ella se dirigió a mí con tal seguridad que me hizo tartamudear al saludarnos. Mi mano fue evadida en un primer instante, y en su lugar obtuve un rápido beso en la mejilla seguido de un abrazo que prolongó mi parálisis más de los pocos segundos que estuvimos así. Sin dejar de sonreír, se disculpó por la tardanza y confesó que no estaba segura de que yo esperaría. Respondí que con cortesía y una sonrisa nerviosa que procuraba cumplir mi palabra, mientras me entregaban la tarjeta electrónica para abrir una habitación. Su mirada me mostró cierta confusión por mis palabras, pero de inmediato se dibujó un poco de picardía en su perpetua sonrisa. Yo, nervioso y con un pequeño colapso mental, a penas pude balbucear que me había adelantado a solicitar habitación para no quedarnos sin una. Aún sonriendo dio muestras de entenderme, y sugirió pedir bebidas para pasar la noche.

Subimos a la habitación con algunas cervezas y buscamos la habitación que nos fue asignada. Antes de entrar, miró el número que adornaba la puerta y mencionó las posibilidades de que escribiera algo al respecto, un relato donde ese número sería determinante. Prometí que así sería.

Al entrar a la habitación, ambos comenzamos a explorar sus peculiaridades y beneficios del que sería nuestro espacio por las siguientes horas. Bromeamos un poco con la iluminación de colores que tenía la habitación, así como el excesivo espacio en la regadera, para luego hablar de cómo las ventanas de los hoteles ya no se pueden abrir en su totalidad en afán de reducir las posibilidades de suicidios.

Continuamos con el primer brindis de la noche, instantes antes de la medianoche. Fue en honor a que finalmente pudimos vernos, luego de especular por un par de semanas. Aunque ya habíamos indagado un poco en cómo éramos, surgieron las preguntas básicas para conocernos un poco más, y aunque ella dijo que quería evitar el estilo de entrevista por ser parte de su trabajo cotidiano, no tuve objeción en que indagara entre mis palabras. Sinceridad ante todo, nos aseguramos y prometimos, tanto en pláticas anteriores como en lo subsecuente. No pasó mucho tiempo ni cervezas para que me sintiera con suficiente confianza y soltura para hablar, y ella también redujo su renuncia a abrir sus recuerdos y pensamientos.

Nuestras edades salieron a la luz casi de inmediato, siendo ambos de una idea errónea respecto al otro, pues ambos creímos haber nacido en años similares. Cuando supo que yo era un poco más joven, un atisbo de duda se notó en sus rostro, y su transparencia me animó a asegurarle que, si no era un encuentro como ella imaginaba, podíamos darlo por concluido. Lo meditó un instante y luego sonrió, asegurando que no sabía si pasaría algo entre nosotros, pero que ya estábamos ahí, y que lo menos que podíamos hacer era disfrutar la bebida y la compañía. Coincidí con su idea, y brindamos una vez más, terminando la primer ronda de cervezas y pidiendo al servicio a la habitación otra ronda similar.

La charla se prolongó por no sé cuántos minutos más, mientras jugábamos a descubrir algunos secretos de cada uno mientras brindábamos un poco más de contexto a nuestras vidas. Mi historia es bastante simple y hasta aburrida, así que no tardé mucho en contarle algunos sucesos relevantes y el cómo llegué hasta ahí, bebiendo con ella en esa habitación. Sin embargo, ella relató un trayecto más accidentado para llegar hasta donde estaba ahora, y que me atreví a asegurarle que algún día podría usar como inspiración para algunas de mis historias. Ella sonrió nuevamente y aceptó gustosa. Cerramos la expectativa con un brindis más y otra solicitud de cervezas.

La plática nos mantuvo atrapados, y el alcohol comenzó a denotar algunos de sus efectos en mí. Mientras ella hablaba, yo le miraba no sólo como su interlocutor, sino como su admirador. Cuando se levantaba de la silla y recorría la habitación, la seguía con la mirada, y ella notó mis no tan discretas intenciones. Sonrió y continuó con su andar estilizado y elegante, luciendo a propósito sus piernas que tanto llamaban mi atención.

En algún momento de la charla, sin mayor explicación, se detuvo y me miró. Dijo que no estaba segura de cómo sería nuestra relación, amistad o lo que fuera, después de esa noche. No estaba seguro de cómo responder a eso, y sólo pude reiterarle con completa sinceridad que, si así lo deseaba, nada pasaría esa noche. Su respuesta generó una mezcla de emociones en mi ser, pues aseguró que algo pasaría esa noche, sólo que desconocía la naturaleza de las consecuencias. El deseo era mutuo e implícito. Brindamos por enésima ocasión.

Las confesiones fueron perdiendo su delicadeza, y una mezcla de pasados y promesas de futuros se tejieron como el panorama de cada uno. Alguno traumas y otras cuantas esperanzas curtieron las impresiones que teníamos de nosotros, y luego de desahogar algunas penas y saciar la curiosidad de otras, me dijo que ya tenía vislumbrado su final: moriría sola, sin gatos, tal vez ebria, después de masturbarse, con un cigarrillo en la mano y un libro en la otra. Un final memorable, digno de ella, pero que al mismo tiempo no estaba a la altura de sus capacidades, como observé. Me dedicó una sonrisa que me pareció condescendiente, pero que preferí ignorar para cambiar el tema a uno que me permitiría indagar más en esa mujer.

Los secretos que tanto buscamos continuaron saliendo a la luz, y las experiencias de ambos dieron forma a las siguientes horas de plática. Coincidimos en que la compañía era amena para ambos, y que definitivamente habría que repetir el encuentro, ya fuera con cervezas y en un hotel, como esa noche, o con un café en cualquier otra parte de la ciudad. Me contó algunas más de sus desventuras, y al indagar en sus experiencias amorosas surgió la clásica pregunta de "cuántas parejas" antes de ese momento". Debo admitir que me sonrojé cuando escuché la de ella, pues la diferencia entre 9 y veintitrés me resultó impactante. Preguntó si su respuesta cambiaba algo entre nosotros, pero la respuesta era obvia desde el primer momento que la vi: me había hechizado desde el primer instante y no me zafaría tan fácil, y menos por decisión propia. Reímos al respecto, y luego me confesó que algún día escribiría acerca de mí. Yo intenté ser recíproco con su halago, pero luego ella agregó que no confundiera las cosas, ya que sólo sería digno de sus letras el día en que me despidiera de su vida, no antes. Me sentí un poco confundido al respecto, y luego de que mi ego sucumbiera ante tal profecía, le expresé mi intención de no ser parte de sus escritos en el futuro cercano. Ilumino mis esperanzas con una sonrisa y brindamos por enésima ocasión.

El alcohol nos había atrapado ya. La charla se había convertido en un pretexto más que en un fin. Tomé un sorbo de mi cerveza y también de valor, me levanté de mi silla para acercarme a la de ella, manteniéndome expectante a cualquier indicio para detenerme, pero no detecté ninguno. Me postré ante ella mientras sosteníamos las miradas y la charla. Sus pómulos delataban un par de sonrisas ocultas en su propia curiosidad, y sus manos indicaban con sutiles ademanes que tenía ante mí un delicioso camino a recorrer. Sus piernas, inicialmente cruzadas, se movieron ligeramente para permitir que mis manos se posaran por unos segundos sobre ellas, y que luego continuaran su recorrido. Mis yemas delinearon sus tobillos ante la seductora textura del nylon que les cubría, mientras nuestra plática continuaba como si estuviéramos en cualquier cafetería a la vista de todos..

Ella lleva la batuta de las palabras con gran naturalidad, y yo gustoso le seguía sin perder de vista el la oscuridad que cubría sus piernas. Poco a poco subí por sus muslos sin apartar la vista de sus ojos y sus palabras, cuando una de sus manos acarició mi cabello y me invitó a admirar de cerca el panorama que tenía frente a mis ojos. Sin dudarlo, me acerqué primero a sus rodillas, donde reposé un momento, escuchando su charla, embelesado por el sonido de su risa. Mis manos no soportaron la tensión y mientras acariciaba sus piernas, me procuraron un sendero hasta su templo, donde intentaba adentrarme. Fue entonces que la misma mano que me había invitado a explorar, ahora me mostraba las fronteras de su lencería, exigiéndome paciencia.

Sin embargo, mi mano izquierda continuaba explorando los horizontes antes permitidos, deteniéndose de inmediato si ella daba algún respingo debido mis excesos. Su mirada se posó sobre mí con un toque de superioridad y otro de sensualidad cuando sus labios me llamaron a su encuentro, pero al acercarme fui redirigido hacia su cuello desnudo. Comprendí su mensaje y evité cuestionarlo. Me incorporé apoyándome en la silla para alcanzar el suave objetivo, que disfruté sublímemente al besarlo con calma. Un suspiro escapó de ella, mientras se aferraba a la silla con discreción. Bastaron un par de movimientos y caricias para llegar al acuerdo implícito de evitar besarnos. No le cuestioné, preferí enfocarme entonces en lo que sí tenía permitido...

Con sutiles caricias fui separando sus piernas mientras le confesaba que se estaban convirtiendo en mi fascinación. Ella, juguetona, respondió que no era el primero que se lo decía, y que estaba consciente del poder que ejercían sobre los de mi clase. Su comentario, más que indignarme, me incitó a superar algunos de los límites estipulados hasta el momento, y continuar la travesía por su cuerpo, descubriendo su piel poco a poco, desabrochando su falda y subiendo su blusa, dejando su vientre descubierto. Por momentos me desconcertaba, cual explorador indeciso por el rumbo que debía seguir, pero permití a la lujuria ser mi guía y mis manos se dirigieron al sur de su templo mientras mis labios continuaban recorriendo su cuello con la intención de también descender.

El calor y deseo de ambos era innegable, sus manos dejaron los brazos de la silla y pasaron a mi espalda. Noté la aún discreta fuerza de sus uñas y ambos, enardecidos por el alcohol y el momento, nos lanzamos hacia la cama enredados en nuestros brazos, con nuestras piernas combatiendo entre sí, buscando la posición adecuada para dejar estallar el resto de las sensaciones prometidas. Sus manos se encargaron de mis prendas, y mis manos le despojaron de su blusa. Semidesnudos, recostados y jadeantes, nos tomamos un instante para mirarnos. Su pícara sonrisa se había encendido aún más, y sin palabra alguna, nos arrojamos al encuentro del placer.

Recorrí sus senos con ansias, dejándome llevar por el deleite de su tacto y la suavidad de su contorno. Ella hizo gala de sus uñas una vez más, rasgando con cautela mi pecho. Nos guiamos con las reacciones, sin palabras, con el único ruido de nuestros gemidos, nuestra respiración perdía ritmo cada tanto, pequeños jadeos escapaban de nosotros cuando encontrábamos esas zonas que nos deleitaban y esperábamos impacientes a que el otro las descubriera poco a poco. Nuestras piernas se cruzaron a manera de que mi muslo quedó impregnado de sus mieles, y con movimientos rítmicos incitaba a que continuara su destilación. Tomó mis manos y me sujetó a sus caderas, que al momento comenzó a mover frenética, de arriba hacia abajo y en semicírculos. Nuestras pieles ardían y en cualquier momento podíamos haber estallado... pero se contuvo y por un instante parecíamos haber alcanzado las puertas del delirio, para luego retornar a la realidad de nuestros cansados jadeos. La pausa era necesaria, aunque no la quisiéramos, y la aprovechamos también para intimar más allá de los cuerpos.

La odisea por el éxtasis continuó luego de relatarnos un par de anécdotas. La complicidad de las luces tenues hizo juego con las expectativas de ambos, nuestras manos parecían invadir la piel del otro, ayudadas por nuestros labios y la intensa caricia de nuestras respiraciones. Nos descubrimos en distintas contorsiones, a la vez que nos despojábamos de los últimos indicios de nuestras ropas. Su lubricidad aguardaba palpitante el calor de mi libido, y cuando finalmente se hallaron, sentí que el mismo firmamento se abría sobre nosotros, invitándonos a disfrutar del paraíso. Probé sin miramientos los pequeños y oscuros manjares alojados en su pecho, y su espalda se arqueó en respuesta. Mi manos se deslizaron hacia su espalda, y las de ella se enlazaron sobre mi nuca. A penas conteniéndome, me adentré en el portal de su lascivia, sintiendo su cálida humedad, y sus piernas respondieron atrapándome y acercándome hacia ella con movimientos salvajes que me orillaban al descontrol. Ávidos de deseo, nos fundimos en una sola esencia cercana al éxtasis...

Sin embargo, sus gemidos se vieron interrumpidos por ella misma, y una separación repentina me dejó desconcertado por varios segundos. Aún jadeantes, nos recostamos mirando hacia el techo de la habitación, donde una luz tenue nos cobijaba y hacía relucir el sudor que cubría nuestros cuerpos desnudos. Respirando con dificultades, se dirigió al sanitario, dejando escapar algunas risas de sorpresa, mientras yo intentaba reponerme del viaje realizado y que aún no culminaba. Cuando regresó a mi lado en la cama, nos miramos por unos instantes, bromeando y especulando acerca de las posibilidades de nuestro encuentro. Sin darnos cuenta, estábamos ya abrazados, respirando al unísono, y en un movimiento a penas perceptible y que aún no sé quién de los dos inició, ella quedó sobre mí. Separó sus piernas con para acomodarse mejor, buscó bajo mi cintura los efectos de su invitación, y luego de dirigir diestramente la penetración, su cadera inició una hipnotizante danza capaz de provocar los más libidinosos pensamientos. Apoyó sus manos en mi pecho y comenzó una cabalgata digna de la más diestra valkiria, transportándome a los festines más exquisitos del Valhalla. La vista que me ofreció era aún más gratificante, al mirarle en su delirio, disfrutando, así como los efectos del movimiento incesante en las curvas de su silueta, de las cuales me sujeté hasta que el cansancio aminoró la marcha. Una vez más estábamos recostados, jadeantes y deseosos.

Sin darme cuenta, me adentré en sus ojos y me quedé perdido en ellos, en una mirada que me serenaba y a la vez me incitaba. Su sonrisa tenía un efecto muy parecido, y en ese instante se combinaban. No lo pensé más y comencé a dibujar con besos un camino de iniciaba en un costado de su mejilla, pasaba por su cuello en dirección a su pecho, rodeando sus pezones para luego bajar por su vientre, donde mis manos complementaron el andar. Cuando mis besos alcanzaron sus labios, un respingo me indicó que había elegido un buen camino, para luego volverme prisionero de sus piernas. Saboree su néctar mientras mi lengua jugaba en la entrada del placer y mis manos emulaban hechizos por su cintura y cadera mientras ella intentaba controlar las reacciones sujetándose a las sábanas y ahogando pequeños gritos de placer. Sentía la presión de sus delgadas piernas y cómo buscaban darme alojo entre ellas hasta que la tensión fue tal que sus manos sujetaron mis cabeza... y entonces me separó de inmediato.

Ambos jadeábamos, ella con una de sus manos cubriendo su sexo y la otra sus ojos mientras murmuraba "No" repetidamente, y yo desconcertado a unos centímetros de distancia. Cuando recuperó un poco de aliento, confesó que no quería llegar, que no en la primera vez que nos encontrábamos. Me temo que eso encendió mi ego, y tras sonreírnos, me abalancé de nuevo hacia aquella fuente de placer que resguardaba. No encontré resistencia, sus manos sujetaron mi cabello y me indicaron un nuevo sendero para explorar, mientras sus piernas nuevamente me brindaron su salvaje cobijo. Recorrí con mis dedos todos los bordes de su piel, acercándome peligrosamente a donde mi lengua era invitada de honor, y en es momento fue que volví a ser distanciado del placer...

Le fue más difícil recobrar la compostura en esa ocasión, pero seguía repitiendo que no, que en esa ocasión no. Respiré profundo y con una exhalación acepté sus deseos y mi derrota. Me recosté boca arriba para recobrar fuerzas y serenidad, y entonces sentí su calor sobre mi pecho. Me rodeó con uno de sus brazos y sofocó algunas risas. Aunque no entendí los motivos de su decisión de parar, noté que lo había disfrutado. Me preguntó si no saldría corriendo en cuanto surgieran los primeros demonios de su ser. Le di por respuesta mi más sincero "No", y le prometí estar a su lado si requería de alguien para hacerles frente. Una sonrisa cansina me dio a entender que no era el primero que hacía una promesa así, pero intenté hacerle ver con una caricia que tal vez sí sería el primero en cumplirlo. Nos abrazamos con la misma sinceridad que la primera vez, a penas una horas antes, y sucumbimos ante la somnolencia y el cansancio.

Cuando despertamos, la luz del sol se filtraba por una de las ventanas afectando nuestra visión inicial. Nuevamente nos sonreímos y repetimos algunas de las promesas nocturnas, tanto las serias como las de lujuria. Me recordó el número que me definía en su vida, y dijo que esperaba tardar mucho tiempo antes de volver a escribir, ya que era muy probable que yo fuera de los protagonistas en su siguiente relato, y ya sabíamos lo que implicaba ser parte de sus narraciones.

En la mesa reposaban las 28 latas de cerveza que habían acompañado nuestra velada, ya sin gota alguna en su interior. Comenzamos a buscar nuestras ropas, y al verla de nuevo con su falda y medias negras, sucumbí a la tentación del pecado capital. Me coloqué a sus espaldas y, besando su cuello, la rodee con mis brazos desde su cintura. La reacción fue favorable, y su pierna se levantó poco a poco para facilitarnos los movimientos... La ventana, el sofá y la cama fueron promesas que no culminaron, pero que me hicieron pensar en los orgasmos que habían quedado pendientes la noche anterior. Días después se lo mencioné, pero pareció interpretarlo como una exigencia de sexo, cuando más bien se traba de una añoranza de complacencia mutua. Sea como sea, la promesa de encontrarnos más veces, fuera con alcohol y hoteles o con café y restaurantes, estaba hecha.

El reloj marcaba la 1:30 de la tarde cuando salimos a la calle. El sol nos cubrió con un calor mínimo, comparado al que habíamos experimentado las horas anteriores, y el andar hacia nuestros respectivos hogares aún era extenso. La miré mientras andábamos, y noté que su elegante porte no decayó con el paso de las horas, su andar estilizado aún seducía a quien le veía, yo incluido. Nos despedimos con un abrazo más, muchas promesas y unas cuantas bromas. Aún en el trayecto, las insinuaciones no cesaron, ni la ilusión de algún día completar el encuentro. "Ya estoy en cama, ¿a quién le subo mi pierna? La almohada no me abraza como tú", y otras frases similares acompañaron mi regreso después de encontrarme con ella. Creo que el coqueteo por escrito a veces tiene más efecto y solvencia que el presencial, y tal vez por ello congeniamos tal fácil desde el principio.

Entré a la estación del Metro y esperé los siguientes vagones. Me di cuenta que estaba en una especie de resaca, aunque no por el alcohol. Me pregunté si ella estaría igual, y luego pensé en cuánto tiempo tardaría en escribir su historia, así como en las irónicas y ególatras ganas que tenía de leerla. ¡Que el deseo sea impulso y el placer recompensa!

30 abr 2018

Wyverns

Desde que se descubrió su existencia, hay cierto estigma respecto a los Dragones. Se les rodeó de un misticismo único, una especie de niebla saturada de suposiciones e historias que no sólo daban cuenta de la imaginación de los viajeros, sino también de su inconformidad en el mundo sin magia donde vivían. Y es que los Dragones eran considerados una variante más de nosotros, pero muy alejada de las raíces que tenemos.

Aunque pocas y llenas de ficción, las historias que mencionaban a los Dragones auguraban aventuras únicas en su tipo, y las expectativas se incrementaron para nosotros, los hijos de Gaia, que estamos familiarizados con exploraciones monótonas. Sin tener mayor información, imaginamos varias posibilidades y hasta supersticiones, más aún cuando descubrimos que diez de nosotros seríamos enviados en una misión de ayuda a los terrenos draconianos donde se especializaban en el poder del rayo.

Las reacciones fueron desde lo más pesimista hasta lo más iluso. Suponíamos que no se traba de una misión, sino de una ofrenda para demostrar nuestra poca valía; pensamos que se trataba de una estrategia para forjar alianzas posteriores entre ambos reinos; incluso creímos que sería una oportunidad para salir del reino de Gaia y convertirnos en uno de esos misteriosos Dragones eléctricos, a pesar del exceso de optimismo que significaba. En cierto modo, no nos equivocamos en ninguno de los tres escenarios, y a la vez, en todos.

Y es que la travesía parecía ser corta al principio. Cuando llegamos con los guías del camino, tanto de Gaia como de los Dragones, un sujeto perteneciente a los Vigilantes (entidades encargadas de observar y procurar el bienestar de los viajeros de Gaia) nos presentó un recorrido pequeño aunque significativo, y que pondría a prueba las habilidades que se nos exigía tener para permanecer en cualquiera de los reinos. Los viajeros fuimos encomendados con tareas similares, recorriendo diferentes rutas para poder conocerles mejor y así tener un panorama más completo del territorio mientras brindábamos apoyo a los habitantes de aquellos laberínticos senderos. Ahí empezaron a surgir los problemas.

Cada uno de nosotros tenía su perspectiva, y no todos logramos ver los peligros y amenazas entre los que comenzamos a caminar. Nuestras habilidades parecían insuficientes en algunos momentos, y aquellos que debían ser nuestros aliados en el camino, comenzaron a vislumbrarse como rivales que nos incitaban a caer en letales pecados, de esos que fueron malditos por Gaia y los Dragones desde la fundación de sus reinos. En esa temporada tuvimos nuestra primera y única baja, un viajero recién cobijado por el reino de Gaia, quien no resistió las tentaciones del camino a pesar de sus notorias proezas y logros en los primeros días. Aunque fue lamentable su expulsión del territorio, algunos de los otros viajeros procuraron mantenerse en contacto con él en el plano astral, pero su consejo no siempre era adecuado.

Poco después de esos primeros reconocimientos del territorio, comenzamos a atacar algunas de las pequeñas amenazas que acongojaban a los Dragones mayores, y que si bien eran controlables en el mediano y largo plazo, se buscaba aprovechar las habilidades de los viajeros de Gaia para acelerar la tranquilidad del reino. Fue una prueba ante la que no estábamos del todo preparados, y se notó conforme avanzamos y enfrentamos las adversidades e inclemencias. Se comenzaron a gestar algunas adversidades, y los ahora nueve viajeros que en un principio fuimos señalados como intrusos en territorio draconiano, ya éramos considerados amenazas torpes. Fue complicado salir avante de esos enfrentamientos, caímos estruendosamente un par de ocasiones a pesar de lágrimas ayuda que recibimos, pero al final logramos levantarnos y mantenernos ante los pequeños dragones celosos de su territorio.

En nuestra travesía habían transcurrido cerca de cuatro meses, cuando sólo contemplaba tres. Los Dragones ya no eran desconocidos para nosotros, e incluso convivimos con un poco más de cercanía, específicamente con uno de ellos, que fungía como nuestro guía y hasta defensor en ocasiones. Tras las batallas libradas, algunas ganadas, otras perdidas y algunas más concluidas sin triunfo para algún bando (recordemos que los viajeros de Gaia, los Vigilantes, los Dragones y los pequeños dragones estábamos prácticamente enfrentados, aún cuando debíamos trabajar juntos), continuamos esforzándonos por mantener la frente en alto.

Cuando estábamos por terminar la segunda exploración que se nos encomendó, comenzaron a surgir más amenazas en el territorio de los Dragones, incluso para los hostiles que en algún momento rivalizaron con nosotros. Nos vimos en la necesidad de unir esfuerzos para sobrevivir, e indagar en las mejores maneras para afrontar los frutos de aquellos errores que no fueron controlados en el momento ideal, y que ahora arribaban con preocupante fuerza, cual huracán. En esa temporada fue que algunos viajeros y Dragones notamos los cambios: algunos de los viajeros comenzaban a transformarse, muy sutilmente, en pequeños dragones. Sus características de viajeros permanecían, pero podían ya notarse rasgos y actitudes propios del reino que visitábamos. El tiempo comenzaba a cobrar su cuota, y la costumbre a invadir nuestros pensamientos originarios de Gaia.

Esos cambios también trajeron consecuencias en nuestra pequeña comunidad, pues las envidias y competiciones dejaron de ser bromas para transformase en motivos de separaciones e incluso algunos ataques. No todos pudimos ser prudentes al respecto; yo opté por distanciarme de algunos de los viajeros que consideraba nocivos para nuestra tarea, mientras que otros compañeros se esforzaron en mantener cordialidad en las relaciones. A fin de cuentas, de nuestra colaboración y apoyo dependía mucho el éxito de la misión, a pesar de las variantes que ya tenía.

Para el quinto mes, el Dragón que nos apoyaba partió a tierras lejanas para meditar y recuperar las fuerzas gastadas durante los meses que habíamos estado los viajeros en sus dominios. Fue una corta pero complicada temporada, pues si bien aún estaban otros Dragones mayores listos y dispuestos a apoyarnos en nuestra misión, las amenazas se vieron reforzadas por el tiempo que había transcurrido sin que fuesen debidamente atendidas. Estábamos por nuestra cuenta, y comenzaron para varios de nosotros las "pruebas de fuego". Fuego de dragón.

La comunidad aliada se había fragmentado otra vez, y por momentos parecíamos estar en una batalla campal entre todos. Los viajeros comenzamos a ser señalados como responsables de algunas deficiencias en las barreras del territorio, y tuvimos que defendernos, así como aceptar nuestros errores cuando los tuvimos. Se agregaron a esta ecuación nuevos viajeros errantes que no conocían de Gaia ni de los Dragones hasta que estuvieron dentro del territorio y de la misma batalla. Algunos se convirtieron en aliados, otros en veleros que navegaban según el viento, y unos cuantos más optaron por rivalizar con nosotros. No me atrevo a decir que fuese un error, pues sus motivos eran comprensibles, pero al final del día, la batalla no era contra nosotros, sino contra las amenazas externas.

Afortunadamente, el Dragón defensor acudió a nuestro rescate, aunque con decisiones más extremas que implicaban el destierro de algunos viajeros. Para bien o para mal, no se concretó ese exilio, y comenzamos a reagruparnos y retirarnos de ese pequeño pero peligroso campo de batalla que se había creado, dejando a los oriundos del territorio resolver sus propios problemas.

Sin embargo, la misión llegaba a su fin, y en un último esfuerzo por apoyar a los Dragones, nuestros caminos a explorar se diversificaron de nuevo y con más notoriedad. Algunos se encargaron de vigilar las contiendas que se llevaban a cabo entre los pequeños dragones y los atacantes extranjeros; otros cuantos se dirigieron a las afueras del territorio para apoyar con los suministros que las últimas batallas requerirían, y otros cuantos más fuimos canalizados a una exploración distinta, donde pudimos conocer un poco más las costumbres y actividades de los Dragones. La mayoría estábamos ya en la recta final de nuestra misión, y aunque no todos lo aceptamos como debíamos, la resignación y un poco de resentimiento ayudaron a la transición hacia el territorio de Gaia y las costumbres que originalmente teníamos.

Si bien esa etapa fue casi tan extensa como otras anteriores de la misión, la cantidad de conocimiento que tuvimos que procesar nos impidió digerirla como habíamos hecho hasta entonces. Aunado a ello, surgió una nueva amenaza en el centro del territorio de los Dragones: un tifón controlado por una misteriosa entidad que nos tomó por sorpresa y que estuvo muy cerca de destruir mucho del trabajo realizado hasta entonces, además de dañar severamente a los Dragones mayores. Fue una batalla de resistencia, más que de fuerza, y confirmó un aprendizaje que desde el inicio de nuestra travesía nos fue augurado: entre los Dragones se necesita de trabajo en equipo para superar las mayores adversidades, así como de un apoyo moral para levantarse ante las derrotas parciales.

Cuando por fin vimos la conclusión de nuestro camino en esas tierras, hasta entonces desconocidas para cualquier viajero de Gaia, la nostalgia no se mantuvo oculta. Las remembranzas de lo vivido y aprendido, las amistades y rivalidades forjadas, los buenos y los malos momentos, las dulces y las amargas experiencias, todo lo que los Dragones nos ofrecieron, todo eso llegaba a su inevitable final. Las esperanzas que en un momento creamos respecto a pertenecer a su comunidad se desvanecieron ante la llegada de un nuevo reinado proveniente de la Luna y en apariencia superior a los Dragones mayores; pero incluso en nuestra inexperiencia de viajeros pudimos notar que ese reinado lunar cargaba grandes deficiencias. Sin embargo, esa es una batalla que toca librar a los Dragones más capaces, y no a quienes sólo logramos adquirir y demostrar algunas de sus características. Somos viajeros de Gaia, aunque hayamos alcanzado a parecer Wyverns.

No fuimos Dragones, y tal vez nunca lo seamos. Pero por una temporada parecía que lo éramos, al menos, ante los ojos que nos miraban en todos los reinos. No fuimos dragones, pero volamos entre ellos.

5 mar 2018

(In)Vulnerable

Vista 1

-¡Ahora sí, hijos de la chingada! -el grito me sale con bastante naturalidad y causa el efecto que necesitaba, ya todos me miran desde la tercera palabra- Rápido, todos los celulares, ¡pero ya!

A veces me sorprende lo fácil que es esto. Subes, esperas el momento, gritas, amenazas, tomas las cosas, vuelves a amenazar, huyes y listo, ya tienes una buena ganancia en menos de cinco minutos. Un teléfono puede significar desde cien hasta unos cuantos miles de pesos, según el modelo que traigan, y siempre traen alguno bueno. Recuerdo que otros compas preferían el dinero hace unos años, pero ahora el negocio son los teléfonos, todos tienen uno, no hay falla con eso. Es cosa buscar un buen vendedor para deshacerse de la mercancía y listo, todos ganamos. El dinero es como un bono, ya no interesan las carteras y las bolsas, en realidad. Con eso de las tarjetas de crédito y débito, que hay muchos como yo "trabajando" estas rutas, pues ya no sale tanto, sólo unas cuantas monedas y uno que otro billete. Pero los teléfonos, esos siempre son apuesta segura.

-¡Rápido, los celulares! -el señor a mi derecha sigue desconcertado, pero tiene su teléfono en la mano, así que no le quedan muchas opciones. Me lo entrega con esa cara de estúpido que siempre suelen poner cuando les miro a los ojos, y también como todos, baja la mirada evitándome- Tú también, no te hagas. ¡Las carteras, órale!

Paso mi mochila enfrente de ellos. De derecha a izquierda los voy ubicando: un señor cuarentón, de esos gordos que pudieron ser de mis valedores, pero prefirió sufrir chambeando; una señora que debe andar en sus cincuentas, asustadiza como me convienen; una chica, no muy guapa pero que igual sí le daba; un tipo que parece que no aguanta el frío y viene cubierto casi hasta la cabeza con bufanda y todo; otra chica, seguro estudiante y también asustadiza; un tipo que de apariencia podría ser amenaza, calvo y de barba algo larga, pero que igual tengo controlado con los gritos; otros dos tipos más jóvenes, uno parece que va a echar cascarita o a la escuela, y el otro parece un trabajador más, la versión joven del primer señor; y el chofer, que no sabe si acelerar o frenar, pero ya lo iré dirigiendo. Ninguno de los pasajeros en esta combi parece tener ganas de hacerse el héroe, así que podré salir tranquilo.

-Tú, no te pares cabrón, vete lento y tranquilo. -tengo que ir jalando las riendas, no se vaya a alocar- Y ustedes, ¡rápido, los celulares! -el interior de mi mochila aún se ve vacío, distingo unos cinco teléfonos y eran... ¿cuántos pasajeros?- Faltan. Tú, tu celular- la segunda chica aún tiene el suyo en la mano, no sabe si entregarlo- Pásamelo, ¡ya! 

-Disculpa... -el barbón a su derecha está asustado, pero me ayuda un poco y me evita levantarme del asiento al quitarle el teléfono a la chica y echarlo en mi mochila. En otro caso, igual y le agradecía.

Ya son siete teléfonos, sólo falta uno... y es de ese tipo del otro lado de la combi. Ahora que lo pienso, no se ha movido para nada, sigue con las manos cruzadas, mirándome, cubierto con su bufanda. ¿Por qué soy yo el que no le sostiene la mirada? ¡Debería ser al revés! Tal vez está asustado... Pero no, esa mirada no es de miedo, ni siquiera es de enojo, parece que me está estudiando... Comos sea, no debo ponerme nervioso, ya llevo siete teléfonos de ocho, y dos carteras. No tiene caso insistirle, hoy hubo buen botín. Es hora de despedirme.

-Por aquí, vete parando. -el chofer es manso, no habrá problema para irme caminando, pero más vale prevenir- Traes cola, así que te sigues derechito y sin detenerte, eh.

Momento de bajar. Lo mejor es no correr, no parecer sospechoso, aunque la avenida esté casi desierta. Siete teléfonos, y al menos tres de ellos se veían de modelo reciente. Las carteras no creo que traigan mucho, y de dinero sólo vi un billete y un par de monedas, pero ni modo, ya habrá mejor suerte en la próxima. Sólo para estar seguro, un rápido vistazo a mis espaldas, asegurarme que siguieron mis instrucciones... No, no lo hicieron.

¡Carajo, ya se bajaron! Son cuatro, ya me siguen. Cruzo la calle corriendo. nunca fui muy bueno corriendo, pero los rivales no son la gran cosa. el señor es gordo, su versión joven también, el calvo barbón no parece del tipo deportista, y aunque el otro se ve delgado, dudo que me alcance, ya le llevo algo de ventaja. Cruzando la avenida está una colonia de mala fama, lo más seguro es que llegando a ese límite, se resignen y pueda huir más tranquilo... Pero no se detienen, siguen detrás, y el muchacho está cerca de alcanzarme.

Dolor en la cabeza. Dolor en la espalda. ¡El muy desgraciado me está aventando piedras! Intento aguantar, pero sin querer empiezo a ir más lento. No, no puede ser, ¡me alcanzó! Otro dolor, esta vez en mi pierna, porque me ha pateado; luego en brazos y rodillas, he caído; uno más en las costillas, su patada. Pinche chamaco, ya lo había logrado, ¿por qué chingados tenía que venir tras de mí? Como si no fuera suficiente, agarra mi mochila, se la quiere llevar.

-¡No, este es mío! -alcanzo a decir mientras meto la mano en la mochila, buscando mi propio teléfono. Está bien pendejo si cree que me lo va a quitar.

Se llevó mi mochila. Adiós a mi cuchillo, a mi "provisiones" y a mi trabajo de hoy. A ver qué les digo en la casa. Ya mañana será otro día.


Vista 2

A ver si no llego tarde. Se va a enojar el patrón, pero ¿cómo le hago? Con este tránsito no se puede hacer nada, yo quisiera llegar caminando en cinco minutos, pero quién los manda a tener las oficinas hasta allá. Además, uno tiene que lidiar con cada personaje... como este muchacho que se acaba de subir, tiene toda la facha de malandro y... ¡ay Dios, sí es un malandro!

-¡Ahora sí, hijos de la chingada! Rápido, todos los celulares, ¡pero ya! -nos grita, y la verdad es que sí me pone nerviosa. ¿Que tal que trae una pistola? Esta gente está loca y mejor ni provocarlos.

El señor que está entre nosotros es el primero que le da su teléfono. Pobrecito, se le ve la tristeza de entregarlo. A mí también me duele, y eso que no está tan nuevo como el de él, pero mejor que quede en cosas materiales y no termine uno con... ay, mejor ni pensarlo. Con tantas historias que cuentan de los asaltos y lo que una ve en las noticias a cada rato ya es suficiente para andar con miedo y cuidado en esta ciudad. Los otros muchachos del transporte también le dan los celulares, pero el malandro como que no se ve satisfecho. Ah, creo que es por la chica del fondo, que a penas le va a dar su teléfono... aunque el tipo a su izquierda no se ha movido para nada. ¿Vendrá con el malandro? Digo, trae la cara cubierta y no se ve preocupado ni nada. 

Padre nuestro que estás en los cielos... Mejor ni pienso en eso y que todo pase rápido, que se vayan y nos dejen tranquilos, al fin que ya nos arruinaron el día. El muchacho sigue pidiendo los teléfonos, y el tipo de la bufanda sigue sin darle nada. A ver si no por su culpa se pone loco el ratero y nos balean aquí... ay no, mejor ni pensar en eso. Que se vaya tranquilo, ya tiene lo que quería.

-Por aquí, vete parando. Traes cola, así que te sigues derechito y sin detenerte, eh. -le dice al chofer. Creo que eso de "cola" se refiere a que algún coche anda atrás de la combi, para asegurarse de que no se detenga, o eso he escuchado por ahí.

¡Al fin se bajó! A todos nos gana la curiosidad, y miramos por la ventanilla trasera, buscando el coche que nos va a seguir... pero no se ve ninguno, todos pasan de nosotros. Ahora que lo noto, el tipo de la bufanda sigue en su asiento. ¿Nos estará vigilando? No, creo que no venía con el malandro, porque también está buscando por la ventanilla, como todos. 

-No traes a nadie -le dice el señor a mi lado al chofer, mientras abre de nuevo la puerta y se baja, junto a los otros hombres que vienen abordo-.¡Vamos a partirle su madre! ¡Rápido, que se escapa!

Cuatro van tras de él, aunque en realidad el señor no parece que llegue muy lejos, no puede correr mucho. Los otros siguen corriendo pero también se van quedando en el camino, y los demás los miramos desde lejos. El chofer maniobra un poco, intentando acercarse a la ruta que tomaron en la persecución. Uno, dos minutos. Ya vienen de regreso, jadeando por la carrera que acaban de hacer el muchacho de barba y el que parece estudiante. En la mano traen la mochila del ratero, espero que con todas nuestras cosas. 

Se suben a la combi y el chofer arranca. Quienes nos quedamos tenemos la duda de cómo alcanzaron al ratero y cómo recuperaron la mochila. Aún jadeando, el señor nos cuenta que lo siguieron, pero como iba muy rápido, agarraron algunas piedras de la calle y se las aventaron. Le dieron con unas cuantas, y eso fue suficiente para que le dieran alcance y le quitaran la mochila, específicamente el muchacho que parece estudiante, que fue el más rápido de todos. Nos cuentan que alcanzaron a patear al tipo, y que todavía lloriqueaba porque no se llevaran su teléfono. 

El chofer interviene en la plática, nos pide seriedad y honestidad, ya que van a repartir las cosas que trae la mochila. Todos escuchamos atentos y vamos tomando lo que nos pertenece. Los muchachos y el señor siguen emocionados, comienzan a platicar sus anécdotas de otros robos, pero la verdad es que ya no quiero saber nada de eso. Al menos hoy pudimos recuperar nuestras cosas. Ahora sólo espero que el patrón no se enoje porque llego un poco tarde.


Vista 3

Ya uno no puede ver su teléfono a gusto. Me habían dicho que esta zona era peligrosa, pero no creí que me tocara experimentarlo en carne propia, o que reaccionaría como lo hago ahora. Y es que ese grito desconcertaría a cualquiera. El tipo no parece muy fuerte ni muy violento, pero el tono en su voz me hace pensar que es mejor no provocarlo.

¿Quién lo diría? Cuando mis amigos me contaban de sus experiencias con la delincuencia de esta avenida, solía responderles que deberían hacer algo. La mayoría son deportistas, tienen fuerza y habilidad para al menos mantener buena pelea con uno o dos individuos sin mayor problema. Me contaban que algunos llevan armas, y que resulta peligroso aventarse a los golpes así. Yo me reía, lo admito. Pero ya no lo haré. Este tipo no trae armas, y aún así hay algo en él que no me deja moverme o reaccionar como creí que lo haría al encontrarme en una situación así. Tal vez sea la cercanía, sólo nos separa un muchacho que parece dirigirse a su trabajo. El punto es que no me animo a hacer nada, sólo a entregarle mi teléfono, el bueno, porque no me dio tiempo de sacar el chafita. Al final menos lo tengo con bloqueo de código, tendrá que resetearlo de fábrica y se perderá mi información.

Todos le entregaron su teléfono, excepto el tipo de la bufanda. No se ha movido ni ha dicho nada, pero el ratero tampoco parece darle mucha importancia. Supongo que es mejor tener cinco teléfonos seguros que arriesgarse a conseguir seis, o eso me da a entender ahora que le pide al chofer que se detenga, mientras amenaza con que sus compinches nos van a seguir.

Pero es mentira, no tiene compañeros, al menos no en las cercanías. Nos bajamos algunos del transporte, sin perder de vista al ratero, quien ya se dio cuenta que lo seguiremos. Se echa a correr y nosotros vamos tras de él. Obviamente, no todos podrán correr, pero el tipo de barba que estaba a mi lado parece que sí tiene buena condición física. Es el momento del calentamiento antes del partido.

Ambos corremos lo más rápido que nuestras piernas nos permiten, pero creo que el deporte sí me ha dado cierta ventaja en esta ocasión, porque a los pocos metros noto el rezago de mi compañero de trayecto. Ahora sólo yo voy detrás del ladrón, pero ya me lleva suficiente ventaja como para que lo pierda si da vuelta en alguna calle. Peor acabo de ver una opción: al lado de la banqueta por la cual corremos se encuentran algunas piedras pequeñas. Intentando mantener la velocidad, me agacho para recoger algunas, aunque las primeras se escapan entre mis dedos. Tres o cuatro, no necesito más, no alcanzaré a lanzar más. Afino puntería, calculo el ángulo en que debo lanzar, inhalo con dificultad y lanzo con toda la fuerza de mi brazo. Fallé. Segundo lanzamiento, el ratero ya está advertido, así que no debo equivocarme con la siguiente. Y no lo hago.

La piedra golpea su cabeza, él disminuye la velocidad un poco. Tengo que aprovechar, así que lanzo otra piedra, esta vez a su espalda, y el impacto tiene mayor efecto. Sigo corriendo, ya estoy cerca. Es como si persiguiera un balón, apuntando para centrar y que anoten gol, sólo que el balón es un ladrón. Lanzo una patada que en el juego no sería legal, golpeando su pierna. Ha caído, pero la adrenalina sigue en mi, y otra patada llega hasta sus costillas. Ojalá pateara siempre con esta fuerza, seguro que tendría más goles en mi historial. 

Ahora, a lo que vine. Su mochila está en el piso, así que la tomo mientras vocifera algo que no logro entender, mis oídos zumban un poco. Toma uno de los objetos que estaban guardados y se arrastra en dirección contraria a donde estoy. Creo que era su propio teléfono. No importa, ya tengo lo que quería, él y sus cosas no me interesan.


Vista 4

Lo vi cuando se subió. Vi cuando el tipo a su lado se bajó unos segundos después de mirarlo. La verdad, me pareció extraño, pero a la vez lo justifiqué pensando que se habría equivocado de transporte. Ahora que lo analizo, en realidad estaba huyendo de lo que adivinaba inevitable. 

El tipo que se quedó abordo del transporte trae una gorra y una mochila simple roja. Nos exige que le entreguemos los teléfonos de cada uno. Es curioso, siempre me imaginé que tendrían que gritar el clásico "¡Esto es un asalto!", pero él no lo hace, va directo al tema y grita que le entreguemos lo que traemos. Todos le obedecen, algunos más lento que otros, pero comienzan a entregar sus pertenencias. La chica que viaja al lado mío incluso busca entre las bolsas de su mochila, porque no lo tiene a la mano. 

Admito que en un primer momento, tuve el instinto de entregar mi teléfono. En realidad, no habría sido el mío, sino el que me prestan en el trabajo, y mi mano ya estaba por dirigirse al bolsillo de mi abrigo en donde lo guardo. Sin embargo, algo me  hizo detener, creo que es curiosidad. 

Veo a todos los pasajeros entrando sus pertenencias, los veo resignados, impotentes, temerosos. Al asaltante lo veo ansioso, percibo cierta falsedad en su agresividad. Y yo, sin querer me veo. Así siento este momento, como si lo viese en una pantalla, como si no estuviera presente en este vehículo, como si no estuviera en riesgo de perder mis cosas o incluso de ser agredido. 

Fijo mi mirada en el asaltante y sus movimientos. No busco identificarlo, es curiosidad lo que tengo. Cómo se mueve, cómo exige las cosas, la manera en que es capaz de someternos a ocho personas, nueve si contamos al conductor. Nota la mirada por encima de mi bufanda y, curiosamente, evita el contacto visual. Creí que al contrario, me miraría directo a pos ojos y se concentraría en intimidarme, pero no lo hace. Al ver que no sigo sus instrucciones y tampoco me muevo, sólo me ignora y va contra quienes sí lo consideran. Es curioso, casi de risa. 

La joven a mi derecha parece hacer algo parecido a mí. Tal vez nuestra tranquilidad sea porque somos los más distanciados al ladrón, de alguna manera estamos fuera de su alcance. No obstante, ella está buscando algo en las bolsas de su mochila. Saca un teléfono y lo ofrece al intruso del transporte. Él no lo alcanza, se da cuenta casi al mismo instante, así que hace uso de otro de los pasajeros. Y yo sigo como espectador, sonriendo un poco ante lo chusca que me parece la escena. Quién sabe si habría reaccionado con agresividad si viera mi sonrisa, pero no lo sabré gracias a la bufanda que oculta la mitad de mis expresiones. 

Ya tiene todo, así que lanza una última amenaza para cubrir su escape, y entonces sale de la combi. Ahora todos comparten mi rol, se vuelven espectadores de una fuga muy tranquila. Es el señor mayor, el primero que entregó su teléfono al asaltante, quien toma la iniciativa y saca del ensimismamiento a todos. La fuga aún puede ser frustrada, y los más capaces salen inmediatamente tras el ladrón, luego de asegurarse de que no hay cómplices suyos en las inmediaciones. De nuevo, algo me detiene, y sigo sin saber si es miedo por los riesgos, indiferencia porque yo no sufrí pérdida alguna, una mezcla de frío y flojera que me evita moverme, o simple estupefacción por la escena vivida. 

Por la ventanilla de la combi veo parte de la persecución. El conductor maniobra un poco para acercarse, pero la calle no permitirá mucho. No transcurren ni dos minutos y ya puedo vislumbrar al grupo de pasajeros regresar con pasos más tranquilos, jadeantes y sin expresión en sus rostros. Quienes nos quedamos a bordo del vehículo sospechamos que no lograron darle alcance, hasta que vemos en la mano de uno de ellos una mochila que no llevaban al iniciar la pequeña carrera. 

Todos a bordo otra vez. No hay héroes específicos, la adrenalina aún les invade y dificulta sus respiraciones, aunque motiva sus voces, pues todos cuentan sus versiones de lo sucedido. Mientras lo hacen, el contenido de la mochila empieza a regresar a sus dueños originales en un acto de confianza que el conductor invita a respetar. Nadie toma lo que no le pertenece, sería irónico. 

Las historias comienzan a surgir, las experiencias individuales salen a la luz, así como los conocimientos de cada uno respecto a la delincuencia. Nuevos pasajeros suben conforme avanzamos en el trayecto original, pero no preguntan nada. Pos comentarios les hacen imaginar lo sucedido y prefieren evitar el tema. Parecen pensar que hablar de ello sería como un llamado a que suceda de nuevo. 

Yo, sigo en mi papel de espectador. Desde ahí me siento invulnerable, aunque esté tanto o más expuesto que otros, aunque esa pasividad pueda interpretarse como indiferente o desafiante, con empatía o recelo por parte de los demás pasajeros. Así ha transcurrido mi primer atraco. Para bien o para mal. 


Este relato es acerca de un acontecimiento real. Sucedió la mañana del 20 de diciembre de 2017, aproximadamente a las 7:30 horas en la zona de San Andrés, en Tlalnepantla de Baz, Estado de México. No pude escribirlo en aquellos días por cuestiones de tiempo, pero confío en que pueda ser de utilidad para quienes lo lean, en especial aquellas personas que a diario deben lidiar con la posibilidad de la delincuencia en la ciudad (de México).